El 26 de julio de 1953, el joven abogado cubano Fidel Castro –que con el tiempo sería comandante para unos y tirano para otros– lideró a un grupo de guerrilleros que se oponían al gobierno del dictador Fulgencio Batista, asaltando el cuartel Moncada, situado a las afueras de la ciudad de Santiago de Cuba. La operación fue un rotundo fracaso y terminó con la muerte de casi todos los guerrilleros; exceptuando al propio Fidel que consiguió escapar hasta que, finalmente, fue detenido y juzgado por el asalto, momento en el que dijo al tribunal su famosa frase de la historia me absolverá. Con ese mismo título, publicó un libro en el que detalló minuciosamente cómo transcurrió aquel 26 de julio. Actualmente, en las paredes de aquel antiguo acuartelamiento –hoy colegio– se pueden leer frases como esta, entresacadas del relato de Castro: El cuartel Moncada se convirtió en un taller de tortura y de muerte, y unos hombres indignos convirtieron el uniforme militar en delantales de carniceros. Los muros se salpicaron de sangre: en las paredes las balas quedaron incrustadas con fragmentos de piel, sesos y cabellos humanos, chamuscados por el disparo a boca de jarro, y el césped se cubrió de oscura y pegajosa sangre (…) Yo sé que sienten con repugnancia el olor de sangre homicida que impregna hasta la última piedra del cuartel Moncada.
En aquel taller de tortura se emplearon diversas herramientas que son nuestras tres palabras sueltas de hoy: el vergajo –también llamado meano o bicho de buey– es, según la definición de la RAE, la verga del toro, que después de cortada, seca y retorcida, se usa como látigo; en África se elaboran de hipopótamo y, según Amnistía Internacional, hoy en día aún se fabrican (los denominados sjamboks) pero son sintéticos y más anchos y gruesos; en pleno siglo XXI, aún los utilizan las policías de Zambia y Namibia [como curiosidad, el vergajo de buey para dar azotes en público ya se cita en la ley 202 del Código de Hammurabi, del 1752 a.C.].
En los países del Caribe, el tolete es el nombre que recibe el garrote con el que los torturadores golpeaban a los detenidos en los genitales; en realidad, podía ser cualquier utensilio largo, envuelto en telas o lienzos de cuero. Por último, el cangrejo, además de ser un sabroso crustáceo, fue el instrumento que se utilizó en el cuartel Moncada para arrancar las uñas de los guerrilleros; en otros países, se le conoce con el nombre de la turca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario