Actualmente, el ordenamiento jurídico español contempla
la muerte del reo como una de la
siete causas por las que se extingue la responsabilidad criminal (Art. 130.1.1º del Código Penal) pero no siempre ha sido así, ni en España ni en los países de nuestro entorno. En anteriores
in albis ya hemos tenido ocasión de referirnos a dos de los procesos penales póstumos más conocidos: el denominado
Sínodo del Cadáver que se celebró en Roma a comienzos del año 897 contra los restos putrefactos del Papa Formoso, en medio de la oscura crisis que vivió el Pontificado en los siglos IX y X; y el del célebre pintor
Velázquez que, después de muerto, fue acusado de cometer desfalco y condenado a devolver 35.000 reales. Hoy veremos otro ejemplo de esta peculiar forma de impartir justicia con la singularidad de que afectó a la víctima de un asesinato y trató de llevarse en secreto pero la acusación contra otra persona descubrió los cargos contra el fallecido.
El involuntario protagonista de aquel juicio fue Juan de Tassis y Peralba (Lisboa, 1582 – Madrid, 1622), Conde de Villamediana y uno de los personajes más pintorescos del reinado de Felipe IV. Caballero de vida turbulenta y disipada, buen jinete y diestro en alancear toros fue, además de buen y mordaz poeta, incansable galanteador y arrogante mujeriego, que ya en 1605 hubo de salir de España por un turbio asunto de faldas, escapando a Nápoles y Lombardía, en cuyas guerras participó como mariscal de campo. Jugador empedernido y agobiado por las deudas, volvió a España, siendo de nuevo desterrado por Felipe III en 1618. Con la subida al trono de Felipe IV, Villamediana regresó a Madrid, convirtiéndose en uno de los personajes más famosos y solicitados de la Corte. Pronto surgieron rumores de las rivalidades amorosas con las que el conde desafiaba al propio monarca, atribuyéndosele un romance con la mismísima reina Isabel de Borbón, a quien el poeta aludía en sus versos con el sobrenombre de Francelisa [por Isabel (Elisa-beth) la francesa], si bien, al parecer, el verdadero motivo de dicha disputa lo protagonizaba otra dama de la Corte, doña Francisca de Tavora, a la que ambos caballeros pretendían.
(…) Lo cierto es que a primera hora de la noche del día 21 de agosto de 1622, cuando Villamediana viajaba en su coche acompañado de su amigo don Luis de Haro, a la altura de la calle de Coloreros fue atravesado por la cuchilla de una ballesta valenciana, asestada por un embozado que salió del portal de los Pellejeros, junto a la iglesia de, San Ginés. De inmediato, la causa del asesinato fue atribuida a una orden real.
La escena del crimen –considerada como una de las historias más legendarias de la Corte de los Austria– fue representada en 1868 por el pintor Manuel Castellano (1826-1880); en concreto, eligió el momento en que el cuerpo sin vida del caballero ha sido conducido al portal del palacio del Conde de Oñate, residencia del padre de Villamediana, donde concurrió toda la Corte a ver la herida [1]. Hoy en día, la Biblioteca Nacional aún atesora cerca de 400 dibujos con los apuntes que el artista madrileño realizó de forma previa para documentarse antes de crear este minucioso óleo de 290 x 220 cm. que forma parte de los fondos del Museo de Historia de Madrid.
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Manuel Castellano | La muerte del Conde de Villamediana (1868) |
El cadáver de Tassis fué metido en un ataúd de ahorcados para evitar sin duda peligrosas dilaciones y fue sepultado en la iglesia del convento de San Agustín [en Valladolid] –hoy desaparecido– donde tenía la familia su enterramiento [2]; pero no descansó en paz. Un año después de su asesinato, el difunto Conde de Villamediana se vio inmerso en un proceso por pecado nefando (eufemismo por el que se denominaba, en aquel entonces, a las relaciones homosexuales).
Según el historiador vallisoletano Narciso Alonso Cortés –que investigó la muerte de aquel desdichado noble, y la leyenda ya favorable, ya adversa que lo rodeó, gracias a los documentos, fechados en septiembre de 1623, que se conservan en el Archivo de Simancas– el Consejo de Castilla –máxima autoridad del reino tras el soberano– decretó que por ser ya el Conde Muerto y no ynfamarle guardasse secreto de lo que huviesse contra él; pero un juzgado de Sevilla abrió un proceso en rebeldía contra otro acusado y el licenciado Femando Ramírez Fariña tuvo que escribir al secretario del Consejo, Pedro de Contreras, para hacerle saber que: En el negocio que ay tube de aquellos honbres que se quemaron por el pecado [se refiere a que el 5 de diciembre 1622, se condenó a morir en la hoguera, por sodomía, a cinco mozos. El primero fué Mendocilla, un bufón. El segundo un mozo de cámara del Conde de Villa-Mediana. El tercero un esclavillo mulato. El qüarto otro criado de Villa-Mediana. El último fué D. Gaspar de Ferraras, page del Duque de Alva. Fué una justicia que hizo mucho ruido en la corte] y otros que abían huido después de muerto el Conde de Villamediana, se me manda por un decreto de la Cámara que embie la culpa de un Silvestre Adorno, y los indicios que contra él ay de el pecado nace de lo que contra el Conde está probado, y S. M. me mandó que por ser ya el conde muerto guardase secreto de lo que contra él hubiese en el proceso por no infamar al muerto, y ahora si doy la culpa de Silvestre Adorno es fuerça ir allí mucha parte de lo que ay contra el Conde.
Para Alonso Cortés resulta claro que
el conde de Villamediana, más que un homosexual, fué un bisexual. Sus aventuras amorosas, notorias en su tiempo, y a que repetidamente nos hemos referido, demuestran que el sexo bello le atraía reiterada y normalmente. No era, pues, un uranista ingénito, como los que describen Hirschfeld, Meisner o Bloch, sino un perturbado del vicio (…). Es Villamediana un Oscar Wilde del siglo XVII.
(…) en lo relativo al delito de Villamediana y sus cómplices, ni Fariña ni el Consejo podían dudar: penado estaba con todo rigor así por el derecho canónico como por el civil. La Nueva Recopilación, en su ley 1, tít. 21, lib. 8, acogiendo una pragmática dada por los Reyes Católicos en 1497, disponía que «cualquier persona, de cualquier estado, condición, preeminencia o dignidad que sea, que cometiere el pecado nefando contra naturam, seyendo en él convencido por aquella manera de prueba que según Derecho es bastante para probar el delito de herejía o crimen laesae majestatis, que sea quemado en llamas de fuego en el lugar y por la justicia a quien pertenesciere el conoscimiento y punición del tal delito.» Felipe II, por pragmática de 1598, había simplificado la prueba, considerando como suficiente la declaración hecha «por tres testigos singulares mayores de toda excepción, aunque cada uno dellos deponga de acto particular y diferente, o por cuatro aunque sean partícipes del delito o padezcan otras cualesquicr tachas que no sean de enemistad capital, o por los tres destos, aunque padezcan tachas en la forma dicha y hayan sido asimismo participantes». De este modo, Villamediana fue condenado póstumamente y su asesinato quedó impune.
Tres siglos más tarde, el 19 de abril de 1964, Luis Rosales [3] leyó su discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua titulado Pasión y muerte del Conde de Villamediana con el objetivo de reivindicar la memoria de Juan de Tassis y Peralba, en la misma audiencia y ante el mismo tribunal donde fue condenado en primera instancia; donde fue condenado injustamente, según trataré de probar.
El poeta y ensayista granadino resumió los hechos del siguiente modo: 1. El Consejo de Estado, en 1622-23, siguió proceso a varios por sodomía. 2. Entre los inculpados estaba el Conde de Villamediana. 3. Este proceso se inició con la muerte del Conde. 4. En el proceso se reconoció su culpabilidad, pues se encontraron pruebas de cargo contra él. 5. El Rey ordenó a Fariñas que se silenciasen sus culpas para no infamar la memoria del muerto. Las conclusiones a que llega Alonso Cortés a la vista de estos documentos son más terminantes y extremadas que las de Hartzenbusch. Nosotros las ordenamos y resumimos. Francelisa es doña Francisca Tabora. Carece de fundamento histórico el amor de Villamediana por la Reina Isabel. La causa de su muerte es la sodomía; pues en esta órbita vil se armó el brazo homicida. La leyenda de Villamediana, la leyenda del amante platónico que es capaz de arrostrar la muerte para eternizar su amor, no ha podido resistir el asedio de la investigación histórica y se derrumba. Como es lógico, ante la documentación; chiton. La crítica más exigente aceptó como definitivas las conclusiones de Alonso Cortés.
En cambio, Rosales interpreta los hechos y los testimonios desde otra perspectiva y concluye que el juicio por sodomía que se siguió contra Villamediana, en tiempos del poderoso Conde-Duque de Olivares fue, indudablemente, desvergonzado e inmisericorde; un proceso, abierto a un muerto, a un hombre asesinado por orden del Rey a la hora crepuscular del Angelus, a la hora de la oración. En su opinión, su muerte fue ordenada desde el poder simplemente por haber elevado sus ojos a la Reina Isabel. (…) Fue el Conde Duque quien procesó a Villamediana por los días en que fue asesinado, estableciendo o tratando de establecer una relación causal entre la homosexualidad y la muerte del Conde. Esta, pues, es la traza inventada por el Conde Duque para lograr que Felipe IV diese la orden de matar a Villamediana, esta es la capa con la cual encubrió sus designios.
Citas: [
1] DÍEZ GARCÍA, J. L. «La muerte del Conde de Villamediana», de Manuel Castellano (1826-1880) y sus dibujos preparatorios. En
Boletín del Museo del Prado, Vol. 9, Nº. 25-27, 1988, págs. 96-109. [
2] ALONSO CORTÉS, N.
La muerte del Conde de Villamediana. Valladolid, Colegio Santiago, 1928, pp. 84 a 94. [
3] ROSALES, L.
Pasión y muerte del Conde de Villamediana. Madrid: RAE.