miércoles, 30 de abril de 2014

La Biblia tributaria (I)

Junto a la histórica ciudad señorial y burguesa de palacios y grandes monumentos, en la capital de la Toscana (Italia) convive otra Florencia de callejuelas tranquilas, alejadas de la nobleza, donde la gente siempre ha llevado una vida más sencilla y humilde. Es el barrio de Oltrarno y su centro es la plaza dedicada a la Virgen del Carmen donde, en el siglo XIII, se levantó la pequeña iglesia del Carmine. Dos siglos más tarde, Felice Brancacci –un rico comerciante de sedas y cónsul del mar– contrató a dos artistas para que decorasen su capilla familiar con frescos sobre la vida de san Pedro; como patrón de la profesión que ejercía el mecenas: el comercio marítimo. El encargo se realizó en 1423 pero los pintores no comenzaron a perfilar los frescos sobre las paredes hasta casi dos años más tarde, cuando un maestro y su aprendiz, tocayos y paisanos de la cercana villa de Valdarno empezaron con las obras: se llamaban Tomasso di Cristoforo Fini, llamado Masolino (1383-1440) y Tomasso di Ser Giovanni di Mone (1401-1428), más conocido –despectivamente– por el apodo de Masaccio, un juego de palabras a partir de su nombre, Tomasaccio, que en castellano y muy libremente podría traducirse como Tomasucio, porque se dice que el desaliñado joven descuidaba su higiene personal al evadirse con el arte.

Hoy en día, la pequeña Capilla Brancacci forma parte de la Historia del Arte porque la contribución de Masaccio sentó las bases del posterior Renacimiento, rompiendo con la rigidez establecida por el Gótico, gracias al notable empleo de la perspectiva y el uso del claroscuro (chiaroscuro) con el que un único punto de luz era capaz de aportar luces, sombras y volúmenes a los personajes, representados con absoluta naturalidad; así logró que las figuras “se despegasen” del fondo, rodeándolas de aire para recrear las escenas con mayor realismo, un carácter monumental y un estilo tan sobrio como majestuoso donde cobran especial protagonismo los edificios, que sirven de marco a la historia que se intenta transmitir, y la expresión de los personajes, que ya no se muestran hermosos sino atormentados por algún sufrimiento. De esta forma, con apenas veintitantos años de vida, Masaccio se convirtió en una de las figuras más importantes de la pintura florentina del siglo XV y un autor al que, ya entonces, se le consideró “moderno”.


Una de las escenas que representó en la capilla fue El tributo. En un mismo escenario, el espectador contempla una curiosa composición que solo podría calificarse como vanguardista para su época porque muestra una multiplicación de secuencias desarrolladas en un mismo espacio [NIETO ALCAIDE, V. Tommaso Masaccio. Madrid: Historia Viva, 1993, p. 28] integrando tres acciones que se desarrollan en tiempos distintos. Junto al recaudador de impuestos –situado en el centro, de espaldas al espectador– aparecen san Pedro y Jesucristo en el preciso momento que podemos leer en el Nuevo Testamento: Al llegar a Cafarnaún, los cobradores del impuesto del Templo se acercaron a Pedro y le preguntaron: «¿El Maestro de ustedes no paga el impuesto?». «Sí, lo paga», respondió. Cuando Pedro llegó a la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: «¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes perciben los impuestos y las tasas los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?». Y como Pedro respondió: «De los extraños», Jesús le dijo: «Eso quiere decir que los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizar a esta gente, ve al lago, echa el anzuelo, toma el primer pez que salga y ábrele la boca. Encontrarás en ella una moneda de plata: tómala, y paga por mí y por ti». [Mt. 17, 24-27]. A la izquierda y alejado, en un segundo plano de la composición, aparece san Pedro agachado, extrayendo la moneda de la boca del pescado; y, a la derecha, vemos al ubicuo apóstol entregándole ya la pieza de plata al recaudador, para pagar el correspondiente tributo. Son tres escenas integradas en un mismo espacio que finge ser una sola unidad de acción. Un prodigio que se pintó a comienzos del siglo XV.

Este pasaje bíblico es una de las dos grandes menciones que las Sagradas Escrituras contienen sobre temas tributarios, junto al conocido pasaje del denario del César que veremos en otro in albis y sin olvidar el significativo capítulo 13 de la Carta de san Pablo a los romanos en la que, hace ya veinte siglos, se distinguía entre impuestos y tributos: Den a cada uno lo que le corresponde: al que se debe impuesto, impuesto; al que se debe tributo, tributo [Rom. 13, 6-7].

En cuanto al autor del fresco, es probable que si no hubiera fallecido tan repentinamente, en la actualidad estaríamos hablando de una figura clave del arte tan universal como Miguel Ángel o Leonardo; pero la misteriosa muerte de Masaccio en Roma, en 1428, nos privó de su genio. La única referencia que se ha conservado sobre su fallecimiento es una breve anotación del Catastro florentino, donde el pintor mantenía un pleito. La nota indica: Dicesi è morto a Roma (…) et dicesi di veneno d´anni 26 (se dice que murió en Roma (…) se dice que envenenado, con 26 años). [AA.VV. Dizionario enciclopedico dei pittori e degli incisori italiani. Turín: Mondadori, 3ª. Ed., 1990, Tomo VII, p. 254].

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