viernes, 10 de diciembre de 2021

El primer juicio donde se recurrió a la Antropología Forense

La antropóloga forense estadounidense, Karen Ramey Burns, definía la Antropologia Forense como la disciplina que aplica el saber científico de la Antropologia física y de la Arqueologia a la recogida y análisis de la evidencia legal. A continuación, explicaba que: La Antropología forense arrancó como subcampo de la Antropología física, pero ha evolucionado hacia un cuerpo de conocimientos distinto que abarca muchos aspectos de la Antropología, la Biología y las Ciencias Físicas. La recuperación, descripción e identificación de restos esqueléticos humanos es la principal labor de los antropólogos forenses. El estado de las pruebas halladas varía considerablemente según el grado de descomposición, la cremación, la fragmentación o la desarticulación. Los casos típicos van desde homicidios recientes a destrucción ilegal de antiguos enterramientos de poblaciones arcaicas. Los antropólogos forenses operan con casos individuales, desastres colectivos, restos históricos y evidencias internacionales de transgresión de los derechos humanos [1].

La propia Burns indicó cuál fue la primera aplicación en un tribunal de justicia de la información obtenida al respecto: el juicio Webster/Parkman, de 1850. Oliver Wendell Holmes y Jeffries Wyman, dos anatomistas de Harvard, fueron instados a examinar unos restos humanos que se creia que correspondia a un médico desaparecido, el doctor George Parkman. Un profesor de Química de Harvard, John W. Webster [1793-1850], había sido acusado dei delito de asesinato. Las pruebas eran sustanciales, incluso antes de la intervención de los anatomistas. Webster debía dinero a Parkman; una cabeza había sido quemada en un horno de aquél; pedazos de cuerpo habían sido hallados en su laboratorio privado; y un dentista había identificado algunas prótesis dentales de la víctima entre las cenizas (la odontologia forense empezaba a dar, así, sus primeros pasos). Holmes y Wyman testificaron que los restos hallados coincidían con la descripción de Parkman y Webster fue ahorcado [1].


La víctima era el
Dr. George Parkman (1790- 1849); un empresario, filántropo y médico, miembro de una de las familias más acomodadas de Boston (Massachusetts, EE.UU.) que fue asesinado el 23 de noviembre de 1849. La profesora Janire Rámila narra que (…) cómo desapareció misteriosamente de un día para otro. Al comienzo nadie mencionó la palabra asesinato, pero las alarmas saltaron cuando en la sede universitaria se encontraron diversas partes de un cuerpo humano descuartizado. La mandíbula inferior se localizó quemada en un horno de ensayo, algunos de sus miembros en el interior de un retrete y otros camuflados en uno de los laboratorios. Rápidamente la Policía detuvo al conserje del edificio [Ephraim Littlefield], sospechoso del crimen únicamente por haber sido la persona que descubrió tales restos (…).

Afortunadamente para él, de la investigación se encargó otro profesor de la misma universidad, Oliver Wendell Holmes [1809-1894], quien cercioró que los restos hallados en el laboratorio no eran muestras anatómicas, ya que no habían sido tratados con ningún conservante químico. Estudiando sus huesos con detenimiento, concretó que pertenecían al cuerpo de un hombre de entre 50 y 70 años, de aproximadamente un metro setenta y cinco centímetros de estatura. Todos estos datos coincidían con el desdichado y desaparecido profesor, pero la prueba que demostró fehacientemente la pertenencia de los restos a George Parkman fue su dentadura. Sabido era que Parkman había encargado una dentadura nueva para estrenarla durante la ceremonia de inauguración de la remodelada facultad de Medicina. Con este dato, Holmes acudió a la consulta del dentista que se la había elaborado, cotejándola con el molde que, felizmente, aún guardaba. ¡Ambas coincidían! Con estos datos, Holmes comenzó a sospechar entonces de otro colega de la facultad, el doctor John Webster, a quien Parkman había prestado dinero no hacía mucho tiempo. Así fue cómo al irse cerrando el cerco en torno a él, Webster acabaría confesando ser el asesino, siendo juzgado y condenado a morir ahorcado en 1850 [2].


Durante el proceso judicial, (…)
A pesar del reclamo de Webster, según el cual Littlefield era un ladrón de cadáveres y habría sido él quien plantase los tétricos restos de sus actividades en aquella cámara, el veredicto del proceso fue de culpable de homicidio. Webster entonces dictó una especie de confesión a un servicial pastor, en la que declaraba que el homicidio había sido un acto pasional, cometido sin alevosía. Como el cadáver estaba desmembrado y algunas partes chamuscadas, no sirvió como prueba para demostrar el crimen menor de homicidio no premeditado. A pesar de que las pruebas presentadas durante el juicio, al igual que la confesión, estaban plagadas de inconsistencias que han mantenido ocupados a los historiadores del crimen hasta el día de hoy, la Mancomunidad de Massachusetts no se dejó distraer por esos detalles, y el doctor Webster murió en la horca el 30 de agosto de 1850 [3].

Aquel juicio no solo conmocionó a la sociedad bostoniana, incapaz de asumir que el Dr. Webster hubiera asesinado de aquel modo tan truculento a su colega de la Harvard Medical School por una deuda, sino que logró una gran trascendencia en la historia procesal estadounidense. Bajo la presidencia del juez Lemuel Shaw (1781-1861), magistrado del Massachusetts Supreme Judicial Court, el jurado declaró culpable al acusado después de que Shaw estableciera, por primera vez, el criterio del “beyond a reasonable doubt” que ha perdurado desde entonces; es decir, que los miembros del jurado debían valorar su culpabilidad “más allá de toda duda razonable”. Esta regla de juicio, (…) como requisito de la imposición del castigo, es el escudo que protege a los ciudadanos frente a las  imputaciones  infundadas  que  se  formulen  contra  ellos,  el  escudo  que  impide  que  se  les  castigue  antes  del  juicio  y  garantiza  que,  tras  él, sólo se les imponga la pena cuando exista la certeza de que han cometido el delito y de que son responsables de él [4].

Citas: [1] BURNS, K. R. Manual de Antropología Forense. Barcelona: Bellaterra, 2008, pp. 26 y 27. [2] RÁMILA, J. La ciencia contra el crimen. Madrid: Nowtilus, 2010, pp. 101 y 102. [3] WAGNER, E. J. La ciencia de Sherlock Holmes. Barcelona: Planeta, 2010, pp. 158 y 159. [4] VIVES ANTÓN, T. S. “Más allá de toda duda razonable”. En: Teoría & Derecho, nº 2, 2007, p. 167.

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