La plaza del Mestre Ripoll, en Valencia, rinde homenaje a Cayetano Ripoll, un maestro de escuela que nació en Solsona (Lérida), en 1778; vivió unos años en Francia, tras ser hecho prisionero por las tropas napoleónicas durante la Guerra de la Independencia; y terminó desarrollando su carrera profesional en un pequeño colegio de Ruzafa, un antiguo municipio que en la actualidad forma parte de la capital valenciana, hasta que un tribunal eclesiástico lo condenó a morir ahorcado el 31 de julio de 1826, acusándole de cometer un delito de herejía. En aquella época, las Cortes de Cádiz ya habían abolido la Inquisición, a comienzos de 1813, pero la posterior década de los años 20 se caracterizó por la alternancia de gobiernos liberales –a los que entonces se denominaba negros– y absolutistas –llamados blancos o realistas– que solían derogar las normas aprobadas por los políticos de signo contrario en cuanto accedían al poder, de modo que hasta la propia Constitución de 1812 estuvo suspendida y en vigor durante tres épocas distintas. En ese contexto histórico, algunas diócesis españolas –como sucedió en Valencia, en 1824– decidieron restablecer un órgano judicial eclesiástico a imagen y semejanza del extinto Santo Oficio: la Junta de Fe.
En su libro 125 valencianos en la historia [Valencia: Carena, 2003, pp. 197 y 198], FERNANDA ZABALA narra cómo este maestro fue apresado porque, al entrar en clase, sus alumnos debían saludar diciendo Alabado sea Dios en lugar del habitual Ave María. Una madre lo denunció a las autoridades y Ripoll fue acusado de ser deísta y masón, de no acudir a misa los domingos y de no salir a presenciar las procesiones; fue juzgado sin tener derecho a la defensa ni a conocer siquiera la causa que se seguía contra él hasta que se leyó la sentencia condenándole a morir en la hoguera por hereje pertinaz y acabado [LAFUENTE, M. Historia general de España, Madrid, 1865, p. 348]; pena que le fue conmutada por la horca tras un proceso que se alargó durante meses porque no se encontraba su certificado de bautismo, sin el cual, no habría podido ser acusado por la Junta de Fe valenciana. Finalmente, el maestro fue conducido al patíbulo a lomos de un burro, esposado y con la cabeza cubierta por una hopa negra; tras ejecutarse la sentencia a muerte, su cadáver fue introducido en un tonel decorado con imágenes de llamas del fuego eterno, antes de ser enterrado en un lugar profano: el cementerio de los ajusticiados en el barranco de Carraixet.
Cayetano Ripoll se convirtió en el último hereje que fue ejecutado en España, no por la Santa Inquisición, como suele afirmarse, porque esta institución ya había sido abolida trece años antes, pero sí por un tribunal eclesiástico análogo.
En 2007, el escritor Alfred Bosch publicó la novela Inquisitio [Barcelona: Planeta] en la que narra la historia de un hombre honesto que pagó por sus creencias.
NB: como curiosidad, (...) el primer hereje condenado en Europa Occidental del que tenemos noticia fue Prisciliano (ca. 340 -385). De origen seguramente gallego y Obispo de Ávila, este hombre pretendió un sicretismo religioso entre el cristianismo y las prácticas paganas populares (...) esta muestra de tolerancia (...) tuvo como resultado una acusación de brujería por "incitar" al ejercicio de estas actividades, que terminó con una condena a muerte decretada en el sínodo de Zaragoza del año 380, y que se haría efectiva por decapitación en la ciudad [alemana] de Tréveris cinco años después [LÓPEZ MUÑOZ, F. y PÉREZ HERNÁNDEZ, F. El vuelo de Clavileño. Madrid: Delta, 2017, p. 178].
En 2007, el escritor Alfred Bosch publicó la novela Inquisitio [Barcelona: Planeta] en la que narra la historia de un hombre honesto que pagó por sus creencias.
NB: como curiosidad, (...) el primer hereje condenado en Europa Occidental del que tenemos noticia fue Prisciliano (ca. 340 -385). De origen seguramente gallego y Obispo de Ávila, este hombre pretendió un sicretismo religioso entre el cristianismo y las prácticas paganas populares (...) esta muestra de tolerancia (...) tuvo como resultado una acusación de brujería por "incitar" al ejercicio de estas actividades, que terminó con una condena a muerte decretada en el sínodo de Zaragoza del año 380, y que se haría efectiva por decapitación en la ciudad [alemana] de Tréveris cinco años después [LÓPEZ MUÑOZ, F. y PÉREZ HERNÁNDEZ, F. El vuelo de Clavileño. Madrid: Delta, 2017, p. 178].
No hay comentarios:
Publicar un comentario