Cuenta la tradición que Carlomagno (ca. 742-814), el emperador de los francos, sitió la ciudad mejor amurallada de la comarca del Languedoc –en la actual región francesa de Occitania– durante cinco años para expulsar a los sarracenos que la habían conquistado en la primavera del año 725; pero el monarca carolingio no contó con la astucia de Madame Carcas, viuda del emir Ballak que había ocupado la fortaleza. Se dice que esta mujer ordenó colocar muñecos de paja en los adarves del recinto defensivo para que, desde el exterior, diera la impresión de que aún contaban con suficientes tropas para resisitir y, a continuación, alimentó al único cerdo que había sobrevivido al asedio con los últimos granos de trigo que les quedaban y lo lanzó con una catapulta contra los sitiadores para que, al ver los restos desparramados del animal y los cereales, creyeran que aún disponían de suficientes víveres como para permitirse lanzárselos al enemigo. La treta funcionó, el emperador ordenó levantar el cerco y se firmó la paz con el consiguiente júbilo de la Dama que mandó hacer sonar las trompetas –Carcas sonne– dando nombre a la localidad: Carcassonne (Carcasona). Aunque es evidente que la leyenda medieval carece del menor rigor histórico, su relato forma parte del imaginario colectivo de sus habitantes y la imagen de la Dama Carcas aún preside el acceso al recinto por la Puerta de Narbona (en la fotografía superior).
El origen de la ciudadela que, hoy en día, continúa mostrándose como uno de los conjuntos medievales más impresionantes de toda Europa, se remonta a la Edad de Hierro. Desde entonces, esta árida colina situada en la margen derecha del río Aude, ha estado siempre fortificada por celtas, íberos, romanos, visigodos, musulmanes, francos... aunque su imagen actual se debe a la intervención del arquitecto Eugène Viollet-le-Duc, a mediados del siglo XIX, con una polémica restauración que añadió algunos elementos que no formaban parte de la estructura original, como los chapiteles de pizarra que coronan las torres, pero sin él es muy probable que no se hubiera conservado casi nada del conjunto porque sus piedras habrían sido empleadas para edificar la ciudad nueva [Basse-Ville] a los pies del promontorio.
En el siglo XII, Carcasona era un vizcondado que formaba parte del Languedoc, un territorio libre situado entre los reinos de Francia, al Norte, y de Aragón, al Sur; en aquella época, los conflictos no se resolvían ante ninguna autoridad real sino en un tribunal de prohombres sabios respetados por la comunidad (prud’homie, en francés; probi homines, en latín). Esta jurisdicción se ejercicio hasta que el joven vizconde Raimundo Roger Trencadel perdió la guerra contra los cruzados franceses y papales que le sitieron, combatiendo la herejía de los cátaros. Uno de los rincones más icónicos de la doble liza de sus murallas es la Puerta del Aude que da acceso al castillo y a la Torre de la Justicia, donde se hallan las mazmorras que se emplearon hasta el siglo XX, con los prisoneros alemanes capturados durante la I Guerra Mundial. A su lado, en la Torre de la Inquisición, se instaló el Tribunal del Santo Oficio en el siglo XIII.
Fue durante la restauración de Viollet-le-Duc cuando (…) en los sótanos de esta espeluznante torre, de planta casi circular, el arquitecto (…) pudo comprobar (…) que aquella terrible, oscura y lóbrega estancia fue la tumba de innumerables condenados a muerte que allí se olvidaron del mundo, abandonados a su suerte, sin comida ni agua; centenares de huesos humanos y detritos lo confirmaban (…). Al siniestro lugar solamente podía bajarse a través de una trampilla abierta en el suelo, por medio de una cuerda anudada o una escalera móvil; pero, sin lugar a dudas, el alzajón solo se levantaba para arrojar a las personas a su viaje sin regreso; puesto que, según los hallazgos, los cadáveres se fueron acumulando según iban falleciendo, bien por las torturas sufridas durante los interminables y severos juicios, o bien por la ausencia de alimento [ÁVILA GRANADOS, J. Mazmorras que han hecho historia. Barcelona: Planeta, 1993, pp. 45 y 46].
El editor de este blog, sentado en la Puerta del Aude (Carcasona) |
NB: como curiosidad, al método que empleó Madame Carcas para simular que tenía más soldados de los que en realidad defendían la ciuadad se conoce con el nombre de hipótesis de Beau Geste, en referencia al personaje creado por el novelista británico P. C. Wren sobre un héroe de la legión francesa que consiguió, colocando muertos en las almenas, que los enemigos desistieran de atacar un fuerte en el que no quedaba nadie. Los enemigos creyeron que estaba bien defendido [SOMMER, V. Elogio de la mentira. Barcelona: Círculo de Lectores., 1995, p. 68].
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