En 1939, Yvon Samuel (1915-2006) defendió su tesis Les Amoureux des criminelles: L'enclitophilie [Los amantes de los delincuentes: La enclitofilia] para obtener el título de Doctor en Medicina por la Universidad de Lyon (Francia); su trabajo lo dirigió el catedrático Jules Guiart (1870-1965) y, ese mismo año, la Librería Maloine de París publicó aquella investigación con un prólogo escrito por Edmond Locard (1877-1966). Un año antes, el autor de esta introducción –médico, director del Laboratorio de Policía Científica de Lyon y célebre por haber expresado que todo contacto deja su rastro– ya había empleado aquel término –la enclitofilia– en la revista Giustizia Penale (IV, fasc. VIII, 1938) y, dos años más tarde, volvió a mencionarlo en su Traité de criminalistique (Vol. VII), de 1940; de modo que, habitualmente, se le suele atribuir al Dr. Locard el mérito de haberlo acuñado pero, teniendo en cuenta el contexto en el que surgió ese neologismo, no sería extraño que cualquiera de los otros dos médicos también hubieran participado en su proceso de creación.
Desde un punto de vista etimológico, la enclitofilia se podría traducir del griego como “amor reprobable” y, en la primera mitad del siglo XX, se empleó para referirse a la parafilia que consistía en mantener una relación afectiva, morbosa o sexual entre los reclusos y los funcionarios de los establecimientos penitenciarios que los vigilaban o, por extensión, a las parejas que surgían entre los delincuentes violentos y cualquier ciudadano (en su mayoría, mujeres) cautivado por el comportamiento de aquel preso.
Esa atracción por personas violentas y peligrosas –basta con recordar las pasiones que levantaba Charles Manson (1934-2017) entre sus numerosas admiradoras, fascinadas por este siniestro líder, a pesar de haber sido condenado por homicidio en primer grado– también recibe los nombres de hibristofilia [partiendo del concepto griego de “Hibris”, sería la atracción por transgredir los convencionalismos o las reglas sociales] o, de manera más coloquial, síndrome de Bonnie y Clyde, en recuerdo de la conocida pareja de delincuentes de los años 30, en Estados Unidos, Bonnie Parker y Clyde Barrow. Otro autor francés Ivan-Claude Laroche prefería hablar, de forma más poética, de las consecuencias que tenía el “Prestige du crime” en su novela homónima, de 1946.
Para el criminólogo canadiense Philippe Bensimon [“Un phénomène tabou en milieu carcéral : l’hybristophilie ou les relations amoureuses entre détenus et membres du personnel”. En: Délinquance, justice et autres questions de société, 2016, pp. 10-12], la hibristofilia –que es el término que, al final, acabó imponiéndose para denominar a esta parafilia– puede graduarse en función de la intereacción que se establezca entre ambos sujetos (por lo general, un delincuente y una mujer):
- Por un lado, habla de la hibristofilia pasiva como la delirante atracción, prohibida y afrodisíaca, (…), carnal y romántica, por la imagen rebelde del matón que, símbolo e icono supremo en el mundo cinematográfico, trastorna todas las reglas del orden establecido. Esta pasividad se muestra regularmente a través de esas miles de mujeres, una verdadera histeria colectiva, que mantienen correspondencia generalmente destinada a casos graves, incluso muy graves, como los asesinos sexuales que tienen casi todas sus groupies y otros clubes de fans; y
- Por otro, la hibristofila agresiva: una relación venenosa, perversa y letal, en oposición a una fantasía amorosa, platónica o que termina en un matrimonio, encontramos lo que los medios de comunicación describen: pareja maldita, dúo infernal, monstruos de dos cabezas. En general, una complicidad en un acto criminal importante donde la mujer participará activamente en agresiones sexuales a menudo cometiendo uno o más asesinatos. Este dúo generalmente se basa en la sexualidad depravada donde la víctima puede ser un niño, una mujer o un joven.
En la ficción, un personaje que representa muy bien esta parafilia lo encontramos en los cómic de Batman con la evolución hibristofílica de la doctora Harleen Frances Quinzel [que] intentó sanar al Joker, pero finalmente fue ella quien cayó en la locura transformándose en Harley Quinn [LÓPEZ GOBERNADO, C. J. “Criminología cultural: políticas públicas de seguridad en Gotham”. En AA.VV. III Anuario Internacional de Criminología y Ciencias Forenses. Valladolid: SECCIF, 2018, p. 145].
¡Excelente reseña!
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