En el siglo XVII, antes de que Europa resplandeciera con el Siglo de las Luces, lentamente empezó a cambiar el método con el que se enseñaba, superando la obsoleta pedagogía de aprenderlo todo de memoria para sustituirla por otra nueva basada en la experimentación. Uno de los mejores exponentes de aquel novedoso cambio de mentalidad fue un joven abogado francés llamado Bernard le Bouvier de Fontenelle (Ruán, 1657 – París, 1757) que, durante su juventud, trató de continuar la brillante carrera jurídica de su padre hasta que tuvo que defender su primer pleito; entonces comprendió que aquel no era su camino y abandonó el Derecho para siempre. Puede que se perdiera un buen jurista pero, afortunadamente, ganamos un excelente divulgador científico.
Decía Fontenelle que, por su naturaleza, el espíritu humano es curioso pero que también es inconstante y perezoso; por ese motivo, consideraba que para agradar a un lector había que incitar su curiosidad, prevenir su inconstancia –tratando diversos temas muy variados– y acomodarse a su pereza, siendo sencillos. Con esta fórmula, el escritor logró cautivar a toda Francia gracias a los ingeniosos diálogos que mantenían los personajes de sus Conversaciones.
Hoy en día, en plena era de la infoxicación digital, su planteamiento –transmitir el conocimiento de un modo sencillo, divulgativo y entretenido– continúa teniendo más vigencia que nunca aunque hayan transcurrido trescientos años.
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