viernes, 21 de junio de 2024

El «Memorial de Agravios» del Cacique de Turmequé

A diferencia de lo que sucede en España, en Sudamérica -en general- y en Colombia -en particular- la doctrina científica siempre ha prestado una gran atención a la figura de Diego de Torres y Moyachoque (Turmequé, 1549 - Madrid, 1590) y su trascendental «Memorial de Agravios» que presentó en 1584 al rey Felipe II (Valladolid, 1527 - San Lorenzo de El Escorial, 1598) hasta el punto de que los autores que han estudiado su vida y obra no han escatimado calificativos a la hora de describirlo; sirva como ejemplo el abogado e historiador boyacense Hernán Alejandro Olano García, para quien se trata del ombudsman indoamericano, gran mestizo y primer abogado de Colombia; paladín de la raza indígena; protector general de los indios; primer puericultor de América; creador del Derecho Internacional Humanitario; vocero de la primera organización no gubernamental de americanos, encargada de la promoción, protección y defensa de los derechos humanos; un líder del siglo XVI, etc. [1].

De acuerdo con el profesor Luis Fernando Restrepo: Don Diego nació en 1549, hijo del conquistador y encomendero Juan de Torres y la cacica [autoridad máxima en una comunidad de indios (DRAE)] muisca [cultura indígena oriunda de los actuales departamentos colombianos de Cundinamarca y Boyacá, también conocidos como chibchas] Catalina de Moyachoque. Creció y se educó en Tunja [capital del departamento boyacense] y heredó el cacicazgo de Turmequé, según la tradición matrilineal muisca. Sin embargo, su dominio sobre el cacicazgo fue disputado por Pedro de Torres, su hermano medio, quien heredó la encomienda a la muerte del padre conquistador y quien en 1574 le entabló un juicio ante la Audiencia de Santafé [de Bogotá, creada por Real Cédula del Emperador Carlos V (Gante, 1500 - Cuacos de Yuste, 1558), de 17 de julio de 1549, para ser la instancia judicial más alta del Nuevo Reino de Granada (desde el siglo XVIII, Virreinato de Nueva Granada] para destituirlo del cacicazgo, resaltando su incapacidad para el cargo por ser mestizo y por ser hijo de un matrimonio ilegal, ya que el padre estaba casado con una española antes de casarse con Catalina de Moyachoque. La Audiencia falló a favor de Pedro de Torres en 1575 y esto llevó a don Diego a España a apelar por su causa. El Consejo de Indias ratificó la decisión de la Audiencia, pero don Diego apeló directamente a Felipe II, quien en 1578 revertió el fallo restaurándole el cacicazgo, y regresó al Nuevo Reino acompañado del visitador Juan Bautista Monzón, cuya alianza le convirtió en blanco de persecuciones políticas que lo llevarían a la cárcel, de donde huiría buscando refugio primero en los montes del Nuevo Reino y posteriormente en España, donde residió hasta su muerte en 1590, pues la Corona le vedó el regreso a las Indias. En 1584 presentó a Felipe II el muy conocido “Memorial de agravios” en el que documenta los múltiples abusos que sufrían los indígenas de parte de los encomenderos y las autoridades coloniales neogranadinas [2].


Aquel primer encuentro con el monarca pucelano de la Casa de los Austria lo recrea la investigadora colombiana María Paula Corredor Acosta: Era 12 de noviembre de 1578 cuando un personaje proveniente del Nuevo Reino de. Granada se presentó ante el rey Felipe II. Diego de Torres probablemente tenía los rasgos de su madre indígena y los buenos modales de su padre español. Se arrodilló tres veces antes de enunciar el objeto de su larga travesía: las vejaciones que sufrían los indios en el reino y la renuencia de las autoridades a cumplir los mandatos reales. Además, tras sus intenciones altruistas, Torres tenía un interés particular que fue oído por el rey: el despojo de su cacicazgo en Turmequé. (…) La argumentación de Diego de Torres y su desenvoltura dejaron sorprendido a Felipe II pues el cacique no estaba acompañado de un religioso o un traductor, sino que hablaba el español, posiblemente vestía como español, sabía las costumbres españolas y se había apropiado del derecho español para defender una causa personal (el despojo de su cacicazgo) y una local (los vejámenes que sufrían los indios) [3]. Como señalamos anteriormente, en respuesta, el rey concedió una real cédula al cacique para que conservara su cacicazgo mientras hacían las respectivas averiguaciones [3].

El historiador colombiano Jorge Orlando Melo [4] retoma a partir de ese momento la situación del Cacique de Turmequé. Tras unos años muy agitados por los conflictos entre [el mencionado visitador general] Monzón, los encomenderos y la Real Audiencia, motivados ante todo por los esfuerzos de controlar en algo la explotación de los indios, así como las acusaciones y prisiones a don Diego por “sospechoso que se tiene que había andado por los repartimientos de los indios diciéndoles que no habían de pagar ya demoras ni hacer ningún servicio a los encomenderos”, Torres regresó a la metrópoli en 1583 en el que sería su segundo y definitivo viaje. Al año siguiente, en agosto de 1584, tuvo una nueva audiencia con el Rey, al que le entregó el Memorial [4] en Madrid.


Aquella relación de agravios es un llamado al orden al monarca por el incumplimiento de la razón del Estado colonial. El primer punto son las doctrinas que es el fin principal que V.M. pretende se cumpla y guarde. Basado en la llamada bula de donación ("Inter Caetera"), éste es el título legal que fundamenta la conquista hispánica. El memorial también aborda los siguientes puntos: irregularidad en los cobros de tributos (2º); la expropiación de tierras (3º); particular abuso a las encomiendas de la Corona (4º); se priva de libertad a los indios, violando las nuevas leyes, las cuales ordenaban que los indios fuesen tratados como “personas libres” (5º); fuerzan a las indias a amamantar a los hijos de españoles (6º); tratan a los indios como esclavos, no compensándolos como es mandado por la Corona (7º); los indios son sacados de su provincia y llevados en cadenas a trabajar en otras provincias (8º); los obligan a trabajar en cargas, trapiches y otros servicios personales (9º); (…) represalias por quejarse ante la justicia (12º); prisión injusta de los caciques (13º); (…) represalias contra el visitador y todos aquellos que se quejen ante las autoridades (18º) (…) [2].

Pero, sin duda, tal vez lo más interesante y menos doloroso de todo lo que eleva al Rey en su Memorial, está en el punto once, cuando solicita la designación de un Protector General de los Indios, lo cual sería entonces como una especie de antecedente del Defensor del Pueblo que hoy día conocemos y que, debía ser "un hombre cristiano que se duela de aquellos pobres naturales, como Protector General de ellos sin interés alguno desde allí favorezca y ampare los pobres naturales en las cosas que fueren agraviados y no han menester más fatigas, cargas ni sobrecargas más de las que tienen y padecen, y esto conviene que V. M. muy particularmente lo encargue y se remedie, porque ansí conviene al descargo de Vuestra Real Conciencia, bien, aumento y conservación de aquellos pobres republicanos que tanto padecen" [5].

Esta figura política del Protector de Indios, fue introducida en América sólo hasta 1596, es decir, doce años después de presentado el Memorial de Don Diego. El Protector estaba facultado para ser audiencia en los delitos, disponer de escribano y alguacil, podía imponer penas de azotes públicos, resolvía pleitos entre indígenas, así como los que se producían entre indios y españoles, pero su principal obligación y cometido, radicaba en averiguar de qué manera se cumplían las leyes y provisiones expedidas en favor de los indígenas. (…) Los llamados protectores de indios eran pues, un eslabón entre la justicia de la Corona y las comunidades indígenas, convirtiendo a ambas partes en responsables mútuos de sus respectivas acusaciones. Pero sin duda, la creación de esta institución se debe exclusivamente a Don Diego de Torres y Moyachoque, Cacique de Turmequé [5]. De ahí que Olano García no dude en afirmar que: la Defensoría del Pueblo o el Protector General de los Indios nace en la Edad Moderna, dos siglos antes que el Ombudsman Sueco, propuesto por un chibcha, el Cacique de Turmequé Don Diego de Torres y Moyachoque [1].

¿Cómo terminó su viaje? Después de presentar el memorial, Diego de Torres se quedó unos años más en España, donde se casó con doña Juana de Oropesa y siguió alegando sus derechos al cacicazgo y defendiéndose en el proceso que se le hizo por levantamiento, conspiración y motín. Aunque en 1586 se le dio a Madrid por cárcel, el 20 de julio de 1587 fue absuelto por el Consejo de Indias. Sin embargo, el pleito sobre el cacicazgo continuó y no se había resuelto todavía cuando, el 4 de abril de 1590, murió en Madrid, en la miseria y llenos de deudas. Dejó una viuda y tres hijos, a los que se les decretó una pensión, que se fue aplazando entre pleitos y solicitudes hasta 1628, cuando el Consejo Real le asignó la encomienda de Soracá. Sin embargo, no se sabe si realmente logro cobrarla alguna vez [4].

Citas: [1] OLANO GARCÍA, H. A. “El ombudsman indoamericano”. En: FERRER MAC GREGOR, E. & ZALDÍVAR LELO DE LARREA, A. (Coord.). La ciencia del Derecho Procesal Constitucional: Estudios en homenaje a Héctor Fix-Zamudio en sus cincuenta años como investigador del derecho. Ciudad de México: UNAM, 2008, p. 957. [2] RESTREPO, L. F. “El Cacique de Turmequé o los agravios a la memoria”. En: Cuadernos de Literatura, 2010, vol. 14, nº 28, pp. 16 y 17. [3] CORREDOR ACOSTA, Mª P. “Entre memoriales de agravios: la apropiación jurídica española de un cacique mestizo del Nuevo Reino de Granada en la defensa indígena (1571-1578)”. En: ALCÁNTARA SÁEZ, M.; GARCÍA MONTERO, M. & SÁNCHEZ, F. (Coords). Historia y patrimonio cultural. Memoria del 56º Congreso Internacional de Americanistas. Salamanca: Ediciones de la Universidad de Salamanca, 2018, p. 65. [4] MELO, J. O. “El Memorial de Agravios de don Diego de Torres, cacique de Turmequé, 1584” (*). [5] OLANO GARCÍA, H. A. “Conferencia en el Círculo Militar. 8 de agosto de 2000: El Cacique de Turmequé, un líder del siglo XVI”. Instituto de Estudios Iberoamericanos de Buenos Aires (Argentina).

PD: para que seamos conscientes de la enorme trascendencia que tuvo este memorial de finales del siglo XVI, basta recordar que a comienzos del siglo XX, el indio norteamericano Deskaheh –jefe de la tribu cayuga y representante de la Confederación de las Seis Naciones de iroqueses– viajó a Ginebra (Suiza) en 1923 con intención de que la Sociedad de Naciones (precedente histórico de la ONU) reconociera algo tan sencillo como el derecho de su pueblo a vivir conforme a sus propias leyes, en sus propias tierras y bajo su propia fe, pero no lo recibieron ni pudo leerles su manifiesto The red man’s appeal for Justice en el que los Pieles Rojas clamaban Justicia.

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