martes, 14 de agosto de 2012

El mal juicio de Caya Afrania

Aunque muchos pueblos de la antigüedad –como los caldeos, persas, egipcios o hebreos– contaron con figuras semejantes a nuestros abogados e incluso llegaron a tener defensores caritativos que ayudaban a los pobres; fue en Grecia donde la abogacía alcanzó su verdadera entidad y el status de profesión. En Atenas se estableció la primera escuela jurídica y dos de sus más renombrados estadistas destacaron también en la abogacía: Solón, que redactó en el siglo VI a.C. la primera reglamentación de este oficio, aunando aspectos jurídicos y religiosos; y Pericles, el gran político y estratega, al que se suele considerar como el primer abogado profesional.

En Roma, los llamados patroni, causidici o advocati –de donde procede la actual denominación– continuaron ejerciendo una profesión que cada vez se especializaba más; por esa razón, en tiempos de Justiniano, el Digesto ya exigía estudiar durante cinco años y aprobar un examen final, oral, para ejercer. Si el alumno superaba esta prueba, inscribía su nombre en una tablilla y entraba a formar parte del Orto o Collegium Togatorum, una corporación similar a los actuales Colegios de Abogados. El nuevo letrado, vestido con una toga blanca, ya podía acudir al Foro con otros togati como Plinio, Craso, Quinto Hortensio Hórtalo o el más famoso de todos: Cicerón.

¿Se trataba de una profesión exclusiva de los hombres? En principio, no; las mujeres ejercieron la abogacía hasta que se produjo un hecho casi anecdótico que les impidió trabajar en este oficio: durante la celebración de un juicio, una abogada llamada Caya Afrania –esposa del senador Licinio Buccio y coetánea de Cicerón– molestó tanto al pretor, con sus encendidos alegatos, calificados de irrespetuosos y temerarios, que un edicto prohibió el ejercicio de esta profesión a todas las mujeres, excepto para defenderse a si mismas en sus propias causas. De poco sirvieron los alegatos de otra abogada –Hortensia, hija del célebre jurista Hortensio– porque la prohibición se mantuvo desde entonces hasta la Edad Contemporánea.

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