lunes, 25 de abril de 2022

Los pioneros de la integración asiática

Hace unos meses tuvimos ocasión de comentar el anómalo proceso de integración de Asia que –a diferencia de lo que sucede en Europa, África, América e incluso Oceanía– carece de organizaciones regionales que busquen, en mayor o menor medida, la confluencia de todas las naciones del mayor continente de la Tierra; de modo que no se han creado instituciones panasiáticas –análogas al Parlamento Africano, la Corte Interamericana de Derechos Humanos o el Foro de las Islas del Pacífico– ni mucho menos asociaciones voluntarias de Estados que busquen ceder parte de su soberanía nacional en beneficio de órganos que unifiquen sus legislaciones o adopten políticas comunes, al estilo de la Unión Europea. A pesar de ello, desde que el prolífico escritor británico Rudyard Kipling publicó el poema “La balada de Oriente y Occidente”, en 1889, afirmando que: Oriente es Oriente y Occidente es Occidente, y nunca se encontrarán los dos, el siglo XX nos legó algunas propuestas para que Asia lograra expresarse con una sola voz. Un grito que se oye en todas las tierras asiáticas desde Angora [hoy diríamos, Ankara] en el Oeste hasta Tokio en el Este, según Matosada Zumoto [1].

Aunque el periodista chino Liang Qichao ya defendió en 1901, durante su exilio en Japón, la idea de que su país había tenido negocios con varios pueblos de Asia y que el pueblo chino tenía que unirse a todos los pueblos asiáticos para competir con los occidentales [2], el origen de la emancipación asiática se sitúa en la guerra rusojaponesa (1904-1905) que concluyó con la firma del Tratado de Portsmouth (Estados Unidos) de 5 de septiembre de 1905 [Portsmouth Peace Treaty]; un acuerdo de paz y amistad suscrito en esta localidad de Nuevo Hampshire por las delegaciones del Zar de Rusia y el Emperador del Japón que en el Lejano Oriente se interpretó como un punto de inflexión al comprender que habían sido capaces de derrotar a un imperio europeo (porque, aunque el territorio ruso se extendía por todo el Norte de Asia, su capital, Moscú, se encontraba en el Viejo Continente y, para la mentalidad japonesa, esa circunstancia lo convertía en parte de la civilización occidental).


Tras la victoria del ejército nipón algunos activistas e intelectuales asiáticos –desde revolucionarios chinos (como Zhang Binglin, Zhang Ji, Liu Shipei o Chen Duxiu) a políticos indios en el exilio o estudiantes birmanos, coreanos, filipinos y vietnamitas– se refugiaron en Tokio y, en abril de 1907, crearon la Yazhou Heqin hui; una asociación para fomentar la hermandad, unidad y asistencia panasiática [3]. Al redactar su reglamento, The Regulations of the Asian Friendship Association, Binglin diferenció dos fases: Primero organizaremos una asociación de la India y China porque son los dos más grandes entre los antiguos países de Oriente [teniendo en cuenta que esta propuesta se formuló en Japón resultaba, cuando menos, desafortunada para los anfitriones]. Si tienen la suerte de lograr la independencia, brindarán protección a Asia (...). Si hay algún otro pueblos asiático que espere lograr la independencia, seguir los pasos de China e India y prometer formar una alianza, le daremos la bienvenida con incienso y oraciones [4]; pero aquella hermandad fracasó cuando sus integrantes empezaron a sentirse acosados por las autoridades niponas y a sospechar que el verdadero interés de Tokio no era combatir el imperialismo occidental sino lograr la hegemonía continental. 

En las siguientes décadas, la iniciativa continuaría oscilando entre ambas orillas del Mar de la China Oriental. Para el sociólogo Pedro Costa Morata, el "asiatismo" (…) nace a principios de siglo y se configura. durante la guerra ruso-japonesa y la primera gran guerra [I Guerra Mundial (1914-1918)] como filosofía del resurgimiento asiático. Del secreto y la primera clandestinidad de los "Dragones Negros" [una sociedad japonesa] hasta la asimilación por [el presidente chino] Sun Yat Sen y el Frente Panasiático median algunos años y, sobre todo, la "primera conferencia de los pueblos de Asia", en Nagasaki, 1926 [5].



Entre 1911 y 1916, Sun ya había promovido la idea del asiatismo al enfatizar la cooperación sinojaponesa, con Japón desempeñando un papel de liderazgo. Sin embargo, todas estas ideas se expresaron de manera asistemática. Fue solo en 1924 cuando Sun desarrolló una articulación de su idea del asiatismo en una conferencia (…). Durante su viaje a Japón, cinco organizaciones comerciales japonesas de Kobe le invitaron a hablar sobre el tema del panasianismo el 28 de noviembre de 1924. En este discurso, Sun detalló algunas ideas sobre el regionalismo asiático (…) como un mosaico: una mezcla del asiatismo espiritual indio y cívico japonés, mezclada con la idea de Li Dazhao de neoasiatismo [6]. Por alusiones, el intelectual chino Li Dazhao –que murió ahorcado en 1927– había defendido que los pueblos asiáticos debían liberarse del imperialismo occidental para crear una Liga de Pueblos Asiáticos. Dos años más tarde, se celebró la Pan-Asiatic Conference en la localidad japonesa de Nagasaki el 2 de agosto de 1926. En todas estas iniciativas resultó evidente que la integración asiática contaba con dos liderazgos antagónicos que respondían a los intereses de Tokio y Pekín.

Una última iniciativa llegó desde la India de la mano de Rabindranath Tagore. Tras la Gran Guerra y con el mundo camino de que estallara un nuevo conflicto armado, el poeta bengalí se planteó que si la civilización occidental había estado a punto de destruir el planeta, la salvación del ser humano debía encontrarse en la espiritualidad de Asia y la búsqueda de la paz [7]. Una idea que también apoyó su amigo el filósofo japonés Okakura Kakuzo –en contraste con el nacionalismo de su compatriota Shumei Okawa que abogaba por retomar la hegemonía de su nación en el marco de la Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental (GEA)– al afirmar que: (…) Impidamos que los continentes se lancen continuamente epigramas y adquiramos mayor razonamiento y cordura con la mutua ganancia de medio hemisferio. Nos hemos desarrollado en sentidos distintos, pero no hay ninguna razón para que uno no complete el otro [8]. Ideal panasiático que retomaría el presidente indio Jawaharlal Nheru pero que terminó fracasando porque no pudo obtener el apoyo de otros países además del suyo [9].

Xu Beihong | Retrato de Rabindranath Tagore (s/f)

Para concluir, conviene recordar una conocida frase de Tagore: Las civilizaciones que se desarrollaron en la India o la China, Persia o Judea, Grecia o Roma, son semejantes a otros tantos picachos de montañas, de altitud diferente y flora y fauna diversas, pero pertenecientes, no obstante, a una misma cordillera. No existe entre ellos ninguna barrera que en absoluto los incomunique; idéntica es su base y unos y otros afectan a la meteorología que a todos es común [10].

Tras la II Guerra Mundial y la descolonización de mediados del siglo XX, la integración de Asia –que hasta entonces se había centrado en el Sudeste Asiático, Extremo Oriente y el Indostán olvidándose, por ejemplo, de Oriente Medio– se volvió más pragmática y apostó por los acuerdos subregionales e incluso intercontinentales, en especial, con Oceanía y América.

Citas: [1] ZUMOTO, M. “Japan and the Pan-Asiatic Movement”. En: News Bulletin (Institute of Pacific Relations), 1927, p. 8. [2] KARL, R. E. “Creating Asia: China in the World at the Beginning of the Twentieth Century”. En: The American Historical Review, vol. 103, nº. 4, 1998, p. 1098. [3] DENG, Y. Promoting Asia-Pacific Economic Cooperation: Perspectives from East Asia. Nueva York: Saint Martin´s Press, 1997, p. 22. [4] ZHANG, K. “Ideals and Reality: Sun Yat-sen’s Dream for Asia”. En: Journal of Cultural Interaction in East Asia, nº. 3, 2012, p. 60. [5] COSTA MORATA, P. “Bandung, año veinte: El despertar del Tercer Mundo”. En: Tiempo de Historia, nº 5, 1975, p. 89. [6] LAI TO, L. & HOCH GUAN, L. Sun Yat-Sen, Nanyang and the 1911 Revolution. Singapur: ISEAS, 2011, pp. 46 y 47. [7] CHOUDHURI, I. N. Indian Renaissance and Rabindranath Tagore. Nueva Delhi: Vani Prakashan, 2019, pp. 42 y 115. [8] KAKUZO, O. El libro del té. Madrid: Verbum, 2018, p. 13. [9] SAALER, S. & SZPILMAN, C.W.A. Pan-Asianism: A Documentary History, 1920–Present. Plymouth: Rowman & Littlefield, 2011, p. 345. [10] TAGORE, R. La religión del hombre. Madrid: Arca Ediciones, 2016, p. 58.

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