En 1798, el pequeño principado europeo de Liechtenstein se convirtió en el primer país del mundo que decidió abolir la pena de muerte. En ese largo camino, actualmente –según los informes de Amnistía Internacional, con datos referidos a octubre de 2012– 58 naciones del mundo todavía mantienen una política retencionista y continúan ejecutando a los presos condenados a muerte (en especial, en Arabia Saudí, Corea del Norte, China, Estados Unidos, Iraq, Irán, Somalia y Yemen), frente a una mayoría de 140 Estados que, afortunadamente, de hecho o por Derecho, la han abolido en la práctica o de forma expresa en sus ordenamientos jurídicos. En este punto, conviene recordar que, aunque el Art. 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos [ONU, 1948] proclamó que Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona, esta primera declaración mundial sobre la dignidad y la igualdad inherentes a todos los seres humanos –como se define en el portal de esta organización internacional– no prohibió la pena capital. Basta con tener en cuenta en qué grupo se enmarcan los EE.UU. [retencionista] y dónde tienen su sede central las Naciones Unidas [Nueva York, EE.UU.].
Para los arqueólogos, los restos de mayor antigüedad que se conservan de una ejecución se remontan a la Edad del Hierro en la actual Dinamarca. El cuerpo del llamado Hombre de Tollund fue descubierto en 1950 por los hermanos Emil y Viggo Højgård –que procedían del pueblo de Tollund, de ahí el sobrenombre de su hallazgo– cuando buscaban turba en el pantano de Bjældskovdal. Gracias a las condiciones naturales de la turbera, el cadáver se encontraba en tan perfecto estado de conservación que, en un principio, las autoridades pensaron que se trataba de una persona que había desaparecido recientemente por lo que enviaron los restos cadavéricos a Copenhague para que los estudiara el profesor P. V. Glob, de la Universidad de Aarhus.
El cuerpo mostraba con toda nitidez las facciones de su rostro, con la cara apoyada sobre la mejilla izquierda, se podían distinguir perfectamente los párpados, la barba y las arrugas de un hombre de unos 40 años, de 1,60 m., que tenía la cabeza cubierta con un gorro, las piernas flexionadas contra el abdomen…. y los restos de la cuerda con la que había sido ahorcado, aferrándose todavía a su cuello. Los forenses realizaron las pruebas del Carbono 14 y su muerte se dató en torno al año 350 antes de Cristo pero, por la cuidada disposición de los restos, se cree que no fue víctima de un ajusticiamiento sino de algún tipo de ritual de sacrificio. Hoy en día, el Tollundmanden se conserva en el Museo de Silkeborg (Dinamarca).
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