Muhammad Yunus, el banquero de los más pobres entre los pobres –como lo definió el Instituto Noruego que le otorgó el Premio Nobel de la Paz, en 2006– nació en la aldea de Bathua (actual Bangladés), el 28 de junio de 1940, en el seno de una familia muy comprometida con la erradicación de la pobreza. Gracias al esfuerzo de sus padres, este joven bengalí pudo matricularse en la Universidad de Chittagong y completar su formación con un doctorado en Estados Unidos antes de regresar a su país para impartir clases en la Facultad de Económicas donde estudió. En 1974, coincidiendo con una crisis provocada por una gran hambruna, visitó el humilde poblado de Jobra con sus alumnos; allí hablaron con una joven, Sufiya Begum, que fabricaba taburetes de bambú con un margen de beneficio tan escaso que apenas ganaba un penique a la semana porque estaba obligada a vendérselos al mismo proveedor de las cañas y al precio que él le marcara. Fue entonces cuando comprendió que si aquella muchacha hubiera podido financiarse de forma más ventajosa, habría ahorrado lo suficiente para ver mejorar tanto su nivel de vida como su autoestima. Así surgió la idea de conceder pequeños préstamos a personas que tuvieran escasos recursos. Tras intentar un acuerdo con la banca local, que le obligaba a garantizar personalmente cada préstamo, en 1976 decidió crear el Grameen Bank –Banco de la Aldea, en bengalí– que, gracias a esta microfinanciación, permitió emprender negocios a más de 7.000.000 de personas desfavorecidas –el 95% de las cuales eran mujeres– para salir de su precaria situación con dignidad, mediante un crédito que, de media, no alcanzaba ni los 100 euros.
Este sistema de microfinanzas no se concibió como una labor caritativa ni tampoco como una entrega de dinero a fondo perdido; su objetivo era fomentar la inclusión social y financiera de personas que se encontraban en una situación de exclusión; es decir, se les concedía un pequeño crédito para crear su propio negocio o iniciar una actividad empresarial, teniendo que devolver su importe, con un tipo de interés muy bajo, en cómodos plazos y sin necesidad de avales porque la relación se basaba en otra clase de garantía: la confianza de que, llegada la fecha del vencimiento, esa persona devolvería el importe que se le prestó.
Dos décadas después de que Yunus abriera las puertas del Grameen Bank se celebró en Washington la primera Conferencia Internacional sobre Microfinanzas, en febrero de 1997. En la capital estadounidense, los microcréditos se definieron como programas de concesión de pequeños créditos a los más necesitados de entre los pobres para que éstos puedan poner en marcha pequeños negocios que generen ingresos con los que mejorar su nivel de vida y el de sus familias. El objetivo de aquella reunión fue lograr que 100.000.000 de familias, en todo el mundo, tuvieran acceso al microcrédito en 2005.
Al mismo tiempo, en el seno de las Naciones Unidas, empezaron a ser conscientes del desarrollo cualitativo y cuantitativo de las instituciones de microcrédito y comenzaron a reclamar la creación de un entorno propicio, incluso un marco normativo para el sector financiero, así como vínculos con el sector financiero oficial.
De este modo se expresaron los considerandos de la primera resolución de la Asamblea General de la ONU que reconoció las ventajas de estos programas, la A/RES/52/194, 18 de febrero de 1998, al afirmar que las personas que viven en la pobreza tienen la capacidad innata de salir de ella con dignidad por medio del trabajo y pueden dar muestras de capacidad creativa para mejorar su situación si cuentan con un entorno propicio y con las oportunidades adecuadas. En ese contexto, observó que, en muchos países del mundo, los programas de microcrédito han conseguido generar empleos independientes productivos, al brindar acceso a pequeños préstamos de capital a las personas que viven en la pobreza; demostrando que estos programas son un instrumento eficaz para liberar a las personas de la servidumbre de la pobreza y que han coadyuvado a su creciente participación en los procesos políticos y económicos establecidos de la sociedad y que han beneficiado a los grupos marginados y, en especial, a las mujeres, al permitirles mejorar su condición en un mundo en el que hay más mujeres que hombres que viven en la pobreza absoluta y en el que sigue aumentando ese desequilibrio.
Tras recordar el precedente de esa resolución y afirmar que todos estos programas contribuyen a la erradicación de la pobreza y al desarrollo social y humano, a instancias del Consejo Económico y Social, la ONU decidió proclamar 2005 como el Año Internacional del Microcrédito [A/RES/58/221, de 23 de diciembre de 2003] para dar impulso a estos programas en todo el mundo y, en particular, en los países en desarrollo.
Uno de los últimos documentos adoptados por la ONU ha sido la A/RES/63/229, de 19 de diciembre de 2008, sobre la función del microcrédito y la microfinanciación en la erradicación de la pobreza. Después de mencionar las resoluciones 52/193 y 52/194, de 18 de diciembre de 1997; 53/197, de 15 de diciembre de 1998; 58/221, de 23 de diciembre de 2003; 59/246, de 22 de diciembre de 2004, y 61/214, de 20 de diciembre de 2006; volvió a reconocer la necesidad de facilitar el acceso a los servicios financieros, incluidos los servicios de microfinanciación y microcrédito, en particular a las personas pobres y vulnerables, desde el punto de vista socioeconómico, porque estos programas han logrado generar empleo autónomo productivo, demostrando que son un instrumento eficaz para superar la pobreza y reducir la vulnerabilidad de los pobres frente a las crisis, y que ha dado lugar a una mayor participación, sobre todo de las mujeres, en los procesos socioeconómicos y políticos dominantes de la sociedad; pero también observó que, a pesar de los avances logrados, siguen faltando datos estadísticos útiles sobre los sectores financieros inclusivos, entre otros sobre los programas de microcrédito y microfinanciación, especialmente a nivel nacional y regional.
Asimismo, invitó a los Estados Miembros de la ONU a considerar la posibilidad de adoptar políticas que faciliten la expansión de las instituciones de microcrédito y microfinanciación; y al sistema de las Naciones Unidas, las instituciones de Bretton Woods [FMI y Grupo del Banco Mundial], a los bancos regionales de desarrollo y a otras partes interesadas a que, de manera coordinada, presten apoyo financiero y técnico a los países en desarrollo en sus esfuerzos por fortalecer la capacidad de las instituciones de microcrédito y microfinanciación para que puedan ofrecer más productos y servicios, en particular mejorando el marco normativo y de políticas.
En la última Cumbre Mundial del Microcrédito que se celebró en Valladolid (España), en 2011, más de 2.000 expertos llegaron a la conclusión de que con casi un quinto de la población mundial viviendo todavía con menos de 1,25 dólares diarios (…) este tipo de programas de microfinanzas son más esenciales que nunca.
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