Al escribir sobre la presencia de Dios en las constituciones de Europa nos referimos –entre otras– a la ley fundamental irlandesa de 1937, cuyo preámbulo comienza con una invocación: En nombre de la Santísima Trinidad, de quien procede toda autoridad y a quien revierten como destino último todas las acciones tanto de los Estados como de los hombres. Nosotros, el pueblo de Irlanda, en humilde reconocimiento de todas nuestras obligaciones con Nuestro Señor Jesucristo, que mantuvo a nuestros padres durante siglos de pruebas (…) adoptamos, promulgamos y nos otorgamos esta Constitución. Más adelante, el Art. 44.1 regula que El Estado reconoce que el homenaje del culto público es algo debido a Dios Todopoderoso. Reverenciará su Nombre, y respetará y honrará la religión. Este fervor surgió en el siglo V cuando san Patricio (Pádraig, en gaélico) evangelizó Éire.
Al santo patrón de la isla esmeralda se le supone nacido en Dumbarton (Escocia, 387-493). Su madre era hermana de san Martín de Tours. En su juventud fue llevado a Irlanda como esclavo (…). Huyó y tuvo el privilegio de ser ordenado sacerdote por san Germán de Auxerre. El papa Celestino I [43º Papa de la Iglesia Católica (422-432)] [1] le envió a predicar a Irlanda, donde fundó numerosas iglesias, monasterios y obispados [2]. Para otros autores, esos datos no serían correctos; de hecho, los estudiosos de Patricio ni siquiera consiguen ponerse de acuerdo en la fecha de su llegada a Irlanda ni en la de su muerte. Algunos aseguran que desembarcó en las costas irlandesas en el 432 y que murió en 461, mientras que otros afirman que llegó en el 461 y falleció en el año 491. Es cierto que Patricio pasó su juventud, de los dieciséis a los veintidós años, como esclavo en Irlanda (…) era hijo de Calpornius, probablemente un bretón de ascendencia romana, decurión dentro de la burocracia de Roma (…) y, seguramente, pertenecía a lo que hoy en día daríamos en llamar “clase media alta” [3].
En esa nebulosa donde confluyen la historia y la leyenda, la tradición cuenta que el rey Laegaire Mac Neill ordenó a un hombre llamado Nuadu que matase a Odhran, seguidor del santo, para comprobar si éste aplicaba su propia enseñanza del perdón cuando se asesinaba a uno de los suyos o si, por el contrario, optaba por la venganza. Al conocer la noticia, Patricio trató de compaginar las leyes paganas con la palabra de Dios y afirmó: Nuadu ha de ser condenado a muerte por su crimen, pero su alma debe ser perdonada y enviada al cielo. A partir de aquel momento, el monarca, el santo y otras siete personas en representación de la nobleza, el clero y la justicia –incluido el legendario juez Dubthach maccu Lugair– emplearon tres años de trabajo para compilar las antiguas leyes que gobernaban la vida de Irlanda –las llamadas Brehon Laws (Leyes de los Jueces)– y adaptarlas a la doctrina cristiana.
El resultado fue el Código Senchus Mór [Shanahus More] que se adoptó en el año 438 y cuya normativa civil y penal –muy diversa: desde cómo elaborar la cerveza hasta los honorarios que debían abonarse a un abogado pasando por la regulación de la adopción o la indemnización por producir una lesión a otra persona– se mantuvo en vigor hasta la invasión cambro-normanda del siglo XII [4].
Notas: [1] SANTA SEDE. Pontífices. [2] CANDÓN, M. y BONNET, E. Vidas y milagros…. Escenas surrealistas en la vida de los santos. Madrid: Anaya, 1996, p. 323. [3] OSBORNE-McKNIGHT, J. Una leyenda celta. Historia de san Patricio de Irlanda. Barcelona: Plaza & Janés, 2000, p. 8. [4] JOYCE, P.W. A Smaller Social History of Ancient Ireland. 1906.
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