
En el poema El matrimonio del cielo y el infierno que Blake escribió entre 1790 y 1793 –edición que iluminó con acuarelas, como en los antiguos textos medievales– encontramos una recurrente presencia de su idea de que en la primera cámara [del infierno] había un Dragón-hombre, barriendo los despojos a la boca de una caverna. Posteriormente, entre 1805 y 1810, el artista pintó ese mismo dragón rojo en numerosas ocasiones para ilustrar ciertos pasajes del Apocalipsis de la Biblia.
Casi dos siglos más tarde, tanto los versos –además de su antología Los cantos de experiencia– como las acuarelas de aquel mítico ser alado sirvieron de inspiración al novelista Thomas Harris para escribir El dragón rojo, en 1981, creando para la posteridad a uno de los grandes personajes malvados del siglo XX: el desequilibrado y letal doctor Hannibal Lecter (…) bautizado como Hannibal el Caníbal (HARRIS, T. Hannibal. Barcelona: Grijalbo Mondadori, 1999, p. 30) aunque su presencia en aquella primera parte de la tetralogía fue testimonial, ayudando al detective Will Graham a establecer el perfil criminal de otro asesino en serie en cuya espalda brillaba, precisamente, el tatuaje de aquel ser de leyenda que dio título a la primera novela de la saga. Parafraseando a Vidocq, el agente del FBI que imaginó Harris utilizó a un criminal para cazar a otro; un peculiar método para impartir justicia.
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