El 14 de diciembre de 2012, Adam Lanza dejó un rastro de 27 cadáveres: mató a su madre de un disparo en la cara y acribilló a 20 niños y 6 adultos en la escuela de primaria Sandy Hook, de Newtown (Connecticut, EE.UU.) antes de poner fin a su vida pegándose un tiro. Las masacres escolares y en campus universitarios suelen ocupar el sumario de los informativos con demasiada frecuencia: One L. Goh mató a 7 personas en la Universidad de Oikos (Oakland, California) el 2 de abril de 2012; Eric Harris y Dylan Klebold asesinaron a 12 estudiantes de secundaria y a un profesor, antes de suicidarse, en el instituto de Columbine (Colorado), el 20 de abril de 1999; el mismo camino que siguió Seung-Hui Cho después de asesinar a 32 personas en la Virginia Tech, de Blacksburg (Virginia), el 16 de abril de 2007… y si vamos echando la vista atrás, el ex marine Charles Whitman se encaramó armado en lo alto de la Torre del Reloj de la Universidad de Texas, en Austin, desde donde fue matando a 17 víctimas (además de su mujer y su madre) antes de ser abatido por la policía el 1 de agosto de 1966.
Aunque esta crónica de sucesos es más frecuente en los EE.UU., las masacres escolares también se han producido en otros países: Thomas Hamilton mató a 16 niños en Dunblane (Escocia, Reino Unido) el 13 de marzo de 1996; el estudiante Robert Steinhäuser dejó otros 16 cuerpos en Erfurt (Alemania) el 26 de abril de 2002; Pekka Eric Auviven asesinó a 8 personas en Tuusula (Finlandia) el 7 de noviembre de 2007, y la crónica negra se repitió en este país nórdico al año siguiente, cuando el 23 de septiembre de 2008, el joven Matti Juhani Saari disparó y mató a otros 10 compañeros de instituto en Kauhajoki.
Pero la peor masacre escolar de todas ocurrió hace ya más de ochenta años en un pequeño municipio del condado de Clinton (Míchigan, EE.UU.) llamado Bath, con 45 muertos incluyendo al propio autor. Fue el Desastre de la Escuela de Bath (Bath School Disaster).
Andrew Kehoe vivía con su esposa, Ellen Price, en una granja que estaba a punto de perder por impago del crédito hipotecario. Obsesionado tanto con los impuestos –porque, en su opinión, el municipio despilfarraba los ingresos injustamente– como con las cuentas de la escuela, sus dos ideas fijas se agravaron cuando el ayuntamiento decidió incrementar los tributos locales para poder construir una nueva escuela donde el granjero acabó trabajando para hacerse cargo del mantenimiento. Por ese motivo, nadie sospechó de él cuando fue acumulando cajas en el nuevo edificio donde empezó a esconder detonadores, dinamita y pyrotol (un explosivo que se usó en la I Guerra Mundial).
La mañana del 18 de mayo de 1927, Andrew mató de un golpe a su esposa, encerró a los animales y voló su granja antes de hacer explotar otros dos potentes artefactos incendiarios: uno dentro de la escuela (donde, afortunadamente, no llegó a estallar toda la carga explosiva que el asesino había colocado en los sótanos) y otro en su propio coche, que detonó disparándolo con un arma, delante del director del centro escolar. El criminal también pereció con la onda expansiva. Cuando la policía llegó a la destrozada granja de los Kehoe, encontró un cartel de madera amarrado a la verja donde se podía leer: Criminals are made, not born (los criminales no nacen, se hacen).
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