Además de los actos jurídicos del Antiguo Egipto que ya hemos tenido ocasión de comentar en otro in albis, el Museo Egipcio de Turín (Italia) conserva un singular documento judicial de hace más de tres milenios –el Papiro della Congiura dell'Harem (41 x 540 cm)– que narra el juicio contra el grupo de instigadores que asesinaron al faraón Ramsés III, degollándolo cuando su salud ya era, de por sí, bastante precaria. Aunque el texto está redactado en primera persona, como si el monarca hubiera sobrevivido al atentado, la autopsia de su momia –que el paleopatólogo Albert Zink realizó en la Academia Europea de Bolzano (Italia), en 2012, con tomografías computerizadas (TAC)– ha confirmado que el corte que le propinaron bajo la laringe tuvo que ocasionarle la muerte instantáneamente, por lo que es muy probable que, en realidad, el tribunal lo presidiera su hijo, Ramsés IV, y que el papiro mantuviese viva la figura de su padre como forma de legitimar la sucesión al trono, en una época que se caracterizó por la grave inestabilidad de todo el país, tanto en los asuntos exteriores –a principios del siglo XII a.C., Egipto sufrió una serie de invasiones de un grupo heterogéneo de atacantes (…) diversas áreas de Anatolia, norte de Siria y Chipre habían sido devastadas. Ramsés III libró cuatro guerras durante su reinado, capturando numerosos prisioneros [1], de las que salió victorioso porque fue mejor guerrero que su predecesor, Ramsés II– como en los conflictos internos: el comercio y la recaudación de tributos fueron languideciendo paulatinamente hasta estancarse y la manutención de nuevas tropas mercenarias y la falta de tributos (…) aceleraron el ocaso económico [2]. De hecho, durante su reinado, en el Imperio Nuevo (XX Dinastía), se declaró la primera huelga que se ha documentado en toda la historia.
En ese contexto, el mismo faraón que supo mantener a raya a los invasores más valientes y sanguinarios de su época –en referencia a los libios y a los pueblos del mar (griegos)– no fue capaz, en cambio, de mantener en orden a su propia familia (…) que no era corta debido a su elevada nómina de concubinas [3]. El harén real era una venerable institución egipcia que suministraba no solo concubinas al rey, sino también instalaciones residenciales y un empleo remunerado a todas sus parientes femeninas. El palacio del harén tenía su propia dotación de tierras, sus propios talleres y su propia administración; era en la práctica una corte paralela, y una estructura así no carecía de peligros (…) había algo en aquella claustrofóbica atmósfera que alimentaba los celos más intensos y rivalidades personales entre las numerosas esposas del rey [4].
La conspiración del harén ocurrió durante la fiesta de Opet que se celebró en Tebas, en los años 1154 o 1153 a.C., según las fuentes que se consulten. Una mujer llamada Teye o Tiyi –aunque se sabe que este no era su verdadero nombre porque los egipcios confiaban en la fórmula del rito apotropaico para alejar el mal, privando al condenado al olvido de la vida eterna, dándole un apodo falso– fue la segunda esposa del faraón y tramó su muerte para que su hijo, Pentaur o Pentaweret, accediera al trono en lugar del legítimo Ramsés IV. Debemos recordar que para los antiguos egipcios, un ataque contra la integridad del rey o una traición contra su persona no era otra cosa que el más grave de todos los sacrilegios (…) porque el faraón era un dios y una conjura contra él significaba mucho más que para nosotros un regicidio [3].
El papiro narra la constitución de un tribunal extraordinario –es posible que, dada la trascendencia de los acusados, se optara por evitar la repercusión de un proceso público ante las instancias ordinarias– integrado por catorce jueces que enjuiciaron a la treintena de personas que formaron parte de la trama, no solo el príncipe y algunas mujeres del harén sino diversos altos cargos al servicio de palacio (administradores, escribas, generales e incluso sacerdotes que recurrieron a la magia negra mediante figuritas de cera que representaban al faraón asesinado). La conspiración afectó a gran parte del círculo más cercano de Ramsés III e incluso a cinco de aquellos jueces por dejarse sobornar participando en orgías con las mujeres del harén para que fallaran a favor de los detenidos.
Se desconoce que ocurrió con la reina, pero el documento de Turín sí que menciona que, a Pentaur, se le dejó solo para que se pudiera suicidar; en cuanto al resto de los acusados o fueron ejecutados o desterrados. Por último, los jueces prevaricadores fueron castigados con la habitual pena corporal e infamante: se les cortaron la nariz y las orejas para identificarlos de por vida como criminales.
PD Citas: [1] GALLO, R. Derecho y sociedad en los poemas de Homero, origen del derecho mercantil y penal. Buenos Aires: Dunken, 2015, pp.85 y 86. [2] KESSLER, D. “Historia política de las Dinastías XVIII a XX”. En SCHULZ, R. y SEIDEL, M. (Ed.) Egipto. El mundo de los faraones. Colonia: Könemann, 1997, p. 151. [3] MARTOS, J. A. (Coord.) Faraón. Madrid: Aguilar, 2007, p. 150. [4] WILKINSON, T. Auge y caída del Antiguo Egipto. Barcelona: Debate, 2011, p. 402.
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