
En 1916, un sacerdote de origen alemán, que acabó obteniendo la nacionalidad española, Hugo Obermaier, publicó en Madrid un libro [3] con el resultado de sus campañas e investigaciones paleontológicas y prehistóricas por muchos de los principales yacimientos del país. Dos años después, participó en el equipo que descubrió el Barranco castellonense de Valltorta y, en 1925, reescribió aquella obra para publicar una nueva edición más actualizada. En aquellas páginas describe una de las pinturas más sorprendentes de la Cueva Saltadora que reproduce a un personaje mortalmente herido, alcanzado por las flechas en la nuca, en la cadera y en ambas piernas, en el momento de desplomarse. En su caída despréndese la diadema de la cabeza, indicando este adorno, único en su género hasta la fecha en el arte rupestre levantino, que se debía tratar de un personaje muy importante, y, al parecer, la caída del guerrero debía de llevar aparejada la del símbolo de su fuerza y de su prestigio. Por el hecho de no estar representados los atacantes de la víctima, que, por lo tanto, aparece alcanzada por dardos disparados por manos invisibles, deducimos que estamos aquí en presencia de un ejemplo paleolítico de magia hostil o de inutilización (…) consideramos también las representaciones de escenas de combate (Alpera, Morella la Vella), no como acontecimientos históricos, sino como imágenes escénicas confeccionadas antes de haber tenido lugar las luchas, asaltos o sorpresas que representan.
La magia hostil de ese dibujo, según Obermaier, se representaba por el procedimiento de hechizar y “matar” previamente in effigie a un adversario que se deseaba inutilizar antes de efectuar realmente el ataque contra él. Aquellas figuras eran más temidas por los Primitivos que las armas e incluso la superioridad de los enemigos.
PD Citas: [1] MOURE, A. El origen del hombre. Madrid: Historia 16, 1997, p. 99. [2] LEWIS-WILLIAMS, D. La mente en la caverna. Madrid: Akal, 2005, p. 274. [3] OBERMAIER, H. El hombre fósil. Madrid: Istmo, 1985, pp. 290 a 292.
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