En dos pasajes de El Conde de Montecristo, el protagonista de la inmortal novela de Alexandre Dumas menciona la famosa agua-tofana, cuyo secreto conservan en Perusa algunas personas. Este personaje literario se refería al veneno que se vendió tanto en la ciudad italiana de Perugia como en Palermo, Nápoles y Roma; los cuatro escenarios principales donde se desarrolló la actividad criminal de unas célebres envenenadoras a las que, genéricamente, se denominó Tofanas por el nombre de la primera de estas asesinas –Thofania d'Adamo– que actuaron durante los siglos XVII y XVIII, transmitiéndose la composición para crear un veneno muy activo –como lo define el Diccionario de la RAE– insípido e inodoro que, por la sintomatología que ha llegado hasta nosotros parece que estaba constituida por arsénico y cantáridas; y que se comercializaba embotellándose en pequeños frascos que mostraban la imagen de algún santo, normalmente san Nicolás de Bari (REPETTO, M. Toxicología fundamental. Madrid: Díaz de Santos, 3ª ed., 1997, p. 4). Hoy en día, se ha puesto en duda que entre las distintas Tofanas existiera una relación de parentesco y se defiende la idea de que, simplemente, compartieron sus peculiares conocimientos como aprendices, unas de las otras, para lucrarse con este mortal negocio.
La primera envenenadora, Thofania d'Adamo, fue ejecutada en Palermo (Sicilia), el 12 de julio de 1633: torturada, ahorcada, descuartizada y arrojados sus restos a las bestias. Un buen ejemplo de la costumbre borbónica que imperaba en aquella época –digna heredera del pan y circo de los romanos– de entretener a la gente con feste, farina e forca (es decir, dándole al pueblo fiestas, mercados y ejecuciones para que se olvidaran de la política y dejarán gobernar a la élite). Adamo fue denunciada por una mujer que compró sus ponzoñas para envenenar a su marido, aliñándole con el agua tofana la ensalada pero –casualidades de la vida– ocurrió que, desconociendo las intenciones de su esposa, el hombre con el fin de gastarle una broma, cambió su plato de ensalada por el de ella. Así es que al final fue la esposa la que terminó envenenada y, al sentir que se moría, confesó su crimen y delató a su cómplice, descubriendo el singular negocio de la Gnura (anciana) Tofana (MUÑOZ PÁEZ, A. Historia del veneno: de la cicuta al polonio. Barcelona: Debate, 2012).
Su presunta hija o discípula, Giulia Tofana, se trasladó a Roma donde fue ejecutada en 1659 después de confesar que había vendido tantas pócimas de veneno como para matar a 600 hombres (con lo que, presuntamente, superaría el récord de Locusta). Posteriormente, otras mujeres siguieron el mismo camino del cadalso, la más conocida fue la palermitana Giovanna Bonnano, a la que se conoció como la Vieja del Vinagre (la vecchia dell'aceto). Murió ahorcada en 1789 al cometer el error de envenenar a un joven y ser engañada por la madre de la víctima, vendiéndole nuevos viales.
Pero sus conocimientos no murieron con ellas y llegaron a Francia de la mano del químico Exili y de Madeleine d'Aubray, la marquesa de Brinvilliers, que desató tal escándalo en la Corte de Versalles que el rey Luis XIV tuvo que crear un órgano judicial específico para juzgar estos casos: el Tribunal de Venenos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario