Al citar los antecedentes históricos del Derecho Internacional Humanitario, muchos manuales de formación mencionan la existencia de este código africano –del siglo XVIII– que apelaba al honor de los contendientes para que no se causara ningún daño a las personas indefensas durante sus enfrentamientos, y señalan que esta costumbre entronca con el principio de distinción, como límite aplicable en los conflictos armados para diferenciar, en todo momento, entre los combatientes y la población civil; pero, la información que aportan estos libros apenas trasciende más allá de calificar esa tradición como un código moral aplicable en África. Con estos datos, la pregunta parece evidente: ¿qué se sabe en realidad del llamado código del lapir o Code of Lapir?
El 12 de octubre de 1998, Olara A. Otunnu –que por aquel entonces era el Representante Especial del Secretario General de la ONU, encargado de la cuestión de los niños en los conflictos armados– presentó el informe Protección de los niños afectados por los conflictos armados ante la Asamblea General de las Naciones Unidas; entre sus propuestas enfatizó la función de los sistemas de valores locales que favorecen la protección y el bienestar de los niños, el lugar que ocupan dichos valores y las formas en que pueden fortalecerse, poniendo como ejemplos ilustrativos la doctrina de lapir entre los acholi de Uganda y las escuelas sande y poro en la Liberia rural.
Un año después, el 20 de octubre de 1999, Otunnu impartió una conferencia en Londres (Reino Unido) para la organización Save the children. Durante su intervención, este abogado ugandés se refirió a su propia experiencia personal para reivindicar el papel desempeñado por este código: crecí en una sociedad –en referencia a la tribu acholi que habita al norte de Uganda, con otros grupos de la etnia lúo– donde el concepto del lapir era muy fuerte (…) para atraer la bendición de nuestros antepasados, reconociendo y apoyando nuestras reivindicaciones, antes de declarar la guerra a la otra parte, los ancianos debían examinar la gravedad de la queja para que pudiera declararse la guerra, no a la ligera (…) y para preservar el sentido original del lapir, dictaban unas normas para regular la conducta durante la lucha: no atacar a los niños, las mujeres o los ancianos; no destruir los cultivos, los graneros o el ganado (…) y cuando se rompían estos tabúes, manchabas tu lapir y corrías el riesgo de perder la bendición de tus antepasados y, con ella, la guerra.
Esta norma no escrita -que forma parte de la cultura acholi, en particular, y de los lúo de Uganda y Sudán del Sur, en general- pone de relieve la trascendencia de las disposiciones consuetudinarias para combatir tan solo cuando fuese estrictamente necesario; de acuerdo con un código ético que debían respetar los contendientes, en busca de la armonía tribal; todo ello, enmarcado en un contexto más amplio que trata de recuperar un sentido de la justicia, más restaurativa que punitiva, con ceremonias como el mato oput, donde un representante de cada clan enfrentado resuelve su problema, arrodillado frente a la otra parte, inclinándose y juntando sus cabezas, antes de beber las raíces amargas de una planta (bitter root).
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