En anteriores in albis ya hemos hecho referencia a los duelos de canciones de los bosquimanos, el Fokonolona malgache, los Tribunales Gacaca ruandeses, la peregrinatio ex poenitentia a Santiago y algunas costumbres de los indígenas maoríes y de los indios norteamericanos como métodos alternativos para resolver conflictos; todas estas propuestas, en muchos casos ancestrales, son los antecedentes históricos de la justicia restaurativa: una opción alternativa a la vía judicial donde la víctima, su agresor y aquellas otras personas que se hayan visto afectadas por un conflicto se reúnen para enmendar el daño causado, de modo que el infractor asuma su responsabilidad, pida perdón y repare el perjuicio que ocasionó, aportando una solución más efectiva, rápida y sencilla que la justicia retributiva ordinaria gracias a que se favorece la participación de la sociedad en lugar del poder judicial; lo que, a su vez, facilita la reinserción del delincuente en la comunidad. Otro de estos métodos es el denominado Zwelethemba sudafricano; palabra que significa lugar de la esperanza en el idioma xhosa que se habla en la región de Ciudad del Cabo.
En 1992, en plena transición del régimen del apartheid a la democracia, Sudáfrica puso en marcha un programa para prevenir que hubiera actos violentos en las calles, creando grupos de ciudadanos –los llamados pacificadores locales (o local peacemakers)– que se encargaban de vigilar a los manifestantes para mantener el orden público y la seguridad, basándose en el principio de cercanía: tanto unos como otros convivían en el mismo barrio y esa vecindad evitaba el desconocimiento y generaba confianza entre todos para que no hubiese altercados. Dos años más tarde, el Gobierno de Pretoria decidió extender ese modelo a todo el país para resolver los posibles conflictos en el ámbito local, el más próximo a las personas.
En el modelo Zwelethemba no se habla de “víctima” ni de “agresor”, porque ese lenguaje lastra, en su opinión, que se pueda alcanzar una posible solución si el rol que desempeña cada persona recuerda constantemente al conflicto que ya es pasado; por ese motivo, sólo se habla de “participantes” en una deliberación entre miembros de la misma comunidad, que opinan y sugieren, ayudados por el “pacificador”, para movilizarse entre todos y, mirando al futuro, tratar de que esos problemas no vuelvan a repetirse. La idea básica de este modelo es que todos los participantes encuentren primero la causa que subyace en el conflicto, antes de plantearse una solución. El conocimiento que se va generando, ayudará a los “pacificadores” de otras comunidades.
En 1992, en plena transición del régimen del apartheid a la democracia, Sudáfrica puso en marcha un programa para prevenir que hubiera actos violentos en las calles, creando grupos de ciudadanos –los llamados pacificadores locales (o local peacemakers)– que se encargaban de vigilar a los manifestantes para mantener el orden público y la seguridad, basándose en el principio de cercanía: tanto unos como otros convivían en el mismo barrio y esa vecindad evitaba el desconocimiento y generaba confianza entre todos para que no hubiese altercados. Dos años más tarde, el Gobierno de Pretoria decidió extender ese modelo a todo el país para resolver los posibles conflictos en el ámbito local, el más próximo a las personas.
En el modelo Zwelethemba no se habla de “víctima” ni de “agresor”, porque ese lenguaje lastra, en su opinión, que se pueda alcanzar una posible solución si el rol que desempeña cada persona recuerda constantemente al conflicto que ya es pasado; por ese motivo, sólo se habla de “participantes” en una deliberación entre miembros de la misma comunidad, que opinan y sugieren, ayudados por el “pacificador”, para movilizarse entre todos y, mirando al futuro, tratar de que esos problemas no vuelvan a repetirse. La idea básica de este modelo es que todos los participantes encuentren primero la causa que subyace en el conflicto, antes de plantearse una solución. El conocimiento que se va generando, ayudará a los “pacificadores” de otras comunidades.
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