Durante la segunda mitad del siglo XX, se desarrollaron numerosas investigaciones en los campos de la Medicina y la Psicología para verificar los efectos de algunos componentes biológicos en el comportamiento del ser humano y su incidencia en el desarrollo de una conducta agresiva. Por ejemplo, en 1970, el Dr. Russell R. Monroe publicó un estudio sobre un centenar de delincuentes que se encontraban internados en una Institución de Maryland (EE.UU.), constatando que el grupo que manifestó anomalías en sus electroencefalogramas (EEG) era el más agresivo, antisocial y conflictivo, y que cerca del 80% de ellos presentaban significativas anormalidades (disfunciones neurológicas). Por su parte, Barbara d'Asaro, Crane Groesbeck y Carol Nigro llevaron a cabo un programa piloto en la prisión de Morris (Nueva Jersey, EE.UU.) para analizar la dieta de los reclusos y demostrar su hipótesis de que, en ocho semanas, mejoraban su comportamiento combinando una alimentación con más proteínas y menos azúcar y dándoles suplementos vitamínicos. Por último, el Dr. Hans Jürgen Eysenck realizó un estudio para probar que el deficiente funcionamiento del sistema nervioso autónomo puede predisponer a la persona a un comportamiento antisocial y, en su caso, delictivo.
Con el tiempo, dentro de estas orientaciones biológicas, otros autores centraron sus esfuerzos en los factores bioquímicos con un objetivo claro: constatar la influencia de ciertas sustancias en la conducta humana: desde las vitaminas o la glucosa hasta los aditivos y colorantes o las sustancias contaminantes (plomo, mercurio…). En este ámbito, es probable que uno de los estudios más singulares sea el que publicaron en 1978 A. R. Mawson y K.J. Jacobs, profesores de Psicología de la Loyola University (Nuevas Orleáns, Luisiana, EE.UU.), bajo el elocuente título de Corn Consumption, Tryptophan, and Cross-National Homicide Rates [El consumo de maíz, el triptófano y las tasas transnacionales de homicidios].
En su opinión, desde los años 70, los científicos habían demostrado que la serotonina, un neurotransmisor cerebral, inhibía el comportamiento agresivo y, por el contrario, inducía al descanso; pero, para que el cuerpo humano metabolice dicha serotonina necesita la función de síntesis de un aminoácido, el triptófano, que nuestro metabolismo no genera sino que debe conseguirlo a través de una correcta alimentación.
A partir de los datos estadísticos aportados por Naciones Unidas y el Departamento de Agricultura estadounidense, ambos autores llegaron a la conclusión de que las elevadas tasas de delincuencia existentes en los países latinoamericanos se relacionaban con su habitual consumo de maíz (mientras que, por ejemplo, en Europa utilizamos más el trigo y en Asia el arroz) porque un dieta basada en esta gramínea posee poca cantidad de triptófano lo que conlleva, según ellos, una propensión a depresiones y comportamientos agresivos porque esa alimentación no aporta al cuerpo el aminoácido necesario para producir la suficiente serotonina que inhiba la agresividad.
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