En su trabajo, Chassenée no hace mención de ese caso, pero, luego de evocar otros similares, confecciona la lista de los principales “animales perniciosos” que dañan las cosechas: ratas, ratones de campo, topos, gorgojos, babosas, abejorros, orugas y otras “plagas”. Luego, se hace una serie de preguntas a las que intenta responder apoyándose a su vez en la opinión de las autoridades, en la costumbre y en las decisiones ya tomadas por ciertos tribunales. A la pregunta de si se debe citar ante la justicia a esos pequeños animales, sin vacilar responde por la afirmativa. ¿Hay que citarlos a ellos mismos? Sí. Si no hay comparecencia, ¿puede citarse en su representación a un procurador (abogado) de oficio? Sí. ¿Cuál es la jurisdicción competente? El tribunal eclesiástico, es decir, el tribunal del obispo. ¿Hay derecho a ordenar a esos roedores e insectos que abandonen el territorio donde cometen sus perjuicios? Sí (sin embargo, Chassenée reconoce que, para la gran mayoría de ellos, comer los productos de las cosechas es una actividad “natural” ). ¿Cómo proceder para acabar con ellos? Con la conjura, el anatema, la maldición ¡y hasta la excomunión! [1].
Al igual que el historiador parisino Michel Pastoureau, el científico anglosueco Jan Bondeson también pone en duda que: (…) Barthélemy de Chassanée hubiera tenido algo que ver con el juicio de las ratas de campo en Autun. Ese juicio no se menciona en los escritos del propio Barthélemy de Chassanée, omisión que ha sido considerada como una prueba concluyente de que no tuvo ninguna participación en él [2]; aun así, muchos eruditos han repetido la historia del abogado defensor de las ratas. historia que se basa en una autoridad relativamente importante: las obras del juez Auguste de Thou que vivió en el siglo XVIII [2].
En esa línea, el profesor medioambientalista colombiano Javier Alfredo Molina Roa se refiere a Chassanée como uno de los abogados de animales más reconocidos y respetados de la época, que, por sus méritos y logros en la defensa de los no humanos, debería ser el ejemplo a seguir de los actuales abogados animalistas, fue el borgoñés Barthélemy de Chasseneuz, mejor conocido como Chassenée, quien llegó a ser presidente del parlamento de Provenza, y según sus biógrafos, y otros cronistas de la Edad Media francesa, logró bastante fama en su defensa de ratones e insectos (…). Sus habilidades en los estrados, y su enorme conocimiento de las argucias procesales, le permitieron salir airoso en algunos juicios y lograr la absolución de sus defendidos, y hasta se dio el lujo bastante difícil para su época de publicar su texto Consilia, donde analizaba los requisitos formales de los juicios de animales.
Y explica el proceso que, presuntamente, le hizo trascender como el «abogado de las ratas»: (…) El juicio más famoso en el que actuó como abogado Chaseenée, y que refieren la mayor parte de los historiadores, se celebró en 1522 en la ciudad francesa de Autun, contra las ratas, acusadas por los campesinos de la comarca de causar graves daños a sus cosechas (…). Observando las normas procesales vigentes, los roedores fueron citados a través del oficial pregonero, si bien no comparecieron al juicio, acudiendo únicamente su abogado defensor. Al ser declaradas en contumacia, su abogado alegó que la citación no había sido hecha como disponía la ley, pues solo se habían citado las ratas de una sola localidad a sabiendas de que estas habitaban en toda la región, por lo que el juez eclesiástico se vio obligado a citar a los animales remisos a través de los curas de varias parroquias (…). Por segunda vez las ratas no aparecieron en la sala donde se celebraba el juicio y Chasseneé no vaciló en pedir un nuevo plazo, pues era un hecho notorio que la asistencia de los acusados, dispersos en distintas localidades requería un tiempo prudencial para su notificación, reunión y desplazamiento. Como tampoco aparecían las denunciadas, el togado esgrimió que era realmente imposible que sus defendidas pudieran hacer presencia en el juicio, pues en la ciudad de Autun moraban a sus anchas los gatos, enemigos naturales de los roedores; igualmente el sagaz abogado citó precedentes acerca de que una persona emplazada para comparecer en un tribunal, que no pudo asistir sin exponerse a peligros, no pudo ser castigada en ausencia. Gracias a esa inteligente maniobra procesal el juicio tuvo que ser aplazado, salvándose las ratas de un castigo seguro (…), que muy probablemente hubiera consistido en la excomunión y el destierro [3].
Como curiosidad final, presuntamente, Barthélemy de Chasseneuz murió asesinado el 1 de abril de 1541 cuando olió un ramo de flores envenenado que algún enemigo le envió.
Citas: [1] PASTOUREAU, M. Una historia simbólica de la Edad Media occidental. Buenos Aires: Katz, 2006, pp. 38 y 39. [2] BONDESON, J. La sirena de Fiji y otros ensayos sobre historia natural y no natural. Ciudad de México: Siglo XXI, 2000, p. 162. [3] MOLINA ROA, J. A. Los derechos de los animales. De la cosificación a la zoopolítica. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2018, pp. 73 a 75. Pinacografía: Jacques Cundier | Portrait de Barthélemy de Chasseneuz. Vicent van Gogh | Two rats (1884). Anónimo (s/f).
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