viernes, 20 de octubre de 2017

La Torre de los Locos [Narrenturm] de Viena

El hijo de María Teresa, José II, asociado al poder como emperador [del Sacro Imperio Romano Germánico; además de archiduque de Austria y rey de Bohemia, Croacia y Hungría], desde 1765, no gobernó efectivamente hasta 1780 [cuando falleció su madre]. (…) Es un personaje difícil de definir. Frío, sin especial vigor físico, de mala salud y de humor ensombrecido por desgracias domésticas [era hermano de la célebre María Antonieta y de Leopoldo II que abolió la pena de muerte, por primera vez en el mundo, en Toscana, el 30 de noviembre de 1786], fue educado de forma austera y con especial preocupación por lo religioso. Era inteligente y cultivado (…). Se declaró enemigo de la “superstición” (…). [Y] Al igual que otros déspotas ilustrados, José II pensaba que el “Estado significaba el mayor bien para el mayor número de seres”, y aplicó su peculiar humanismo paternalista a una intensa labor legislativa –más de once mil leyes y seis mil decretos en diez años– de gobierno, resumida en un vasto proceso de reformas [ENCISO, L. M. La Europa del siglo XVIII. Barcelona: Península, 2001, p. 511].

Entre otras mejoras, el emperador José II unificó la jurisdicción de todo el Imperio disponiendo que la ley fuese la misma para cualquier súbdito de su monarquía; reconoció el matrimonio civil; reguló el divorcio; suprimió la servidumbre, los gremios, el régimen de monopolios y la aplicación a los reos de torturas (por influencia de Beccaria); estableció el catastro, fomentó la libertad de trabajo y llevó a cabo la unificación fiscal; siendo muy tolerante con la libertad religiosa.

Tras visitar algunas instituciones sociales de la capital francesa, en 1781, el monarca austriaco aprobó un decreto en el que se ordenaba al arquitecto de la Corte, Isidor Carnevale, que diseñara un edificio para albergar a los dementes. Aquella Torre de los Locos o Narrenturm fue el primer hospital psiquiátrico del mundo que se construyó para tratar los problemas mentales específicos de estos enfermos. Por su peculiar forma –un cilindro de cinco pisos que rodean un patio central– recibió el apelativo de Guglhupf (por su similitud con un típico bizcocho vienés).


La torre, que se inauguró en 1784, disponía de 28 celdas por planta (este número no fue aleatorio sino que coincidía con el tradicional ciclo lunar de 28 días; no olvidemos que, desde el Imperio Romano, se pensaba que el alma de los locos estaba en la luna y de esa creencia proviene que se les llame “lunáticos”). Funcionó como manicomio hasta la segunda mitad del siglo XIX; hoy en día, alberga la Colección de Anatomía Patológica del Museo de Historia Natural (NHM) de Viena.

PD: Pocos años más tarde, tras la Revolución Francesa, la atención de los "alienados" evolucionó rápidamente gracias al trabajo de especialistas como el médico Philippe Pinel que ordenó desencadenar a los locos encerrados en el Hospital parisino de Bicêtre, en 1793, diferenciando a los enfermos mentales de los delincuentes que, hasta ese momento, habían recibido el mismo tratamiento; labor que continuó dos años más tarde al ser nombrado médico jefe del Hôpital de la Salpêtrière.

Charles L. Müller | Pinel liberando a los alienados de Bicêtre, en 1793 (s. XIX)

NB: En España, el Art. 2 del Real decreto de 14 de mayo de 1852, mandando se observe el reglamento de la Ley de Beneficencia de 20 de junio de 1849, incluyó los establecimientos de locos entre los establecimientos generales de beneficencia, demostrando que -en aquel momento- estos centros obedecían más a un función meramente asistencial que terapéutica. A mediados del siglo XIX (...) los enfermos mentales no recibían ningún tratamiento, ni se albergaban en edificios específicos, sino en el mejor de los casos, en los mismos hospitales donde se atendía todo género de enfermedades. (...) Los dos únicos manicomios específicos eran los de Valladolid y Toledo. El Hospital de Dementes de Valladolid [o Casa de Orates porque, en su locura, hablaban mucho], fundado en el siglo XV, dependía de la Junta Municipal de Beneficencia, y albergaba en 1849 a 135 acogidos [QUIRÓS LINARES, F. Las ciudades españolas a mediados del siglo XIX. Valladolid: Ámbito, 1991, pp. 122 y 123]. Aquel hospital se encontraba situado en la actual calle de Cánovas del Castillo.

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