A partir del siglo XVI, como consecuencia de la reforma religiosa que emprendieron Lutero, Calvino y Zuinglio, Europa atravesó una grave crisis religiosa que también afectó al oficio de los artistas. Los muros de las iglesias protestantes se despojaron de aquellos grandes cuadros y esculturas con pasajes de la Biblia que hasta entonces adornaban los templos católicos, para lucir la sobriedad de inmaculadas paredes. Al mismo tiempo, aquel cambio de tendencia también se reflejó en la sociedad que dejó de adquirir óleos de temática bíblica para decorar sus viviendas, sustituyendo las escenas del Antiguo Testamento por otras de carácter mundano que reflejaban su vida cotidiana. Ante esta nueva situación, los artistas no tuvieron más remedio que adaptarse a las circunstancias y comenzaron a pintar retratos de aquellas familias de ricos comerciantes y banqueros, con tanta competencia entre ellos que, en Holanda, en tiempos de Johannes Vermeer, se pagaba más caro un bulbo [de tulipán] que sus cuadros, como señaló Pierre Descargues (Historia del Arte. Barcelona: Salvat, 1974, vol. 7, p. 264).
Pero la situación más extrema no se vivió en los Países Bajos, ni en Suiza o en la multitud de Estados alemanes sino en la Inglaterra de Enrique VIII, a consecuencia de su ruptura con Roma cuando se estableció como Jefe de la Iglesia Anglicana. El fervor iconoclasta alcanzó su punto culminante durante el reinado de su hijo y sucesor, Eduardo VI, bajo el protectorado del Duque de Sómerset (Edward Seymour) cuando el Parlamento de Wéstminster aprobó una ley, en enero de 1550, ordenando que toda persona o personas que tengan en su poder cualesquiera imágenes en piedra, madera, alabastro o barro, talladas, esculpidas o pintadas, que no hubieran causado la desfiguración y destrucción de dichas imágenes, deberán ser condenadas por ello y penalizadas.
La destrucción de imágenes religiosas se mantuvo con nuevos decretos, a partir de 1570, hasta que, a mediados del s. XVII, el puritanismo iconoclasta empezó a desvanecerse con el estallido de la Guerra Civil. En este sentido es muy recomendable la lectura del libro Puritan Iconoclasm during the English Civil War, de Julie Spraggon (Suffolk: Boydell Press, 2003); en especial, su Anexo I, donde se incluye la legislación del Parlamento contra los monumentos de la superstición y la idolatría, como la Orden para reprimir innovaciones de 8 de septiembre de 1641.
La destrucción de imágenes religiosas se mantuvo con nuevos decretos, a partir de 1570, hasta que, a mediados del s. XVII, el puritanismo iconoclasta empezó a desvanecerse con el estallido de la Guerra Civil. En este sentido es muy recomendable la lectura del libro Puritan Iconoclasm during the English Civil War, de Julie Spraggon (Suffolk: Boydell Press, 2003); en especial, su Anexo I, donde se incluye la legislación del Parlamento contra los monumentos de la superstición y la idolatría, como la Orden para reprimir innovaciones de 8 de septiembre de 1641.
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