domingo, 5 de diciembre de 2010

Dichos y hechos (jurídicos)

El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define dicho como la palabra o conjunto de palabras con que se expresa oralmente un concepto cabal; en ese sentido, la sabiduría popular ha ido acumulando, con el paso de los años, un gran acervo de frases como: Es mejor un mal acuerdo que un buen pleito; A la Justicia y a la Inquisición, chitón; Pagar justos por pecadores; Pleito evitado, pleito ganado... o el que mencionó Quevedo: Donde no hay Justicia es peligroso tener razón. Veamos los hechos que originaron algunos otros dichos.

Durante la Edad Media, cuando aparecía el cadáver de una persona y la justicia no podía determinar quién había sido el causante de aquella muerte, el juez sancionaba al pueblo donde se hubiera encontrado el cuerpo a tener que pagar los gastos que ocasionaran tanto el entierro como el funeral; todo a costa de las pobres arcas municipales. Como era de esperar, aquella sanción –llamada homicisium– avivó el ingenio de los parroquianos de modo que, cuando alguien aparecía muerto dentro de su término, se llevaba el difunto a otro pueblo para librarse de cualquier responsabilidad. Desde entonces solemos decir que le cargamos el muerto a otro.

Una segunda locución que también procede de tiempos medievales tiene su origen en la camisola de color verde que vestían los miembros de la Santa Hermandad. En tiempos de Isabel la Católica, las Cortes de Madrigal (Ávila) crearon en 1476 este cuerpo de soldados de elite que logró restablecer el orden en los caminos de toda la Corona gracias a la severidad de los castigos que imponía y a la disciplina de su organización, tan excelente que incluso llegó a jugar un importante papel en la toma de Granada; sin embargo, con el paso de los años, las cuadrillas de soldados fueron perdiendo su antigua eficacia al admitir en sus filas a elementos, digamos, poco recomendables; de ahí que el propio término de cuadrilla no se refiera tan sólo a que patrullaban en grupos de cuatro sino que ha llegado hasta nosotros cargado de un matiz peyorativo. Se dejó que los criminales actuaran con tanta impunidad que los aldeanos sólo podían valerse por si mismos sin esperar a que apareciesen aquellos soldados que siempre llegaban tarde. De ahí que aún se diga: a buenas horas, mangas verdes.

Una vez detenidos, los reos eran encerrados en la cárcel y se les encadenaba con un cepo de hierro llamado brete, para que no pudieran huir; aquella costumbre dio lugar a otra expresión medieval que todavía perdura: poner en un brete, cuando alguien se mete en un atolladero del que resulta difícil escapar.

Por último, terminamos con un refrán que ya mencionó Cervantes en el prólogo de la segunda parte de El Quijote nos recuerda que el castigo disuade al malhechor de no volver a realizar determinadas conductas. Cuentan que había en Córdoba un loco que tenía por costumbre llevar encima de la cabeza un pedazo de losa de mármol y que, topando con algún perro descuidado, se ponía a su lado y –a plomo– dejaba caer el peso sobre el pobre animal. Amohinábase el perro y, dando ladridos y aullidos, no paraba en tres calles. Sucedió que entre los perros en los que descargó su carga uno era de un bonetero (fabricante de bonetes), a quien quería mucho su dueño. Bajó el canto, diole en la cabeza, alzó el grito el molido perro, violo, y sintiólo su amo, asió de una vara de medir, y salió al loco, y no le dejó hueso sano; (...) y envió al loco hecho una alheña (molido a golpes). El malhechor parece que escarmentó y tardó más de un mes en volver a salir a la plaza; pero, al cabo del tiempo, volvió con su invención y con más carga. Llegó donde estaba el perro, mirándole fijamente y, sin atreverse a descargar la piedra, recordó el castigo y no soltó más el canto. Desde entonces se dice que el loco, por la pena es cuerdo.

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