Para algunos grupos sociales, que antes de acceder a la vida estatal autónoma no han tenido un largo periodo de desarrollo cultural y moral propio e independiente (como en la sociedad medieval y en los gobiernos absolutos se hacía posible por la existencia jurídica de los Estados u órdenes privilegiadas), un periodo de estatolatría es necesario e incluso oportuno: esta "estatolatría" no es más que la forma normal de "vida estatal": de iniciación, al menos, en la vida estatal autónoma y en la creación de una "sociedad civil" que no fue históricamente posible crear antes del acceso a la vida estatal independiente. Sin embargo, esta "estatolatría” no debe ser abandonada a sí misma, no debe, especialmente, convertirse en fanatismo teórico y ser concebida como "perpetua": debe ser criticada, precisamente para que se desarrolle y produzca nuevas formas de vida estatal, en las que la iniciativa de los individuos y grupos sea "estatal" aunque no se deba al "gobierno de funcionarios" (hacer que la vida estatal se vuelva "espontánea”) [1].
Aunque esta “idolatría al Estado” alcanzó su mayor notoriedad con los cuadernos del escritor sardo, el concepto fue empleado por otros autores en diversos contextos; por ejemplo: el Papa Pío XI reaccionó a los ataques condenando públicamente. al Régimen de Mussolini como “statolatria pagana” en la encíclica “Non abbiamo bisogno” (1931) [2]; y el economista de origen austriaco Ludwig von Mises (1881-1973), por su parte, vinculó los conceptos de statolatry o etatism –en especial en su libro Gobierno omnipotente: El ascenso del estado total y la guerra total (de 1944)– con la idea de que: (…) el Estado siempre tiene razón y el individuo siempre se equivoca. El Estado es el representante de la comunidad, de la justicia, de la civilización y de la sabiduría suprema. El individuo es un pobre desgraciado, un loco vicioso (…). O bien cuando el economista se plantea la siguiente paradoja: «El ciudadano individual cuando viola una ley de su país es un criminal que merece castigo, ya que ha actuado en su propio beneficio egoísta. Pero la cuestión es muy distinta si un funcionario elude las leyes de la nación debidamente promulgadas en beneficio del Estado (…)» [3].
Citas: [1] GRAMSCI, A. Cuadernos de la cárcel. Tomo 3. Ciudad de México: Ediciones Era, 1984, pp. 282 y 283. [2] SAVARINO, F. “Nacionalismo, fascismo, iglesia y religión católica en Italia (1913-1943). En: AA.VV. Iglesia católica: anticlericalismo y laicidad. Ciudad de México: UNAM, 2014, p. 226. [3] VON MISES, L. Burocracia. Madrid: Unión Editorial, 1974, pp. 103 y 104.
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