martes, 20 de agosto de 2013

Los testículos de los testigos romanos

Una leyenda urbana que se ha difundido ampliamente gracias a internet afirma que, en la antigua Roma, cuando un hombre era citado a juicio para declarar como testigo, tenía que agarrarse los testículos con las manos para jurar ante el tribunal que su testimonio iba a ser verdadero; este curioso gesto habría sido el origen etimológico que compartirían las voces testigo, testificar, testimonio, testosterona y testículo. En realidad, esta anécdota no parece que sea cierta; se trataría, sin más, de un buen ejemplo de homofonía: palabras que suenan de igual modo pero que difieren en su significado (como el verbo "tuvo" y el cilindro "tubo"). En la amplia bibliografía latina que se ha conservado hasta nuestro tiempo no se ha documentado ninguna referencia a esta supuesta forma de prestar testimonio basado en la virilidad masculina; en cambio, sí que existen juramentos de mujeres que ejercieron de testigos y numerosas declaraciones de varones en las que se juró decir la verdad haciendo mención a diversos dioses del panteón romano, en especial, a Júpiter; e incluso sosteniendo una simple piedra que arrojaban al suelo.

El origen de la confusión podría deberse a que el nombre de las gónadas masculinas procede del latín testiculus [compuesto de testis y el sufijo culus] que, en algún momento, se confundió con el plural de testis [testigo].

Ese juego de palabras es tan antiguo que podemos encontrar un ejemplo en la tragicomedia Anfitrión escrita por el dramaturgo romano Plauto en el siglo III a.C. para narrar el nacimiento de Hércules. La protagonista, Alcmena, recibe en su cama al que ella identifica como su esposo, Anfitrión, un general de Tebas (Grecia) que regresa de la guerra; pero en realidad, no se trataba de él sino de Zeus metamorfoseado para tratar de conquistarla. Cuando el verdadero esposo llegó a su alcoba al día siguiente, se quedó tan desconcertado por la frialdad con la que fue recibido por su mujer –lógicamente, ella pensaba que ya habían estado juntos la noche anterior– que comenzó a sospechar que la habían sido seducido durante su ausencia. Tras una serie de malentendidos y reproches, ella le dice: Mihi quoque adsunt testes, qui illud quod ego dicam adsentiant [Yo también tengo testigos que pueden ratificar lo que afirmo] en referencia a los testículos de su marido que bien podían declarar como testigos de lo que sucedió la noche previa. Desde entonces, el malentendido producido por aquel doble sentido se ha conservado hasta la actualidad.

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