Entre sus conclusiones, el CESE señala que: Los nudges son un instrumento de política pública que se suma a los ya utilizados por las autoridades públicas europeas (la información y la sensibilización, la incitación financiera, la legislación y la ejemplaridad). Se nos presentan, sin embargo, como una herramienta especialmente interesante para responder a determinados desafíos sociales, medioambientales y económicos; asimismo, recomienda: Fomentar el uso de nudges en las políticas públicas como complemento de las herramientas tradicionales y, en particular, el cambio de enfoque que proponen para las conductas individuales. Los nudges podrían, pues, integrarse en el marco de políticas públicas globales y acelerar su aplicación con un coste mínimo. Su flexibilidad y sencillez hacen que puedan utilizarse en diferentes contextos y por distintas categorías de instancias al mismo tiempo: organismos intergubernamentales, unidades internas de cada ministerio, entes locales, ONG, instancias privadas, etc. y dar especial prioridad a los nudges que responden a objetivos medioambientales, sociales, etc. (transición energética y ecológica, lucha contra el despilfarro de recursos, bienestar social, mejora del estado de salud de la población, etc.).
Pero, sin duda, son los puntos 3 y 4 de este dictamen del CESE de 2016 los que resultan más didácticos al explicar el origen del «nudging»: La economía del comportamiento (behavioral economics) considera que los mecanismos tradicionales de las políticas públicas pueden resultar insuficientes para hacer evolucionar los comportamientos, ya que no tienen en cuenta las distintas dimensiones que pueden influir en la toma de decisiones. Partiendo de este hecho dos profesores norteamericanos, Richard Thaler (catedrático de Economía en Chicago y figura destacada de la economía del comportamiento) y Cass Sunstein (catedrático de Derecho de Harvard) publicaron en 2008 el primer libro sobre los nudges [se refiere a «Nudge: Improving Decisions about Health, Wealth, and Happiness», Yale University Press, 2008 (en España: «Un pequeño empujón (nudge): el impulso que necesitas para tomar las mejores decisiones en salud, dinero y felicidad», Taurus, 2009)], que se fundamenta en la idea de que los cambios de comportamiento deben basarse en «incitaciones suaves». Los autores definen el nudge como «cualquier aspecto de la arquitectura de la elección que modifica de forma previsible el comportamiento de la gente sin prohibir ninguna opción ni modificar de forma significativa los incentivos económicos». Para ser considerado un simple nudge, el acto deberá poder evitarse fácilmente, dado que los nudges no tienen carácter coercitivo.
Y añade el dictamen: El nudge pretende presentar «arquitecturas de opciones» que ponen de relieve la opción considerada beneficiosa para el individuo y/o para la colectividad, sin modificar el número ni la naturaleza de las opciones disponibles. Se trata de llevar al consumidor o al usuario hacia una opción que se considera la mejor. Posee tres características: deja libertad total de elección al individuo, es fácil de poner en marcha y el coste de la intervención es limitado. Los nudges suscitan un interés creciente en las autoridades de algunos países al poseer dos ventajas importantes: no restringen las libertades individuales y tienen un coste limitado, en tanto que su impacto puede ser significativo. Por ello, pueden constituir una herramienta más en el marco de políticas públicas destinadas a hacer más «responsables» los comportamientos individuales respecto a la salud, el medio ambiente, etc. Para el individuo, un nudge permite que las opciones presentadas simplifiquen el proceso de decidir.
El Comité Económico y Social Europeo recuerda que el concepto de «nudge» apela a diferentes mecanismos:
- La opción por defecto (por ejemplo, cuando el banco te envía las facturas electrónicas y no en formato papel);
- La fuerza de la norma social (informando al consumidor de la conducta más habitual en la mayoría de las personas de su entorno cercano);
- El riesgo de sufrir pérdidas (el dinero que podría ahorrar si pone la lavadora en unos horarios más baratos);
- El deseo de emulación (organizar concursos para fomentar determinadas prácticas, como la lucha contra el despilfarro); y
- El recurso al juego y a las presentaciones lúdicas (uno de los más conocidos nudges se instaló en el aeropuerto de Ámsterdam: hay falsas moscas pintadas en el interior de los urinarios, para animar a los usuarios a apuntar bien. En 2009 Volkswagen transformó en Estocolmo la escalera de salida de la estación Odenplan en un gigantesco teclado de piano. Cada presión en un escalón activaba una nota musical. La idea era animar a los usuarios a utilizar las escaleras en vez de las escaleras mecánicas).
Entre los riesgos que plantean estas estrategias destaca sobre todo que la frontera entre información, comunicación y manipulación es a veces difícil de definir (por ejemplo, «inflando» deliberadamente las estadísticas de los usuarios para decantar la respuesta. Este recurso a la mentira, incluso si conduce a comportamientos más virtuosos, no resulta aceptable moralmente, tanto más si se trata de un responsable público. Además, puede perjudicar a la reputación de ese responsable, y reducir a la larga la eficacia de los nudges infantilizando a los consumidores).
Para el profesor Juli Ponce Solé: (…) la vitalidad de las aportaciones conductuales sigue presente y su uso en la práctica es amplio, con más de 200 unidades nudge creadas en todo el mundo y variados documentos y recomendaciones para su uso provenientes de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la Unión Europea (UE), el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y otras instituciones internacionales y nacionales [PONCE, J. Acicates (nudges), buen gobierno y buena administración. Aportaciones de las ciencias conductuales, nudging y sector público y privado. Madrid: Marcial Pons, 2022, p. 39].