miércoles, 23 de junio de 2021

El primer juicio a un Jefe de Estado por crímenes de guerra

Hoy en día –con el precedente de los Tribunales de Nuremberg y Tokio, creados en 1945 y 1946 para juzgar a los principales responsables alemanes y japoneses acusados de cometer «crímenes contra la paz, crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad» durante la II Guerra Mundial– la competencia de la Corte Penal Internacional se limita a los crímenes más graves de trascendencia para la comunidad internacional en su conjunto, entendiendo como tales el genocidio, los crímenes de lesa humanidad, los crímenes de guerra y la agresión (Art. 5 del Estatuto de Roma de la CPI, hecho en la capital italiana el 17 de julio de 1998). En ese marco, su Art. 8 enumera una serie de actos contra personas o bienes protegidos por las disposiciones del Convenio de Ginebra de 12 de agosto de 1949 que se considera que son «crímenes de guerra»; por ejemplo, el homicidio intencional; la tortura o los tratos inhumanos, incluidos los experimentos biológicos; el hecho de causar deliberadamente grandes sufrimientos o de atentar gravemente contra la integridad física o la salud; o  la destrucción y la apropiación de bienes, no justificadas por necesidades militares, y efectuadas a gran escala, ilícita y arbitrariamente.

Aunque la mayor parte de estos conceptos se corresponden con tipos penales acuñados en el siglo XX, las conductas que se describen y que ahora se enjuician en La Haya han existido –como es obvio– desde la Antigüedad más remota; pero no fue hasta mediados del XVII cuando, por primera vez, se acusó a un rey de «tirano, traídor y asesino. (…) enemigo público para la buena gente de esta nación», siendo juzgado por un tribunal que lo condenó a muerte.

La profesora Rodríguez Moya lo narra y describe con sumo detalle: En noviembre de 1648, mientras Carlos I [el rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda, perteneciente a la Casa de los Estuardo] celebraba su cumpleaños preso en la Isla de Wight, se negociaban en Londres los términos de un posible tratado de paz entre el Parlamento y el Rey tras la encarnizada guerra civil (…). Se pretendía que el país fuera gobernado por el Parlamento despojando prácticamente al rey de todo su poder. Con este ambiente contrario al monarca (…), el 4 de enero de 1649, el poder legislativo adoptó una proclama en la que declaraba que el pueblo era la fuente de todo poder y que el Parlamento lo representaba. El 6 de enero, día de los Reyes, redactaba el Acta [Ley] por la que se ordenaba el juicio al rey en la Camera Depicta –las pinturas murales de esta «Painted Chambers» se perdieron casi en su totalidad en el incendio de 1834 [1]– una lujosa habitación pintada al fresco que usaban los monarcas como lugar de descanso en Westminster, donde se plasmaban escenas de la Biblia y de la vida de los Santos. (…).

Comenzado el juicio, los Comisionados se pusieron de acuerdo en leer ante el monarca el Acta de los Comunes de Inglaterra que les otorgaba autoridad en el nombre del pueblo inglés, con la previsión de que el rey se negaría a acatarla. De este modo, planearon también cómo reaccionarían ante la probable negativa del monarca de reconocer su autoridad, especialmente mediante un gesto significativo: no se quitarían el sombrero en su presencia. (…) El veredicto fue rápido y se le consideró culpable de haber ejercido su poder con tiranía contra los derechos y libertades del pueblo, además de ser responsable de todas las traiciones, asesinatos, rapiñas, incendios y daños ocasionados a la nación durante la guerra. (…) El 16 de enero, ante la negativa del monarca a considerar siquiera la validez del tribunal, se le condenó a morir por decapitación. El lugar elegido fue la fachada del Banqueting Hall, un lugar muy significativo para la dinastía Estuardo, pero también un espacio resguardado y cerrado, que permitiera controlar al pueblo que pudiera concentrarse en el lugar. La fecha elegida para cumplir la sentencia fue el 30 de enero.

El día anterior el monarca se había despedido de sus hijos. En la mañana del día fatídico se dispuso a salvar su alma, recibiendo el Santo Sacramento, escuchando la lectura del capítulo 27 de San Mateo que correspondía a dicho día según el Libro de Plegarias, y que casualmente se refería a la Pasión del Señor. El rey fue llevado entonces a Banqueting Hall, donde tuvo que esperar varias horas en sus sótanos. Finalmente se le condujo al cadalso, donde se le permitió leer un pequeño discurso en el que declaró su fe y pidió a los regicidas que se preocuparan por la paz del reino. Rezó y se puso su pequeño gorrito para que el cabello no impidiera el buen corte del hacha. A continuación le dio la señal al verdugo para que procediera a cortarle la cabeza, quien la mostró al público tras asestarle el golpe. Inmediatamente dos compañías de caballería procedieron a dispersar a la multitud, pero algunos espectadores se abalanzaron sobre la sangre derramada del rey para mojar sus pañuelos y para recoger la tierra que se había empapado [2].


Recordemos cómo se llegó hasta ese momento. Tras la muerte de la reina Isabel I en 1603, sin haber tenido descendencia, accedió al trono Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia, hijo de María Estuardo. Con él comenzó la Casa de los Estuardo que sucedió a los Tudor. El segundo monarca de la nueva dinastía debería haber sido el Príncipe de Gales, Enrique Federico, pero falleció siendo adolescente y la corona recayó en el segundogénito, Carlos, Duque de York, nacido en Escocia, en 1600, que fue nombrado rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda, en 1625, al morir su padre, Jacobo. El historiador François Guizot lo definió como un rey digno de respeto por mas que gobernó mal é injustamente á sus pueblos [3]. Por su parte, Chesterton nos recuerda que: (…) el rey Jacobo I era tan pedante como escocés; pero no se ha reparado en que Carlos I tampoco era menos pedante, siendo tan escocés como el otro. También poseía las virtudes escocesas: valor, dignidad sencilla, afición a las cosas intelectuales. Lo que tenía de escocés, lo tenía de antiinglés. (…) Desde el principio trató con el Parlamento como con un enemigo declarado, y acaso como con un extranjero [4].

El movimiento parlamentario de Inglaterra se reduce así a un asunto entre caballeros, señores y sus recientes aliados los mercaderes. Aquellos señores podían tomarse a sí mismos como los jefes verdaderos y naturales de los ingleses, pero eran unos jefes que no consentían desorden en las filas (..). Como el Parlamento se fundaba en el poder del dinero, Carlos apeló al poder de la espada, y al principio no le iba mal; pero pronto la fortuna cambió, ante la riqueza de la clase parlamentaria, la disciplina del nuevo ejército y el genio y la paciencia de Cromwell [4].

Los Parlamentos de Carlos I son más independientes que cuantos le precedieron. Los hombres que los componen, casi todos “squires”, cultos y religiosos, conocen y veneran la Ley común. (…) el principio de superioridad de la ley sobre el Rey. Estos parlamentarios respetan las formas tradicionales, se arrodillan respetuosamente ante el soberano, mas están decididos a que la voluntad del Parlamento decida siempre en última instancia [5].

Las fricciones entre el soberano y el Parlamento provocaron que durante el reinado de Carlos I estallaran la Primera Guerra Civil (1642-1646), y particularmente a lo largo de la Segunda (1648-1649),  [cuando] fueron consolidándose en el sector puritano, y especialmente en el llamado sector independiente, formulaciones que no solo cuestionaban al monarca reinante, sino a la monarquía como institución. La idea de que la autoridad del Parlamento no estaría segura mientras el monarca siguiese existiendo físicamente fue ganando terreno progresivamente [6].

El 20 de enero de 1649 se abrió el proceso del rey. La acusación decía: «Que Carlos Estuardo, Rey de Inglaterra, habiendo recibido un poder limitado de gobernar según las leyes del reino y no de otro modo, había hecho la guerra al Parlamento, traidora y maliciosamente, y que, pues era el artífice de aquella guerra, resultaba culpable de todas las traiciones, muertes y rapiñas durante la misma guerra cometidas» [5]. En pocas sesiones, el monarca fue considerado tirano, traidor y asesino y condenado a ser ejecutado separándole la cabeza del cuerpo [7].


(…) La ejecución del monarca el 30 de enero certifica la ruptura con el viejo orden, que se oficializa el 17 de marzo con el Act Abolishing Kingship –que declaró que el cargo de rey era innecesario, gravoso y peligroso para la libertad, la seguridad y el interés público del pueblo– fundamentándose la nueva República de Inglaterra el 19 de mayo en la Act Declaring and Constituting the People of England to be a Commonwealth and Free State, dirigida por Oliver Cromwell que llegaría ser nombrado Lord Protector y, con el tiempo, acabó estableciendo de forma encubierta una nueva e ilegítima monarquía [6].

Aquella República [Mancomunidad de Inglaterra (Commonwealth of England)] acabó con la Restauración de la monarquía, en 1660, en la figura de Carlos II, hijo del monarca ejecutado. Los jueces y acusadores del rey fueron condenados por traición y eviscerados (ahorcados, destripados y descuartizados) en Charing Cross en presencia de su hijo [8]; entre ellos, el cadáver del propio Cromwell, fallecido en 1658, que fue exhumado de la abadía de Westminster y ejecutado póstumamente el 30 de enero de 1661 para que la fecha coincidiera con la decapitación de Carlos I.

Citas: [1] BINSKI, P. “The Painted Chamber at Westminster, the fall of tyrants and the English literary model of governance”. En: Journal of the Warburg and Courtauld Institutes, 2011, vol. 74, p. 121. [2] RODRÍGUEZ MOYA, I. “Regicidios. Carlos I estuardo y la iconografía del rey traidor al rey mártir”. En: Entre los mundos: Homenaje a Pedro Barcelo. Besançon: Institut des Sciences et Techniques de l'Antiquité, 2017, pp. 564 a 566. [3] GUIZOT, F. Historia de la república de Inglaterra y de Cromwell: desde su instalación hasta la muerte del protector. Madrid: Imprenta de Fernando Gaspar, 1858, p. 7. [4] CHESTERTON, G. K. Pequeña Historia de Inglaterra. Librodot, p. 83. [5] MAUROIS, A. Historia de Inglaterra. Barcelona: Ariel, 2007, pp. 292, 293 y 321. [6] BALLESTER RODRÍGUEZ, M. “Los ecos de un regicidio. La recepción de la revolución inglesa y sus ideas políticas en España (1640-1660)”. En: Revista de Estudios Políticos, 2015, vol. 170, p. 95. [7] MARTÍNEZ RODRÍGUEZ, M. Á. La cuna del liberalismo. Las revoluciones inglesas del s. XVII. Barcelona: Ariel, 1999, pp. 113 y 114.[8] ROBERTSON, G. Crímenes contra la humanidad. La lucha por una justicia global. Madrid: Siglo XXI, 2008, pp. 6 y 7.

Pinacografía: Edward Bower | Charles at his trial (1649). William CaponThe Painted Chamber (1799). Anthony van Dick | Charles I in Three Positions (1635–1636). Paul Delaroche | Cruel necessity (1831).

1 comentario:

  1. Los regicidas del rey carlos I, fueron condenado por alta traición contra la corona, sus bienes fueron confiscados, y familias fueron clasificados como infames. No lograron destruir la iglesia anglicana, y imponer puritanismo. Fracasaron

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