El origen de este récord Guinness fue una carta de amor que una mujer, Matilde, le escribió a su novio el 24 de octubre de 1915 en la ribereña villa de Peñafiel (Valladolid). Aquellas letras que surgieron de un corazón enamorado solo decían lo siguiente: Pacicos de mi vida: en esta mi primera carta de novios va mi testamento, todo para ti, todo, para que me quieras siempre y no dudes del cariño de tu Matilde. Desafortunadamente, ella murió poco tiempo después de escribir tan sentidas letras, y su novio –o ya marido, pues no se sabe a ciencia cierta pero cabe suponer que ya se hubieran casado– decidió hacer valer sus derechos hereditarios ante los tribunales, enfrentándose a su familia política, de modo que el pleito concluyó en el Tribunal Supremo con una conocida sentencia que se dictó el 8 de junio de 1918. La resolución consideró que, efectivamente, aquella breve carta era un testamento ológrafo que la fallecida había otorgado a su novio, dejándole todo para ti, escrito de su puño y letra, siendo mayor de edad, y habiéndolo firmado y datado; es decir, cumpliendo los requisitos que se exigían para esta disposición de última voluntad. Hoy en día, aquella breve carta de una enamorada continúa siendo el testamento más corto de nuestro país.
En el ámbito internacional, el récord mundial todavía lo ostenta un empresario checo-alemán llamado Karl Tausch que, el 19 de enero de 1967, en Hesse, escribió a mano el testamento válido más breve: Vse zene (en checo: todo para la esposa). Por contra, la estadounidense Frederica Evelyn Stilwell Cook otorgó la última voluntad más extensa que se conoce: 1.066 páginas encuadernadas en 4 volúmenes, con más de 95.000 palabras. Sucedió el 2 de noviembre de 1925 en Somerset House (Londres, Inglaterra).
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