Como presume José Javier Ramírez,
cualquier persona que se acerque por primera vez al Valle del Lozoya se sentirá gratamente sorprendido ante el magnífico espectáculo de su naturaleza, las altas montañas cuajadas de nieve, los densos bosques de pinos y robles, las plácidas praderas pastueñas, las pequeñas poblaciones rodeadas de vegetación, las aguas cristalinas llenas de luz y color (…) constituyen un paisaje casi idílico que impregna fácilmente el espítitu del viajero [1]. A finales del siglo XII, conforme avanzaba la Reconquista hacia el Sur, este valle situado al Norte de la actual Comunidad de Madrid empezó a ser repoblado por habitantes de la vecina ciudad de Segovia.
Los primeros pueblos de la vertiente madrileña de la sierra de Guadarrama aparecen en documentos fechados en tiempos de Alfonso X el Sabio, allá en el siglo XIII [2]. El periodista Javier Leralta ha investigado al respecto que: (…)
Con el fin de mantener una población estable en los lugares reconquistados, estos primeros pobladores fueron eximidos de una serie de privilegios, como el pago "de todo pecho, e de todo pedido, e de todo servicio, e de fosado, e de fonsadera, e de toda fazendera, etc" es decir, estaban liberados de pagar impuestos, contribuciones especiales y de acudir al servicio militar [2].
Pasó el tiempo y aquellas ventas y posadas se transformaron en pequeñas aldeas, cada vez más pobladas y en constante crecimiento. El propio desarrollo económico de aquella Castilla del siglo XIV obligó al Consejo de Segovia a regular la convivencia. Para ello dividió el valle de Lozoya en cuatro cuadrillas o quiñones, correspondientes a los lugares de Rascafría, Oteruelo, Alameda y Pinilla. En esta acta fundacional de estos cuatro pueblos, del año 1302, se comunicaba a los vecinos, caballeros, escuderos, dueñas y doncellas de la obligación que tenían de adquirir tierras, de establecerse, de edificar casas y de tener caballo propio por valor de 200 maravedíes, o sea, un buen caballo. Junto a las exenciones anteriores, los cuatro quiñones del valle gozaban además del privilegio de "horca y cuchillo", una competencia muy importante que dejaba en manos de los vecinos el gobierno de la justicia penal. Los quiñoneros eran partidas de vecinos a caballo, de ahí la importancia del valor del animal, que andaban vigilando los caminos y tierras para limpiar el valle de maleantes. Tenían la capacidad de detener y ajusticiar, después de un juicio justo con derecho a apelación y todo, a los reos que hubiesen cometido algún delito grave.
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Vista aérea del Monasterio de Santa María de El Paular |
Enfrente del monasterio de El Paular, donde el río Lozoya recibe su bautizo, se levanta el puente del Perdón, una elegante construcción barroca cargada de historia y leyenda [que sustituyó al anterior, erigido en 1302]. Cuentan que en el viejo puente se reunía el tribunal de apelación –otro ejemplo de democracia rural– formado por un miembro de cada quiñón para revisar la sentencia. Si el reo era absuelto, en ese momento alcanzaba la libertad, pero si el tribunal confirmaba todas las acusaciones, el penado era conducido a la Casa de la Horca acompañado de un nutrido grupo de curiosos. Esta casa, donde vivia el verdugo y ajusticiaba a los inculpados, se encontraba a cinco kilómetros del puente aguas arriba, justo en la pista que lleva al mirador de los Robledos, muy cerca de la zona recreativa de La Isla.
A esta narración, Ángel Sánchez Crespo le añade que: La decisión final no se comunicaba al reo, que era conducido por una escolta, camino de la Casa de la Horca, con independencia de que hubiera sido declarado culpable o inocente. Al pasar justo enfrente del Puente del Perdón, si había sido absuelto se le dejaba en libertad para que cruzara el puente y partiera hacia otro lugar. Si la escolta de guardianes a caballo no paraba, mal asunto, el reo seguiría camino hasta la Casa de la Horca y sería ajusticiado [3].
Citas: [1] RAMÍREZ ALTOZANO, J. J. El monasterio del Paular y el valle del Lozoya. Madrid: Visión Libro, 2017, p. 7. [2] LERALTA, J. Madrid: cuentos, leyendas y anécdotas. Madrid: Sílex, 2002, pp. 91 a 93. [3] SÁNCHEZ CRESPO, Á. 101 curiosidades de la historia de la Sierra de Guadarrama que no te puedes perder. Madrid: Guadarramistas, 2015.
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