En anteriores in albis ya hemos tenido ocasión de referirnos a algunos de los tesoros jurídicos que se muestran en el British Museum de la capital inglesa; desde la Piedra de Rosetta (la célebre estela que ayudó a descifrar el significado de los jeroglíficos es, en realidad, un Decreto del faraón Ptolomeo V Epífanes que se promulgó en Menfis, el 27 de marzo de 196 a.C.) hasta el Papiro de Hunefer (el conocido Juicio de Osiris del Libro de los Muertos, realizado en Tebas, entorno al 1275 a.C., durante la XIX Dinastía); pasando por el Cilindro de Ciro (que en el siglo VI a.C. permitió la libertad de cultos a sus súbditos) o documentos menos conocidos como el laudo de Londres sobre la frontera castellano-navarra, de 16 de marzo de 1177 (Alfonso VIII de Castilla y Sancho VI de Navarra acordaron someter sus diferencias sobre los límites territoriales de ambos reinos al arbitraje de Enrique II Plantagenet de Inglaterra).
Hoy vamos a centrarnos en la pieza número 131.236 que el museo adquirió en 1953. Es una pequeña tablilla de arcilla de 11,6 x 5 cm (2,6 cm de grosor), fechada en el año 1750 a.C., procedente de la campaña de excavaciones que llevó a cabo el arqueólogo británico sir Leonard Woolley (1880-1960) en la ciudad de Ur (actual Iraq) de la que salió el profeta Abraham en busca de la Tierra Prometida.
La denominada «Tablilla de Ea-Nasir» –coetánea del Código de Hammurabi– es la primera queja formulada por un consumidor de la que se tiene constancia documental. Se escribió en acadio, con caracteres cuneiformes sobre barro cocido, por un hombre llamado Nanni para mostrar su disconformidad con la mala calidad de los lingotes que el comerciante Ea-Nasir, el mercader de cobre más importante de Ur [1], le había entregado a su intermediario Gimil-Sin (“el mensajero”); y por el retraso que sufrió con la nueva remesa que le envió desde el Golfo Pérsico [Ea-Nasir adquiría el cobre cerca del actual Bahréin] al Sur de Mesopotamia.
El insatisfecho cliente escribió lo siguiente: (…) Dijiste: «Le entregaré unos buenos lingotes a Gimil-Sin». Esto es lo que dijiste, pero no lo has hecho; le ofreciste malos lingotes a mi mensajero, diciendo «O lo tomas o lo dejas». ¿Quién soy para que me trates así? ¿Acaso no somos ambos unos caballeros? [1].
Como vemos, el cliente no solo se lamentaba de la mala calidad del cobre sino, sobre todo, del desprecio con el que había sido tratado por el vendedor de los lingotes; por lo que decidió dejar constancia de su queja por escrito y depositar aquella tablilla en el Templo dedicado a Shamash –el Dios de la Justicia– ejerciendo su derecho a rechazar los bienes adquiridos y, por incumplimiento de las obligaciones del comerciante, a la devolución de la cantidad que le había abonado.
Cita: [1] BERNSTEIN, W. J. Un intercambio espléndido: Cómo el comercio modeló el mundo desde Sumeria hasta hoy. Barcelona: Ariel, 2010, p. 43.
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