viernes, 4 de octubre de 2019

De ladrón a policía (II): Bazi al-Axhab (el bandolero andalusí)

Claudio Sánchez-Albornoz y Menduiña [Madrid, 1893 – Ávila, 1984] fue uno de los grandes historiadores españoles del siglo XX. Entre su amplia bibliografía sobre la Edad Media en la Península Ibérica, destacan los dos tomos de La España musulmana. Según los autores islamitas y cristianos, por la encomiable labor que realizó para divulgar la obra de los escritores medievales que narraron la vida de al-Ándalus. En el capítulo que dedica a las revoluciones cordobesas y la crisis de autoridad califal que conllevó el apogeo de las taifas –cuando se tallaron reinos o reinecillos de extensión y de vitalidad diversas; de los cuales, perduraron y ampliaron sus fronteras los reinos de Sevilla, Granada, Badajoz, Toledo y Zaragoza– reproduce una singular anécdota de bravura pícara que ocurrió en la capital del Guadalquivir y que narró el escritor argelino Al Maqqari (Tremecén, 1578 - El Cairo, 1632), en su libro Kitab Nafh al-tib, sobre el bandolero andaluz Bazi al-Axhab. Dice así [1]:

En la época de Al-Mutamid [poeta y rey abadí de la taifa de Sevilla (1039-1095)] vivió el famoso ladrón conocido por el Bazi al-Axhab (el Halcón Gris), en cuyo arte de hurtar todo era extraordinario. La gente del despoblado lo había tomado por caudillo.

Cuéntase (en la historia) de sus latrocinios, que una vez, a causa de un robo, fue atado en la cruz –en el al-Ándalus, según Eslava Galán [2], la crucifixión en vivo se llevaba a cabo sobre cruces en forma de T (taslib) pero, a diferencia de los romanos, aquí los condenados no eran clavados sino atados– por orden de Ben Abbad [el canciller (hachib)], quien dispuso que lo colocaran en un sitio transitado por la gente del poblado, para que lo vieran.

Mientras se hallaba en su madero, en tal situación, llegaron su mujer y sus hijas, quienes se pusieron a llorar a su alrededor, diciendo: "¿En qué manos nos dejas, para que perezcamos después de ti?”. Entonces apareció un beduino sobre un mulo, llevando un atado de ropa y de provisiones. (El bandolero) le gritó: "¡Señor!, ¡Mírame cómo estoy! Por ello necesito de ti algo que nos reportará provecho a ambos". -"¿Qué es?", le contestó. Díjole: "Mira aquel pozo. Cuando me echaron mano los guardias arrojé en él cien dinares. Quizá te las arregles tú para sacarlos. Están aquí mi esposa y mis hijas para tenerte tu mulo mientras extraes los dinares”.

Después de convenir con el bandolero que tomaría para sí la mitad del dinero, consiguió el beduino una soga y se descolgó en el pozo, pero, cuando llegó al fondo, la mujer del ladron cortó la soga. Quedó el beduino sorprendido, y se puso a dar voces (mientras que) la mujer tomó con sus hijas lo que había sobre el mulo y huyeron, llevándoselo.

En momentos que esto sucedía hacía mucho calor y (he aquí) que Alá movió a alguien a que acudiera en ayuda del beduino cuando las mujeres se habían perdido de vista y se habían puesto a salvo. Esa persona (que acudió en su auxilio) se ingenió con otra para sacarlo. Entonces le preguntaron lo que le había psado; y (les) dijo: “Ese malhechor me ha engañado, dando (oportunidad y) tiempo para que mujer y sus hijas se fueran con mis ropas y provisiones”.


Esta querella fue llevada a Ben Abbad, que quedó sorprendido ante ella, mandó que se hiciera comparecer a Bazi al-Axhab, y le dijo: “¿Cómo has hecho esto, encontrándote ya en garras de la muerte?”. Contestóle: “Mi Señor: si experimentaras la magnitud del placer que hallo en robar dejarías tu reino y te dedicarías a ello”. (El príncipe) lo maldijo y se rió. En seguida le expresó: “¿Si te pusiera en libertad, te ayudase y te diera lo necesario para vivir, te arrepentirías de tu vituperable ocupación?”. Le contextó: “¡Oh, mi Señor! ¿Cómo no habré de aceptar tu oferta y de arrepentirme si me salvas de la muerte?”. Entonces (Ben Abbad) lo tomó conforme a lo pactado y lo puso a la cabeza de (un grupo) de valientes, quedando (así) convertido (Bazi al-Axhab) en uno de los guardianes de los alfoces de la ciudad.

Aunque Al Maqqari situó esta anécdota en el Reino de Sevilla, durante la segunda mitad del siglo XI; otros autores la han adaptado contando la historia de un ladrón de Toledo, un salteador de caminos en la Alpujarra granadina o un pícaro arrogante que atemorizaba la comarca sevillana del Aljarafe. Siguiendo el argumento original que narró el escritor argelino, otros autores también han contado las cosas más extraordinarias de aquel famoso bandido como lo calificó el hispanista alemán Adolf Friedrich von Schack [3]; o han aportado su propio final –por ejemplo, el arabista holandés Reinhart P. Dozy [4]– concluyendo que: El Halcón gris cumplió su palabra. Nombrado brigadier de civiles, inspiró tanto terror a sus antiguos cofrades como había inspirado antes a los pasajeros.

Citas: [1] SÁNCHEZ-ALBORNOZ, C. La España musulmana. Según los autores islamitas y cristianos. Madrid: Espasa-Calpe, 1974 (4ª ed.), p. 112. [2] ESLAVA GALÁN, J. Verdugos y torturadores. Madrid: Temas de Hoy, 1991, p. 112. [3] VON SCHACK, A. F. Poesía y arte de los árabes en España y Sicilia. Sevilla: Facediciones, 2012, p. 220. [4] DOZY, R. P. Historia de los musulmanes de España. Libro IV. Madrid: Turner, 2010, p. 299.

Cuadros: Superior: Frederick Arthur Bridgman | La vendedora de naranjas (s. XIX); inferior: Antonio Mª Fabrés y Costa | Un ladrón (ca. 1887).

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