lunes, 11 de julio de 2016

El origen del Servicio de Identificación Antropométrico español

En 1880, el policía Alphonse Bertillon [París (Francia), 1853 - Münsterlingen (Suiza), 1914] fue nombrado Jefe del Servicio de Identificación de la Préfecture de Police de París; dos años más tarde, hizo público su célebre sistema científico para identificar a los delincuentes por medio del señalamiento antropométrico [literalmente: aplicando las medidas del hombre (antropometría)] gracias a un complejo sistema de mediciones, descripciones y fotografías. El denominado bertillonaje se componía de tres fases: 1) El señalamiento antropométrico, con once medidas de la cabeza, las extremidades y generales [Midiendo la estatura, la longitud de la cabeza, la del dedo medio, la máxima de los brazos, etc. pudieron ser identificados muchos delincuentes que, en otro caso, hubieran escapado a la acción de la justicia, afirmó]; 2) El señalamiento descriptivo, retrato hablado o portrait parlé con las singularidades fisonómicas del sujeto [caracteres cromáticos (colores del iris, la piel o el cabello) y complementarios (timbre de voz, actitud, gestos….)]; a los que después añadiría la toma de las huellas dactilares; y 3) Las marcas particulares (lunares, cicatrices, tatuajes, quemaduras…).

En su momento, esta nueva técnica para identificar a los delincuentes despertó comentarios entusiastas [Francia, por ejemplo, adoptó su método en 1882 y, antes de que acabase esa misma década, ya se aplicaba en lugares tan remotos como Argentina, Rusia, Suiza o Túnez] pero también numerosas críticas [se consideró un procedimiento complejo, lento y costoso, que requiere de un personal muy cualificado. Solo vale para la identificación de adultos (…) y no puede evitar el subjetivismo [1] a la hora de seleccionar e interpretar los datos].

Su método –como reconoció el abogado Raymond B. Fosdick [2] al año siguiente de que falleciera Bertillon– se apoyaba en el prestigio y la personalidad de su creador pero el fracaso de su intervención para resolver el robo de La Gioconda y su polémico peritaje caligráfico en el caso Dreyfus contribuyeron a desacreditarlo en beneficio del coetáneo sistema de la dactiloscopia desarrollado por William J. Herschel, Henry Faulds y Francis Galton. Aun así, su influencia fue notoria a finales del siglo XIX y comienzos del XX. En el caso español, la Gaceta de Madrid –antecedente histórico del Boletín Oficial del Estado (BOE)– lo cita en tres ocasiones:
  1. Un Real Decreto de 10 de septiembre de 1896 creó en las cárceles del reino el Servicio de Identificación Antropométrico, según el sistema de Mr. Bertillon. Su exposición de motivos es muy reveladora de la autoridad del «bertillonage» en aquel tiempo: Reconocida y ya sancionada por larga experiencia en otras naciones la importancia que para la más corta y pronta administración de justicia en lo criminal tiene el sistema de filiaciones señalamientos antropométricos de los delincuentes, como medio único seguro de identificar á los criminales que al reincidir cambian de nombre para burlar la ley, y único también capaz de abreviar la duración de los procesos, suprimiendo múltiples y siempre lentas actuaciones, el Ministro que suscribe [de Gracia y Justicia: Manuel Aguirre de Tejada] cree llegado el momento de establecer de un modo normal y regular el servicio de identificación antropométrica en las cárceles del Reino. Esta reglamentación se adoptó por la buena experiencia del primer Gabinete Antropométrico y fotográfico con fines identificativos que se creó un año antes, en 1895, en el Gobierno Civil de Barcelona [3]. El Art. 2 del mencionado Real Decreto disponía que: Serán sometidos á este procedimiento de filiación ó señalamiento todos los individuos que ingresen en prisión por mandato judicial ó por arresto gubernativo, así como también los de tránsito.
  2. Un segundo Real Decreto –de 18 de enero de 1897– adoptó el reglamento para el régimen interior del departamento antropométrico y del fotográfico del Gabinete Central; instalado en la Prisión celular de Madrid, donde se practicaban todas las operaciones de filiación antropométricas de los delincuentes, conforme á las instrucciones y reglas del sistema de Mr. Bertillon.
  3. Y, por último, con el cambio de siglo, un tercer Real Decreto de 18 de febrero de 1901 reorganizó el servicio de identificación judicial estableciendo gabinetes antropométricos fotográficos provinciales y de identificación en cada establecimiento penal; así como una Escuela Práctica de Antropometría Judicial en el Gabinete provincial de Madrid.
En las primeras décadas del siglo XX, fue imponiéndose en España, como en otros países, la dactiloscopia como medio de identificación personal, basada en la clasificación de los dibujos formados por las crestas papilares de las yemas de los dedos de las manos, y concretamente el sistema dactiloscópico del argentino Vucetich, adoptado por el Cuerpo de Seguridad y Vigilancia (antecesor de la Policía) con las modificaciones introducidas por el catedrático de Anatomía e Inspector Técnico del Servicio de Identificación Judicial, Doctor don Federico Oloriz, profesor de Antropometría y Fotografía de la Escuela de Policía de Madrid desde 1907 [3].

Un lustro más tarde, desde el Real Decreto del 27 de diciembre de 1912 la identificación dactiloscópica se impone en España, por lo que a todos los detenidos se les rellenaba una ficha que incluía las huellas dactilares de los diez dedos. El primer caso famoso resuelto en España gracias al estudio de las huellas dactilares y al uso de fotografías fue el robo del Tesoro del Delfín en el Museo del Prado, ocurrido en septiembre de 1918 [4].

Citas: [1] GARCÍA-PABLOS DE MOLINA, A. Tratado de Criminología. Valencia: Tirant, 4ª ed., 2009, p. 453. [2] FOSDICK, R. B. “The Passing of the Bertillon System of Identification”. En: Journal of the American Institute of Criminal Law and Criminology, Vol. 6, nº 3, 1915), pp. 363-369. [3] OTERO SORIANO, J.M. “Introducción y notas históricas”. En: AA.VV. Policía Científica. 100 Años de Ciencia al Servicio de la Justicia. Madrid: Ministerio del Interior, 2011, p. 18. [4] MULET, J. M. La ciencia en la sombra. Barcelona: Destino, 2016, p. 40.

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