martes, 21 de diciembre de 2010

La inocencia de Hugonell

Una de las leyendas más conocidas del Camino de Santiago tiene mucho que ver con la Justicia o, al menos, con el ideal de Justicia que se tenía en la Edad Media.

Ocurrió en Santo Domingo de la Calzada
, la antigua capital de la Merindad de La Rioja. Esta región, que debe su nombre a un pequeño arroyo que nace en la Sierra de la Demanda –el río Oja– fue siempre una encrucijada de caminos, por donde llegaron íberos, romanos, godos, árabes y francos; y un rico territorio fronterizo, codiciado por sus tres poderosos vecinos: los reinos de Navarra, Castilla y Aragón.

A mediados del siglo XI, el joven Domingo García regresó de su retiro, en el monte de San Lorenzo, para asentarse en un pequeño bosque junto al Oja y dedicar su vida a cuidar de los peregrinos que se dirigían a la tumba del Apóstol Santiago, en Compostela: allanó el terreno para mejorar el trazado de la calzada que unía Nájera con Redecilla, construyó un puente sobre el cauce del río, preparó un hospital y levantó una capilla en honor de la Virgen. A su muerte, en 1109, la pequeña aldea que había crecido junto a la ruta jacobea recibió el nombre de su fundador y el apellido del Camino –Santo Domingo de la Calzada– y, con el tiempo, su capilla románica se convirtió en un monumental templo de transición, con elementos góticos y barrocos, que logró la catedralidad en 1232.

Cuando se accede a su interior, el elemento que más llama la atención de toda la Catedral es, sin duda, el gallinero que –al menos, desde 1350, según un documento de indulgencias que conserva el archivo catedralicio– encierra dos aves vivas, un gallo y una gallina blancos que son cambiados, cada mes, por una nueva pareja que dona algún feligrés.

Según la tradición, un matrimonio alemán que hacía el Camino desde Colonia junto a su hijo de 18 años, Hugonell, se detuvo en esta ciudad para venerar las reliquias del santo. Al descansar en un mesón, la muchacha que les atendió se enamoró del joven pero como no logró su atención, despechada, robó una copa de plata y la escondió en el equipaje del chico antes de denunciarlo. Cuando los alguaciles lo llevaron preso ante el Merino para que impartiera justicia, el joven fue declarado culpable de hurto y, de acuerdo con el Fuero de Alfonso X el Sabio, condenado a morir en la horca; sin embargo, cuando el matrimonio alemán fue a despedirse del cadáver de su hijo ahorcado, descubrieron que aún permanecía vivo gracias a la mediación de santo Domingo. El Merino, incrédulo ante el milagro, contestó a los padres que su hijo está tan vivo como el gallo y la gallina asados que me dispongo a comer. En ese momento, los animales saltaron de su plato y comenzaron a cantar demostrando la inocencia de Hugonell. Desde entonces se dice que en Santo Domingo de la Calzada, cantó la gallina después de asada.

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