miércoles, 18 de noviembre de 2020

La sentencia que dio un cardenal a los canónigos de París y a los franciscanos

Don Juan Manuel [Escalona (Toledo), 1282 - ¿?, ca. 1348] fue un poderoso noble que desempeñó un papel trascendental en la Corona de Castilla, durante la primera mitad del siglo XIV, al ser nieto del rey Fernando III el Santo, hijo del infante Manuel de Castilla, sobrino de Alfonso X el Sabio, primo y ahijado de Sancho IV el Bravo, tío de Fernando IV el Emplazado y tutor y regente de Alfonso XI el Justiciero hasta su mayoría de edad; asimismo, el adelantado mayor [máxima autoridad para administrar Justicia en el reino castellano] de la frontera et del reino de Murcia fue un destacado escritor, quizá uno de los primeros que tuvo conciencia de serlo, como él mismo reconoce al enumerar cuáles eran sus publicaciones: Crónica abreviada, Libro de los sabios, Libro de la caballería, Libro del infante, Libro del caballero y del escudero, Libro del conde, Libro de la caza, Libro de las máquinas de guerra, Libro de los cantares. Estas obras, manuscritas, están en el monasterio de los dominicos de Peñafiel (…), en la actual provincia de Valladolid.

Así comienza el anteprólogo de El Conde Lucanor o Libro de los cuentos del Conde Lucanor y de Patronio, su obra más famosa, que don Juan Manuel terminó en 1335. Se trata de una recopilación de cuentos con un propósito didáctico que el personaje de un consejero llamado Patronio le cuenta a su gran señor, el conde Lucanor, con el deseo de que los hombres hagan en este mundo tales obras que les resulten provechosas para su honra, su hacienda y estado (…). Con este fin escribió los cuentos más provechosos que él sabía, para que los hombres puedan guiarse por medio de ellos. Como recuerda el catedrático Moreno Baez en la presentación de la versión española moderna [El Conde Lucanor (Madrid: Castalia, 1984, p. 9)], el consejero del conde le adoctrina y resuelve los problemas que se le plantean. El valerse de una historia, fábula o cuento para ilustrar las inteligencias es costumbre oriental (…) y Juan Manuel retomó aquella tradición de origen indio y árabe pero adecuándola a la sociedad de su tiempo.

Su cuento XXXI se titula La sentencia que dio un cardenal a los canónigos de París y a los franciscanos; en este relato, el conde y un amigo quieren hacer alguna cosa muy provechosa y de mucha honra para los dos; pero aunque Lucanor podría hacerla ya, no se atreve hasta que venga su amigo. Para ayudarle a decidir, su consejero le cuenta la siguiente historia:

Señor conde –dijo Patronio–, los canónigos decían que, como ellos eran cabeza de la Iglesia, debían tocar las horas antes que nadie. Los frailes alegaban, por su parte, que ellos debían estudiar, levantarse a maitines y que no podían perder horas de estudio. Alegaron, además, que, estando exentos de obediencia al obispo, no tenían por qué esperar a nadie. El pleito duró mucho tiempo y costó mucho dinero a las dos partes, por los abogados y por llevar el asunto a Roma. Al fin, un nuevo papa encargó de esto a un cardenal y le ordenó que fallara el pleito inmediatamente. El cardenal hizo que le entregaran el sumario del proceso, que era tan grande que verlo daba espanto. Cuando el cardenal tuvo delante todo el sumario, citó a ambas partes para que vinieran a escuchar la sentencia y, cuando, personadas las partes, estaban delante del tribunal, el cardenal mandó destruir todos los papeles y les dijo así:

- Amigos, este pleito ha durado mucho, habéis gastado en él mucho dinero y os habéis hecho mucho daño; como yo no quiero dilatarlo, sentencio que el que se despierte antes, taña antes.

Y vos, señor conde Lucanor, si la cosa es conveniente para ambos, y vos solo la podéis hacer, os aconsejo que la hagáis sin demora, pues muchas veces se pierden las buenas empresas por aplazarlas y después, cuando querríamos hacerlas, ya no es posible.

Con esta historia, el conde se sintió bien aconsejado, lo hizo así y le salió muy bien. Y viendo don Juan que este cuento era bueno, lo mandó poner en este libro e hizo estos versos, que dicen así: Si algo muy provechoso tú puedes hacer, no dejes que con el tiempo se te pueda perder.

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