Desde 1979, el Centro de Investigaciones Sociológicas pregunta cada mes a los españoles sobre distintas cuestiones relacionadas con la actualidad social, económica y política del momento; de forma que estos barómetros del CIS se han convertido en el mejor escaparate para conocer qué piensa la opinión pública acerca de, por ejemplo, los tres problemas principales que existen actualmente en España.
En el barómetro correspondiente al mes de mayo de 2011, esos tres quebraderos de cabeza eran: el paro (para el 84,1% de los encuestados), los problemas de índole económica (46,6%) y, sorprendentemente, la clase política (22,1%).
Con estos datos, se puede afirmar que más de 1 de cada 5 españoles consideran que tanto la clase política como los partidos políticos suponen un mayor problema que la inmigración (11,2%), el terrorismo (9,1%), la corrupción y el fraude (5%) o la violencia contra la mujer (1,3%). En esta valoración habrán influido las recientes elecciones municipales y autonómicas, los escándalos de corrupción o la habitual dosis de crispación que domina las relaciones entre Gobierno y oposición. Lo triste es que estos datos no habrían tenido mayor trascendencia entre quienes rigen nuestros asuntos públicos si muchos indignados no se hubieran echado a la calle en las múltiples concentraciones del 15-M.
Aunque el concepto de clase política es relativamente moderno –finales del siglo XIX– se basa en algunas ideas que se remontan a la antigua Grecia. Sócrates llegó a decir que ningún enfermo se pondría en manos de un doctor que no hubiera estudiado medicina; y que nadie elegiría de timonel para gobernar un barco a alguien que no supiera navegar. Con ese planteamiento, el filósofo afirmó que tampoco es razonable que una multitud inexperta (en referencia a los ciudadanos de las polis griegas) elija a cualquiera como gobernante mediante una votación. Asimismo, su alumno Platón estaba convencido de que gobernar era una ciencia y que los políticos debían ser los mejores hombres de su clase (elegidos entre los ciudadanos superiores, los guardianes) para que procurasen el interés público como si se tratara del suyo propio, gobernando con habilidad para no hacer naufragar esa morada común a la que daban el nombre de ciudad. En su diálogo Las Leyes habló –metafóricamente– de las diferencias entre lo que denominó la urdimbre y la trama; es decir, los gobernantes y los gobernados.
El actual planteamiento de la clase política lo acuñó el jurista y senador siciliano Gaetano Mosca (1858-1941) en su obra Sulla teórica dei governi e sul governo parlamentare. Studi storici e sociali, publicada en Turín, en 1884, en pleno proceso de reunificación de Italia; en aquellas páginas criticó el principio de soberanía popular y atacó la esencia de las instituciones democráticas al propugnar que los dirigentes de un país debían ser una minoría –los más aptos para gobernar– que ostentara el poder frente a las masas que debían obedecerles. Con ese origen, no es de extrañar que la noción de clase política indigne cada día que pasa a más y más ciudadanos.
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