En
1905, el farmacéutico
Louis Danval publicó en París un libro autobiográfico titulado
L'affaire Danval devant l'opinion publique: documents scientifiques et authentiques, le fait nouveau. El preámbulo incluyó una frase extraída de la propia línea argumental de su defensa que explicaba a la perfección el sentido último de esta obra y de todo el largo proceso judicial que padeció su autor:
«de la science de 1878 à la science de 1904 - mieux informée»; es decir, la ciencia de 1904 contaba con mejor información que la de 1878, aludiendo a la fecha en que él mismo fue condenado por asesinar a su joven esposa, de apenas 21 años, envenenándola, según los hechos probados en aquel primer proceso dirigido por el juez instructor Monsieur Guillot –(…)
encontramos una proporción apreciable de arsénico en los órganos extraídos del cadáver de la Sra. Danval, afirmó el categórico informe de los
doctores Georges Bergeron y Émile Delens, tras realizarle la autopsia el
22 de septiembre de 1877; concluyendo que:
El arsénico normalmente no existe; el hecho es hoy aceptado en todas partes– pero, veinticinco años más tarde, un nuevo análisis toxicológico logró demostrar que aquella interpretación fue errónea y que, por lo tanto, él era inocente como siempre había proclamado, incluso durante su cautiverio en un presidio neocaledonio, en medio del Océano Pacífico Sur [1].
Tomando como referencia la investigación de la farmacéutica Cécile Raynal [2] sabemos que Gilbert Louis Pierre Marie Mordefroy-Danval –más conocido como
Louis Danval–
nació en la pequeña localidad auvernesa de Gannat (departamento de Allier) el 23 de enero de 1845 en el seno de la respetable familia de un alguacil. Tras quedar huérfano a los 17 años, estudió farmacia en París y, nada más concluir su formación, se alistó como voluntario para ayudar en el cuerpo médico durante la Guerra Franco-Prusiana que concluyó en 1871 con la humillante proclamación del Imperio alemán en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles. Al regresar a la capital del Sena, un tal
Valadier le engañó para quedarse con el traspaso de la supuestamente rentable farmacia de la
rue d'Allemagne de la que, tres años más tarde, tuvo que deshacerse, acosado por las deudas. En aquellos momentos, trabajó como representante comercial hasta que logró recuperarse gracias al éxito del
«laboratoire de médicaments spéciaux» que montaron él y su socio, M.
Mouton. Como resultado, el 2 de agosto de 1875, el farmacéutico patentó diversos productos laxantes, grageas y elixires. En su vida personal, ese mismo año conoció a
Mathilde Jarry, con la que contrajo matrimonio el
30 de enero de 1876 al tiempo que adquirió una nueva farmacia, esta vez en la esquina de las calles de Maubeuge y Lamartine, en pleno distrito parisino de Montmartre, donde continuó con la venta de sus bálsamos y pastillas; pero, durante todo el año posterior, la salud de su esposa empeoró (con vómitos, diarrea, delirios…) hasta que, finalmente,
Mathilde Danval falleció el 9 de septiembre de 1877.
A petición de su familia política, extrañados por la repentina muerte de la joven, los doctores Bergeron y Delens examinaron el cadáver revelando una apreciable cantidad de arsénico que, en su opinión, sólo podía estar presente en el cuerpo de la víctima si alguien la hubiera intoxicado; y como el esposo tenía conocimientos y acceso a las sustancias necesarias para ocasionarle la muerte, el farmacéutico se convirtió en el principal sospechoso, fue detenido y acusado de haberla envenenado.
El 8 de mayo de 1878 comenzó el juicio y, aunque el abogado M. Webber llamó a testificar al químico Jules Bouis para recabar una segunda opinión que desmontó cada afirmación de los médicos forenses, el jurado condenó a Louis Danval a la pena de trabajos forzados perpetuos, tras apenas cuatro días de sesiones y una hora de deliberación en la que decidieron apreciar un atenuante que lo salvó de morir ejecutado en la guillotina. En aquel momento se inició un verdadero calvario judicial que no se resolvió hasta pasadas dos décadas.
En todo ese tiempo –como destaca la investigadora soriana Guiomar Calvo– debemos pensar en la paciencia y constancia de Louis Danval, un hombre que mantuvo siempre su inocencia, aun durante los veinticinco años que estuvo en Nueva Caledonia y que fue de las primeras personas que pidieron que revisaran su caso basándose simplemente en los nuevos descubrimientos científicos que habían tenido lugar mientras él estaba preso [3].
Cuando el 19 de septiembre de 1899 el presidente de la República, Émile Loubet, concedió el indulto al capitán Alfred Dreyfus –que cinco años antes había sido injustamente condenado por alta traición a cumplir cadena perpetua en el presidio guayanés de la Isla del Diablo– abrió la puerta a que los medios de comunicación investigaran otros posibles errores judiciales; así fue como el periodista Jacques Dhur se interesó por aquel hombre alto, delgado, huesudo, demacrado y calvo [1] que, de repente, se acercó a él en la Penitenciaría de Bourail (Nueva Caledonia) para decirle, tartamudeando apresuradamente, que llevaba encerrado en aquel presidio más de veinte años siendo inocente: je suis innocent!
Convencido de que decía la verdad, de regreso a Francia, Dhur inició una campaña en Le Journal a favor de aquel pobre infortunado que tuvo un gran impacto en todo el país. La ciencia había avanzado en aquella décadas y a comienzos del siglo XX, nuevos descubrimientos como las investigaciones del Dr. Gabriel Bertrand habían demostrado la presencia natural de arsénico en todos los seres vivos así como la posibilidad de contaminarse en determinados ambientes, como podría haber ocurrido al vivir en una farmacia, concluyendo que los resultados que se obtuvieron en la primera autopsia de Mathilde Danval, empleando antiguos métodos, habían sido erróneos.
En 1902, atendiendo al resultado de aquellos avances científicos, el presidente Loubet también le concedió el indulto pero Danval continuó buscando justicia para que se revisara su caso. Dos años más tarde, la Chambre Criminelle de la Cour de Cassation francesa admitió el recurso de casación que interpuso pero lo rechazó. Tuvieron que transcurrir otros diecinueve años y la I Guerra Mundial para que, el 28 de diciembre de 1923, este tribunal anulase la sentencia que lo condenó en 1878 al concluir que no se había fundamentado adecuadamente ni tuvo en cuenta que la causa real de la muerte de su esposa pudo haber sido una insuficiencia suprarrenal aguda; lo declaró inocente del cargo de asesinato y le concedió una pensión vitalicia de 12.000 francos anuales [4] como indeminación, poniendo fin al «Affaire Danval».
Con 79 años, el farmacéutico afirmó que ya había encontrado la tranquilidad [2]; pero, aunque su rehabilitación se publicó en el Journal Officiel del 31 de enero de 1924 [2], ese mismo verano se lesionó la cabeza al caer por las escaleras de su edificio, provocándole un comportamiento tan violento que tuvo que ser internado en el Centre Hospitalier de Sainte-Anne, un hospital psiquiátrico situado al Sur de la capital francesa, donde falleció el 3 de enero de 1925 [2].
Citas: [1] DANVAL, L. L'affaire Danval devant l'opinion publique: documents scientifiques et authentiques, le fait nouveau. París: Vigot Frères Editeurs, 1905, pp. VII y 180 y ss. [2] RAYNAL, C. “L’Affaire Danval [R 294 Pharmaciens et fait-divers]”. En: Revue d'histoire de la pharmacie, nº 374, 2012. pp. 243 y 244. [3] CALVO, G. Historia del arsénico: Mineralogía, física, química e historia del elemento más mortal y literario de la tabla periódica. Córdoba: Guadalmazán, 2021. [4] LAGARRIGUE, P. “Pour une justice plus décente”. En: Detective, nº. 343, 1935, p. 4.