jueves, 22 de diciembre de 2011

«Criminal Britain» (II): Thomas Bond, autor del primer perfil criminal

Con 47 años, este médico londinense se convirtió en el primer perfilador criminal de la Historia y lo hizo entrando por la puerta grande al analizar, nada más y nada menos, que a Jack el Destripador; así que, como diría el asesino de Whitechapel, vayamos por partes. El Dr. Bond nació en Somerset en 1841, estudió medicina en Southampton y Londres antes de servir al ejército británico en el frente de la guerra con Prusia. De regreso a la capital del Támesis, fue nombrado cirujano de la Policía Metropolitana en Wéstminster y se encargó de algunos de los casos más famosos de su época, como el del camarero francés De Tourville que, en 1875, fue acusado de cometer diversos crímenes para introducirse en la Alta Sociedad; el médico demostró que la suegra del detenido no murió fortuitamente al mirar los cañones de una escopeta y accionar el gatillo por accidente sino que falleció como consecuencia de un disparo que recibió por la espalda.

Trece años más tarde, el célebre Jack comenzó a matar mujeres. El 25 de octubre de 1888, uno de los responsables de aquella investigación, sir Robert Anderson (1841-1918), escribió al médico pidiéndole que examinara post-mortem uno de los cuerpos de las víctimas para analizar los posibles conocimientos quirúrgicos del hábil asesino. El 10 de noviembre de aquel mismo año, el Dr. Bond le respondió explicándole que, en su opinión: (...) No dudo que los cinco asesinatos fueron cometidos por la misma mano. En los primeros cuatro las gargantas parecieran haber sido cortadas de izquierda a derecha, mientras que en el último caso, debido a la considerable mutilación, es imposible señalar en qué dirección se hizo la cortada, aunque se hallaron rastros de la sangre arterial sobre la pared en forma de salpicaduras, muy cerca de donde la cabeza de la mujer debió haber estado. Todas las circunstancias en torno a los asesinatos me llevan a deducir que las mujeres fueron asesinadas cuando se encontraban recostadas y, en todos los casos, la garganta fue cortada en primer lugar. El asesino, en su apariencia externa, es muy probable que sea de aspecto inofensivo. Un hombre de mediana edad, bien arreglado y de aire respetable. Puede tener el hábito de llevar capa o abrigo porque si no, la sangre de sus manos y ropas hubiera llamado la atención a los viandantes.


En 1901, aquejado de fuertes dolores, el Dr. Bond se suicidó arrojándose a la calle desde la ventana de su casa en Wéstminster, en un tercer piso. El mito de Jack el Destripador no sólo le sobrevivió sino que, hoy en día, continúa tan vivo como en 1888; aunque los historiadores aún no se han puesto de acuerdo acerca de cuántas mujeres murieron a manos el Destripador. pero la mayoría coincide en que las cinco prostitutas asesinadas entre el 31 de agosto y el 8 de septiembre de 18888 dentro de un radio de poco menos de un kilómetro en el suburbio de Whitechapel fueron víctimas de ese asesino [WAGNER, E. J. La ciencia de Sherlock Holmes. Barcelona: Planeta, 2010, p. 122].
 
Sin recurrir al precedente de escritores como sir Arthur Conan Doyle o Edgar Allan Poe –cuyos personajes de los detectives Sherlock Holmes y Auguste Dupin, respectivamente, sentaron las bases de lo que llegaría a ser la investigación criminal tomando como base el comportamiento humano y el análisis lógico-deductivoel primer antecedente moderno y más claro, en opinión de Otín del Castillo, fue sin duda el caso del denominado «Bombardero Loco», quien durante más de dieciséis años (entre 1940 y 1957) sembró el terror en Nueva York mediante la colocación de artefactos explosivos en lugares públicos. La policía, incapaz de identificar y detener al terrorista, recurrió a un psiquiatra, el Dr. James Brussel, quien tras estudiar detenidamente todo el historial del caso elaboró un perfil psicológico del autor de los hechos, que se demostró plenamente acertado cuando finalmente se consiguió su detención. Si bien este perfil no fue el causante directo del éxito final de la investigación, su utilidad no pasó desapercibida [OTÍN DEL CASTILLO, J. Mª. (2010). Psicología criminal. Valladolid: Lex Nova, 2ª ed., p. 152].

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