En 1906, al terminar la carrera de Derecho y defender su tesis doctoral, el conocido autor de La metamorfosis [Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de unos sueños intranquilos, se encontró en su cama convertido en un monstruoso bicho (…)] escribió una carta a su padre, diciéndole que aquellos estudios jurídicos tan solo habían alimentado su intelecto con serrín. Tras ejercer un año de abogado y fracasar en diversos trabajos y negocios, Franz Kafka (Praga, 1883; Viena, 1924) decidió que escribir era la única actividad que le permitía dar rienda suelta a la sensibilidad de su mundo interior; pero, lamentablemente, el éxito le llegó después de morir a los 40 años, agotado por su lucha contra la tuberculosis que puso fin a una vida tan sombría como marginal. Dada su formación universitaria, la presencia del Derecho en el universo kafkiano –absurdo, angustioso, según la RAE– fue inevitable. Esta es, tan solo, una pequeña muestra de lo que puedes encontrar en sus libros.
El inquietante relato titulado En la colonia penitenciaria, publicado en 1919, narra la visita a una prisión de un viajero para asistir a la ejecución de un soldado condenado por insubordinación y ofensa a un superior que ni siquiera conoce el contenido de su propia sentencia. La pena de muerte, como le explica el comandante, se llevará a cabo mediante un aparato singular. A continuación, Kafka escribió dos breves narraciones jurídicas: El nuevo abogado relata cómo el Dr. Bucephalus se enfrasca en los libros de leyes; y en Ante la Ley, el autor checo reflexionó sobre un hombre del campo que se acerca a un guardián, solicitándole permiso para entrar en la Ley [KAFKA, F. La transformación y otros relatos. Madrid: Cátedra, 2011].
Pero, posiblemente, su obra legal más conocida es El proceso que se inicia con la detención del protagonista: Alguien debía de haber calumniado a Josef K., porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana. En esta novela póstuma que se publicó en Berlín un año después de su muerte, encontramos pasajes muy significativos para tratar de comprender cómo funcionaba la justicia en aquel decadente Imperio Austro-Húngaro en el que vivió Kafka: Nuestras autoridades, por lo que yo sé, y yo solo sé de los niveles inferiores, no buscan la culpa entre la población sino que, como dice la Ley, es la culpa la que las atrae, y tienen que enviarnos a nosotros, los guardianes. Esa es la Ley (…) El detenido, K., pregunta a sus captores: ¿Quién me acusa? ¿Qué órgano instruye el procedimiento? ¿Son ustedes funcionarios? Ninguno lleva uniforme; y recuerda un viejo proverbio según el cual Tener un proceso significa haberlo perdido ya porque el procedimiento no era público y como consecuencia, tampoco los escritos del tribunal, sobre todo el de la acusación, eran accesibles al acusado y a su defensa, por lo que, en general, no se sabía, o por lo menos no exactamente, contra qué había que dirigir ese primer escrito, y por ello, en realidad, solo casualmente podía contener algo que fuera de importancia para el asunto (…) La ley no autoriza realmente la defensa, sino solo la tolera (…) Los abogados no deben estar presentes en los interrogatorios (…). Es, sin duda, una buena descripción de un proceso inquisitivo donde el tribunal se mostraba, como dice el personaje de Josef K., impermeable a las pruebas [KAFKA, F. El proceso. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2002].