En otros in albis hemos tenido ocasión de comentar los cinco magnicidios de la España contemporánea (contra los presidentes Juan Prim, Antonio Cánovas del Castillo, José Canalejas, Eduardo Dato y Luis Carrero Blanco); así como otros atentados frustrados que sufrieron Fernando VII e Isabel II –al que, en 1847, se calificó como un hecho que desde los principios de la Edad Media no ha tenido lugar en España, porque ningún español desde aquella época turbulenta ha asestado sus tiros contra la sagrada persona del monarca; dato que resulta en parte erróneo porque, aunque no fuera con un arma de fuego, Juan de Cañamares intentó matar a Fernando II de Aragón y V de Castilla, el Católico, con una espada, en el Palacio Real de Barcelona, el 7 de diciembre de 1492–, así como Amadeo I, Alfonso XII, Alfonso XIII y el general Franco. Con esos precedentes, sólo quedaba pendiente referirse al atentado de Ibrahim Algerbí o El Guerbí contra los Reyes Católicos: Altos reyes poderosos de Castilla y de León, contra moros venturosos y en la santa guerra ansiosos, también Reyes de Aragón [en palabras del Cancionero del poeta aragonés Pedro de Marcuello, de 1502 (*)].
De acuerdo con la opinión que expuso José Enrique López de Coca Castañer –catedrático de Historia medieval de la Universidad de Málaga– en la lección inaugural que pronunció el curso 2008-2009, los hechos ocurrieron el 20 de junio de 1487 durante el sitio de Málaga, dos meses antes de que la ciudad –que, en aquel momento, formaba parte del Reino Nazarí de Granada– se rindiera definitivamente a las tropas cristianas.
Un hombre solicitó revelar a los soberanos cierta información confidencial sobre la asediada ciudad malagueña pero los soberanos no pudieron recibirlo y la guardia lo trasladó a la tienda de Dª Beatriz de Bobadilla, marquesa de Moya, que en esos momentos departía amigablemente con don Álvaro de Portugal. El moro dedujo que se trataba del rey y de la reina. Sin pensarlo dos veces empuñó un arma blanca que inexplicablemente llevaba y arremetió contra don Álvaro, haciéndole una herida profunda en la cabeza. Acto seguido se volvió contra Dª Beatriz y le propinó una estocada sin herirla, pues el filo del arma resbaló sobre el pesado recamado de sus vestidos. Pero antes de que pudiera repetir el golpe, el magnicida fue acuchillado y muerto por algunos soldados [los que lo “hicieron pedazos” fueron Martín de Leceña, Luis Amar de León y Tristán de Ribera] que acudieron al oír los gritos de la marquesa. Sus restos mortales fueron lanzados sobre la ciudad mediante una catapulta [un trabuco o máquina de guerra que se usaba antes de la invención de la pólvora, para batir las murallas, torres, etc., disparando contra ellas piedras muy gruesas]. Los sitiados respondieron matando a un cautivo cristiano y echando su cuerpo fuera, atado a la grupa de un asno.
Con una amplia base documental, López de Coca considera que el comportamiento de Ibrahim Algerbí –un “santón” que, al parecer, procedía de la isla tunecina de Yerba aunque vivía de ermitaño en la ciudad granadina de Guadix– respondía al modus operandi de la secta ismailí que sembró el terror entre los gobernantes musulmanes y cristianos del Próximo Oriente en la época de las Cruzadas. En el ismailismo el crimen tenía un carácter ritual, casi sacramental. Los ejecutores usaban armas blancas, preferentemente dagas, en vez de veneno o proyectiles. Tenían que acercarse a sus objetivos y eran atrapados casi siempre porque no intentaban escapar. Antes de cometer sus crímenes se ganaban la confianza de las víctimas.
Sillería baja del coro de la catedral de Toledo con la escena del atentado. |
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