La antropóloga forense estadounidense, Karen Ramey Burns, definía la Antropologia Forense como la disciplina que aplica el saber científico de la Antropologia física y de la Arqueologia a la recogida y análisis de la evidencia legal. A continuación, explicaba que: La Antropología forense arrancó como subcampo de la Antropología física, pero ha evolucionado hacia un cuerpo de conocimientos distinto que abarca muchos aspectos de la Antropología, la Biología y las Ciencias Físicas. La recuperación, descripción e identificación de restos esqueléticos humanos es la principal labor de los antropólogos forenses. El estado de las pruebas halladas varía considerablemente según el grado de descomposición, la cremación, la fragmentación o la desarticulación. Los casos típicos van desde homicidios recientes a destrucción ilegal de antiguos enterramientos de poblaciones arcaicas. Los antropólogos forenses operan con casos individuales, desastres colectivos, restos históricos y evidencias internacionales de transgresión de los derechos humanos [1].
La propia Burns indicó cuál fue la primera aplicación en un tribunal de justicia de la información obtenida al respecto: el juicio Webster/Parkman, de 1850. Oliver Wendell Holmes y Jeffries Wyman, dos anatomistas de Harvard, fueron instados a examinar unos restos humanos que se creia que correspondia a un médico desaparecido, el doctor George Parkman. Un profesor de Química de Harvard, John W. Webster [1793-1850], había sido acusado dei delito de asesinato. Las pruebas eran sustanciales, incluso antes de la intervención de los anatomistas. Webster debía dinero a Parkman; una cabeza había sido quemada en un horno de aquél; pedazos de cuerpo habían sido hallados en su laboratorio privado; y un dentista había identificado algunas prótesis dentales de la víctima entre las cenizas (la odontologia forense empezaba a dar, así, sus primeros pasos). Holmes y Wyman testificaron que los restos hallados coincidían con la descripción de Parkman y Webster fue ahorcado [1].
Afortunadamente para él, de la investigación se encargó otro profesor de la misma universidad, Oliver Wendell Holmes [1809-1894], quien cercioró que los restos hallados en el laboratorio no eran muestras anatómicas, ya que no habían sido tratados con ningún conservante químico. Estudiando sus huesos con detenimiento, concretó que pertenecían al cuerpo de un hombre de entre 50 y 70 años, de aproximadamente un metro setenta y cinco centímetros de estatura. Todos estos datos coincidían con el desdichado y desaparecido profesor, pero la prueba que demostró fehacientemente la pertenencia de los restos a George Parkman fue su dentadura. Sabido era que Parkman había encargado una dentadura nueva para estrenarla durante la ceremonia de inauguración de la remodelada facultad de Medicina. Con este dato, Holmes acudió a la consulta del dentista que se la había elaborado, cotejándola con el molde que, felizmente, aún guardaba. ¡Ambas coincidían! Con estos datos, Holmes comenzó a sospechar entonces de otro colega de la facultad, el doctor John Webster, a quien Parkman había prestado dinero no hacía mucho tiempo. Así fue cómo al irse cerrando el cerco en torno a él, Webster acabaría confesando ser el asesino, siendo juzgado y condenado a morir ahorcado en 1850 [2].
Aquel juicio no solo conmocionó a la sociedad bostoniana, incapaz de asumir que el Dr. Webster hubiera asesinado de aquel modo tan truculento a su colega de la Harvard Medical School por una deuda, sino que logró una gran trascendencia en la historia procesal estadounidense. Bajo la presidencia del juez Lemuel Shaw (1781-1861), magistrado del Massachusetts Supreme Judicial Court, el jurado declaró culpable al acusado después de que Shaw estableciera, por primera vez, el criterio del “beyond a reasonable doubt” que ha perdurado desde entonces; es decir, que los miembros del jurado debían valorar su culpabilidad “más allá de toda duda razonable”. Esta regla de juicio, (…) como requisito de la imposición del castigo, es el escudo que protege a los ciudadanos frente a las imputaciones infundadas que se formulen contra ellos, el escudo que impide que se les castigue antes del juicio y garantiza que, tras él, sólo se les imponga la pena cuando exista la certeza de que han cometido el delito y de que son responsables de él [4].
Citas: [1] BURNS, K. R. Manual de Antropología Forense. Barcelona: Bellaterra, 2008, pp. 26 y 27. [2] RÁMILA, J. La ciencia contra el crimen. Madrid: Nowtilus, 2010, pp. 101 y 102. [3] WAGNER, E. J. La ciencia de Sherlock Holmes. Barcelona: Planeta, 2010, pp. 158 y 159. [4] VIVES ANTÓN, T. S. “Más allá de toda duda razonable”. En: Teoría & Derecho, nº 2, 2007, p. 167.
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