Aunque el método contable de la partida doble ya se venía empleando en España desde hacía varios siglos, nuestra normativa no utilizó expresamente esta denominación –creada en Francia– hasta la publicación de las Ordenanzas de la Universidad y Casa de Contratación de Bilbao que Felipe V aprobó en 1737; buena muestra de la incipiente influencia francesa que ejercía la nueva dinastía de los Borbones. El capítulo IX de esa reglamentación estableció que Todo Mercader Tratante, y comerciante por mayor, deberá tener, á lo menos, quatro libros de cuentas, es á saber: un Borrador, ó Manual, un Libro mayor, otro para el asiento de cargazones, ó facturas, y un Copiador de cartas, para escribir en ellos las partidas correspondientes, y demás que en cada uno respectivamente se deba, segun, y de la manera que se declarará, y prevendrá en los números siguientes.
En esos números posteriores, el III indicaba que todas las cuentas se deberían cerrar en el Libro mayor con los restos ó saldos que resultaren en pro, ó en contra y en el VI, que si algunos Comerciantes quisieran tener más libros por necesitarlos, según la calidad de sus negocios, para mas claridad, y gobierno suyo; (...) lo podrán hacer y practicar, ya sea formandolos en partidas dobles, ó sencillas, lo qual quedará a su arbitrio, y voluntad.
A partir de entonces, el tradicional debe y ha de haber desapareció y se afrancesó con la nueva denominación de Partida doble. Ese cambio se reflejó en el libro Arte de Partida Doble, de Luis de Luque y Leyva, publicado en Cádiz en 1774; un autor que se enorgulleció –injustamente– de ser el primero de la nación en dar a la prensa un tratado de esta facultad.
Este error es una buena muestra de cómo la España del siglo XVIII se olvidó, incomprensiblemente, de que el método del debe y ha de haber ya se remontaba al XVI. La mediocre obra de Leyva representa a todos aquellos que se equivocaron al creer que la partida doble llegó a España con los Borbones; eso explica que, en el preámbulo de su Arte, él mismo se calificara como el primer autor de un tratado en castellano de partida doble, obviando el excelente Libro de Caxa del riosecano Bartolomé Salvador de Solórzano, el primer manual contable español publicado en 1590; es decir, casi 200 años antes que el “pionero” Leyva.