miércoles, 14 de agosto de 2019

La primera estafa piramidal [el caso de «doña Baldomera Larra»]

Mariano José de Larra (1809-1837) fue un niño solitario; un adolescente ávido de todo y un joven extraordinariamente maduro, reflexivo e inteligente que se fue dando cuenta, poco a poco, de que caminaba solo y hacia ninguna parte. El escritor del conflicto interior vivió apenas 27 años, 10 meses y 20 días, casi una condena, en una España aflijida por la injusticia y el atraso social y en un Madrid que era la metrópoli pobre de un imperio en el que aún no se ponía el sol. Así lo describe su biógrafo y descendiente, Jesús Miranda de Larra. Por las circunstancias de su tiempo, Fígaro, como firmaba aquel hijo de un médico de cámara de la Corte, se tuvo que exiliar con toda su familia en París (1814) siendo niño. Regresaron cuatro años más tarde pero se fueron a vivir a Navarra y Valladolid antes de continuar sus estudios en Madrid. Con apenas 20 años conoció a Pepita [Josefa Wetoret Martínez (1809-1894)] y el 13 de agosto de 1829 contrajeron matrimonio pronto y mal.

Su primogénito, Luis Mariano “Cocó”, nació a finales de 1830 mientras el célebre autor del Romanticismo continuaba escribiendo piezas de teatro y artículos; colaboraba con diversas revistas; se enamoraba de su auténtica musa, la levantina Dolores Armijo, y dejaba de nuevo embarazada a su esposa –en este caso, de Adela, nacida en 1833– separándose el matrimonio definitivamente en 1834 aunque, por las cartas que continuaron enviándose, siempre mantuvieron una relación cordial y afectuosa.

Baldomera –la verdadera protagonista de esta historia– era la hija menor de Pepita Wetoret pero no de Larra que nunca llegó a reconocerla como propia ni, por lo tanto, tampoco le dio sus apellidos; de hecho, en la correspondencia que Fígaro mantenía con su exmujer se refería a ella como “tu niña” cuando ocasionalmente la mencionaba. A pesar de todo, tanto la prensa como las autoridades judiciales de aquel tiempo llamaron “doña Baldomera Larra” a aquella niña que vino al mundo el 27 de febrero de 1835, dos años antes de que el escritor se suicidara.

En 1837, con el orgullo malherido y humillado por los fracasos en su lucha por una España mejor; (…) dolorido por los desengaños en su vida amorosa con Pepita y con Dolores (su amante lo abandonó al hacerse pública su relación y le pidió que le devolviera todas las cartas de amor que se habían enviado para regresar con su marido), hicieron que su percepción melancólica de la vida llegase a ser tan insoportable y desesperanzada que le hicieron sentir el mayor de los rechazos, la más profunda soledad, y aceptó el suicidio como la única manera digna de finalizar su fallida misión en este mundo. El 13 de febrero de aquel mismo año se llevó una pistola a la sien y disparó.

El biógrafo familiar de Larra, centrado como es lógico en el escritor y no en aquella “niña” tan solo apunta, telegráficamente, que Baldomera se casó el 4 de septiembre de 1856 con el médico, diez años mayor que ella, Carlos Montemar, que lo fue del rey Amadeo de Saboya. Al parecer tuvo numerosa descendencia [cinco hijos]. Fundó la Caja de Imposiciones. La quiebra de la Caja causó problemas con la justicia. Se trasladó a Cuba con sus hijos, donde acabó sus días [1].

Ilustración de Blanco y Negro sobre la historia del timo de Doña Baldomera

En opinión de Julio Alemparte, Baldomera fué una mujer singularísima, capaz de dar lecciones a los más pintados héroes de la picaresca... Tres sueños la embriagaban: hacerse rica, que la llamaran doña y conseguir un amante excepcional. Realizó los tres. Su aptitud para los números y las finanzas la condujo, primero, a fundar una oficina de Administraciones y préstamos, en la calle de la Redondilla; prestábase allí dinero, con toda facilidad, sin engorro alguno... siempre que se dieran garantías. Los interesados llovieron en la oficina. A poco andar, doña Baldomera –ya tenía este tratamiento– fundó un Banco, en la Plazuela de la Paja, cuya garantía aunque estaba lejos, muy lejos, encantó a los buenos vecinos de Madrid, siempre ilusionados con el azar [2].

El argentino Néstor Durigón [3] no duda en incluir a esta mujer entre los grandes estafadores de la historia: Cuando Alfonso XII fue restaurado en el trono de España, el afrancesado doctor Montemayor se vio obligado a huir para exiliarse en las colonias de Cuba, dejando a su mujer e hijos en Madrid. Baldomera, habituada al lujo y ahora en situación precaria, no tuvo más remedio que enredarse con prestamistas, a los que pagaba un elevado interés. Ese pudo ser el origen de su futura gran idea, ya que inició el negocio de préstamos. Un día le pidió prestada a una vecina una onza de oro prometiéndole que en un mes se la devolvería duplicada. Cuando cumplió su promesa, la vecina se apresuró a contarle a otras amistades “el milagro que había realizado Doña Baldomera”. No tardaron en llegar unos cuantos clientes, atraídos por la ganancia fácil, con su onza de oro en la mano –y algunos, con muchas más–, rogándole que aceptase el dinero y que realizase el mismo milagro que había hecho con la moneda de su vecina.

Ilustración de Blanco y Negro sobre la historia del timo de Doña Baldomera
 
¿En qué consistió su estafa? El sistema era sencillo: bastaba con dejarse caer por su establecimiento en la Plaza de la Paja, ingresar allí una suma de dinero y rellenar un formulario, indicando la cuenta de la imposición y donde figuraba la fecha en que le será devuelta con los debidos intereses. La Baldomera ofrecía un rédito del treinta por ciento mensual (…) [4]. Había nacido la estafa piramidal o esquema de pirámide, medio siglo antes de que la pusiera de moda el estafador italiano Carlo Ponzi (1882 –1949). Un esquema piramidal, también conocido como pirámide financiera, es un modelo comercial previsiblemente no-sostenible que depende básicamente del reclutamiento progresivo de otras personas para el esquema, a niveles insostenibles [5].

Entre diciembre de 1876 y agosto de 1878, al menos en cinco ediciones de la Gaceta de Madrid –antecedente histórico del BOE– los jueces de primera instancia del distrito de la Latina, de la capital, emplazaron a “doña Baldomera Larra” a acudir a los tribunales para responder a los cargos que contra la misma resultan en causa que se la sigue por alzamiento de bienes en perjuicio de sus acreedores; porque el 4 de diciembre de 1876 huyó a Francia. con los fondos –se calcula que veintidós millones de reales– y sin dejar persona que legítimamente la representara en la casa plaza de la Paja donde recibía las imposiciones ó préstamos, de acuerdo con la resolución judicial que la condenó. La estafadora no regresó a España voluntariamente. Las autoridades judiciales tuvieron noticia de que vivía en el barrio parisino de Auteuil bajo el pseudónimo de Madame Varela y solicitaron a Francia por el conducto debido la detención y extradición con el fin de juzgarla por alzamiento de bienes.

La sentencia del magistrado Enrique Íñiguez Pinzón, juez de primera instancia del distrito de la Latina, se dictó el 24 de mayo de 1879 y se publicó en el diario El Imparcial del siguiente lunes 26. De todas las personas a las que estafó –se habla de unos 5.000 confiados impositores– solo se personaron en el juicio 55 víctimas. El fallo no tuvo en cuenta el argumento de la defensa de que había tomado aquellas cantidades por la escasez de recursos en que se encontraba y su estado de penuria para cumplir las obligaciones antes contraidas, declarando probados los hechos y condenándola a seis años y un día de prisión mayor, suspensión de todo cargo durante la condena y dos terceras partes de costas.

Curiosamente, la historia de esta mujer tuvo un final inesperado: de aquella condena, como recuerda Eslava Galán, solo cumplió un año porque mucha gente, convencida de su inocencia, se sumó a la campaña de recogida de firmas solicitando su indulto. La industriosa inversionista se retiró de la vida pública y no se volvió a saber de ella. Unos dicen que vivió el resto de su vida con su hermano, el compositor Luis Mariano Larra; otros, que se reunió con su marido en Cuba y que emigró a Buenos Aires, ciudad en la que falleció ya muy anciana [6].

Citas: [1] MIRANDA DE LARRA, J. Larra. Biografía de un hombre desesperado. Madrid: Aguilar, 2009, pp. 16, 17, 124, 173, 234, 244 y 287. [2] ALEMPARTE, J. Andanzas por la vieja España. Madrid: Andrés Bello, 1961, p. 170. [3] DURIGÓN, N. Grandes maestros de la estafa. Buenos Aires: Ediciones B Argentina, 2016. [4] JUAN-CANTAVELLA, R. La realidad: Crónicas canallas. Barcelona: Malpaso ediciones, 2016. [5] ARIAS, Á. Las estafas digitales. Createspace, 2014. [6] ESLAVA GALÁN, J. Avaricia: Los pecados capitales de la historia de España. Barcelona: Destino, 2015.

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