Desde finales del siglo XX se viene hablando de los llamados estados fallidos que –según el imprevisible escritor Noam Chomsky– se trata de un concepto frustrantemente impreciso que se utiliza para identificar a aquellos estados que, por falta de capacidad o de voluntad, no protegen a sus ciudadanos; que se sitúan al margen del Derecho Internacional y, por lo tanto, piensan que pueden actuar impunemente; o que sus instituciones democráticas carecen de auténtica sustancia. Son países que –en realidad– sólo existen en los atlas porque son estados considerados frágiles, deficientes, fracasados, inestables o amenazados.
En Washington (EE.UU.), la prestigiosa revista Foreign Policy (Política exterior) y la organización Fund for peace (Fondo para la paz) publican, desde 2005, el Índice de Estados Fallidos basándose en una metodología propia denominada CAST (herramienta del sistema de asesoramiento de conflictos, por su acrónimo en inglés) que tiene en cuenta 12 indicadores –4 sociales, 2 económicos y 6 políticos– que incluyen desde el progresivo deterioro de los servicios públicos hasta el movimiento masivo de refugiados, pasando por la violación de los Derechos Humanos o la aplicación arbitraria de la Ley.
En el índice de 2010, siete de los diez estados fallidos que encabezan esta particular clasificación mundial son africanos: Somalia (en el puesto número 1), Chad (2), Sudán (3), Zimbabue (4), República Democrática del Congo (5), la República Centroafricana (8) y Guinea Conakry (9); ofreciendo un panorama desalentador de la realidad de este continente. Los otros tres países son asiáticos: Afganistán (6), Iraq (7) y Pakistán (10). El primer país europeo no aparece hasta el puesto 60º: Bosnia y Herzegovina.
Se trata de un concepto muy controvertido por las implicaciones políticas que conlleva esta categoría: Calificar a una nación como estado fallido significa apuntarlo con el dedo ante la comunidad internacional como un país que carece de un verdadero Estado de Derecho y cuyo gobierno es ilegítimo, no respeta las reglas democráticas o su poder se basa en la fuerza de un determinado grupo tribal o en elites sociales; que se caracteriza por la ineficacia judicial, policial y gubernativa; altas tasas de criminalidad, intromisiones militares, corrupción y –en definitiva– donde las leyes ni se cumplen ni son iguales para todos.
A su lado se encuentra otro concepto próximo: los Pseudoestados (también llamados, estados en el purgatorio o estados-limbo); son aquéllos que, a pesar de no ser independientes –de acuerdo con el Derecho Internacional–, sí que actúan como tales, tanto por dejadez o impotencia del país al que pertenecen como por los espurios intereses de sus vecinos –aquello del divide y vencerás– o la simple política de hechos consumados, tal y como está sucediendo en Abjasia, Osetia del Sur, Sudán del Sur, Kosovo, Transdniéster, Somalilandia, la Tierra de Punt (Puntland) o el norte de Chipre.
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