miércoles, 8 de diciembre de 2010

El código de El Gran Turco

Durante la primera mitad del siglo XVI dos poderosos hombres se repartieron el gobierno de gran parte del mundo ante la atenta mirada de otros personajes históricos como el rey francés Francisco I, los reformistas Lutero y Calvino, artistas de la talla de Leonardo y Miguel Ángel o el pirata Barbarroja. Eran el emperador Carlos I de España –V de Alemania– y el sultán del imperio otómano Solimán I el Magnífico.

El Gran Turco gobernó de 1520 a 1566 un inmenso territorio que abarcaba desde Argel hasta el Cáucaso y de Budapest a Bagdad, con toda la fastuosidad de las monarquías occidentales y una gran prosperidad, gracias a su ingenio, su habilidad como estratega y su actividad legislativa. En su capital, Estambul, levantó un complejo de palacios y edificios oficiales rodeados de jardines junto al Cuerno de Oro –el Serrallo– donde trabajaban cerca de 80.000 personas tras unas murallas cerradas por una impresionante entrada que acabó dando nombre a toda la Corte otómana: La Sublime Puerta.

Solimán I reformó el sistema tributario y la administración de justicia con un código de normas –el Kanun-i-osmani– que recopiló a mitad de su reinado, entre 1534 y 1545, teniendo en cuenta diversos antecedentes: las compilaciones de Justiniano (s. VI), la tradición turca de las Türe, las reglas mongolas de La Yasa, la Sharía musulmana –inspirada en el Corán– y la recopilación normativa de Mehmet II el Conquistador (S.XV). El código atenuó muchos de los castigos previstos hasta entonces, reduciendo los delitos que terminaban con la flagelación del condenado y estableciendo penas máximas más duras para los delincuentes que fuesen cristianos o judíos –los llamados zimmis– que para los propios musulmanes. Algunas de aquellas penas todavía se mantienen en vigor en los países islámicos como marcar a fuego a los proxenetas o amputar la mano a determinados ladrones.

Gracias a esa labor normativa, a Solimán se le conoce en Turquía como Kanuni (el legislador). Actualmente, su cuerpo descansa en el cementerio de la mezquita imperial de Süleymaniye –levantada en su honor por el arquitecto Sinán en apenas siete años– rodeado de los hospitales, escuelas y baños que mandó construir en Estambul este polifacético sultán.

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