sábado, 9 de julio de 2011

El callejón de Hamel

Los primeros artículos de la Constitución de Cuba –proclamada en 1976 pero reformada en diversas ocasiones desde entonces– definen a la isla como un Estado socialista de trabajadores (Art.1) donde se ha establecido un sistema político y social revolucionario (…) probado por años de heroica resistencia frente a las agresiones de todo tipo y la guerra económica de los gobiernos de la potencia imperialista más poderosa que ha existido (Art. 3), en el que todos los órganos del Estado, sus dirigentes, funcionarios y empleados actúan (…) observando estrictamente la legalidad socialista (Art. 10).

A partir del Art. 45, el capítulo VII establece los derechos, deberes y garantías fundamentales de los cubanos, reivindicando como primer derecho, deber y motivo de honor para cada ciudadano, el trabajo en la sociedad socialista; principio que desarrolla en los siguientes cuatro preceptos (Arts. 46 a 49) con el derecho al descanso, la seguridad social, la asistencia social y la seguridad e higiene en el trabajo. A punto de concluir ese capítulo, el penúltimo artículo recuerda que la traición a la patria es el más grave de los crímenes; quien la comete está sujeto a las más severas sanciones (Art. 65).

En sus 137 artículos, la ley fundamental cubana también reconoce a los ciudadanos libertad de palabra y prensa pero esta libertad debe ser conforme a los fines de la sociedad socialista (Art. 53) y aunque uno de los postulados del Estado es la libre creación artística y se reivindica que las formas de expresión en el arte son libres, también afirma que sólo se gozará de esta libertad siempre que su contenido no sea contrario a la Revolución (Art. 39.ch).

En esta democracia socialista (Art. 68), uno de los escasos lugares donde parece que se respira algo de verdadera libertad es, sin duda, el callejón de Hamel, en La Habana, llamado así en recuerdo de un comerciante europeo que, huyendo del comercio de armas en Estados Unidos, vivió por aquí hace más de 100 años.

En 1990, el artista Salvador Gonzales Escalona pintó un mural para un vecino de esta popular barriada de Centro Habana, paralela al famoso Malecón y a cinco minutos de la escalinata para subir a la Universidad. A partir de aquel dibujo –entre surrealista y abstracto– surgió su taller y un homenaje a la cultura afrocubana en el que participan muchos otros pintores (Jose, Danny o Elías) que se inspiran en la santería, las deidades yorubas y bantúes de aquellos esclavos africanos que fueron traídos a la isla, en una amalgama de colores y estructuras donde se demuestra la creatividad y la viveza del carácter de estas gentes, capaces de reinventar una pared forrándola de bañeras con poemas o de transformar un simple poste de la luz en un tótem.

Quizá, con la inversión adecuada y en otro contexto sociopolítico, esta pequeña calle podría llegar a convertirse en una gran referencia cultural; una suerte de versión artística del barrio londinense de Camdem Town, con el mismo encanto, pero con sabor a ron y a trova.

Fuera de este oasis y observados por multitud de cámaras, los cubanos apenas tienen móviles y carecen de acceso a las redes sociales y a muchas páginas de internet que son censuradas, por eso continúan preguntando a los turistas para informarse de cómo está el mundo, en voz baja y mirando de reojo a su alrededor por si se acerca algún agente de la Seguridad del Estado; por miedo a la represión, el control y el hostigamiento de su propio Gobierno.

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