Según el Diccionario de la RAE, la nicotina –epónimo que proviene del primer apellido del diplomático y escritor francés que introdujo y propagó el tabaco en Francia: Jean Nicot de Villamain (1530-1600)– es un alcaloide tóxico del tabaco, que provoca hipertensión arterial, taquicardia y estimula el sistema nervioso central, induciendo adicción o tabaquismo. En ese mismo sentido, el toxicólogo Raimon Guitart, catedrático de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Autónoma de Barcelona, nos recuerda que: El veterinario y médico andaluz Rafael Espejo del Rosal [1827-1893] ya dejó escrito en 1888 que la nicotina «es una de las sustancias más venenosas que se conocen; una sola gota, depositada en la lengua de un perro, basta para que perezca rápidamente. Administrada, acelera los latidos del corazón y provoca la diarrea», y añadió seguidamente que «no se usa en Veterinaria». La destacada toxicidad de la nicotina fue patente probablemente desde 1690, año en que empezó a emplearse el extracto acuoso como insecticida, y del que tomaron obviamente buena nota quienes estaban interesados en una aplicación criminal del producto [1].
Podría decirse que la toxicología forense llevó a cabo su puesta de largo judicial con el envenenamiento, por arsénico, de Charles Lafarge, en Francia, en 1840, gracias al peritaje del menorquín Mateu Orfila. Apenas, diez años más tarde se produjo un nuevo caso paradigmático, esta vez en Mons (Bélgica).
Guitart lo narra del siguiente modo: Fue el caso, por ejemplo, de Alfred Julien Gabriel Gérard Hippolyte Visart de Bocarmé [1818-1851], un noble belga (su padre era conde) que para solventar sus problemas económicos creyó que la mejor vía sería heredar la pequeña fortuna de su cuñado, un hombre discapacitado y enfermo. Aficionado a la química, De Bocarmé decidió hacer uso para sus propósitos de un veneno fácil de obtener del tabaco pero difícil de determinar una vez empleado: la nicotina. Exactamente el 20 de noviembre de 1850, su cuñado [Gustave Fougnies] falleció en el castillo de Bitremont. Las extrañas circunstancias de la muerte hicieron que se iniciase una investigación, en la que se pidió la intervención de un joven pero prometedor químico belga, Jean Servais Stas [1813-1891]. Este hubo de esforzarse para desarrollar un método que le permitiera aislar e identificar la nicotina en las muestras remitidas del fallecido, técnica que mejorada posteriormente por Frederick Julius Otto [1809-1870] aún sigue siendo válida para el análisis de alcaloides. Stas pudo detectar un elevado contenido de nicotina en el estómago de la víctima, lo que le llevó a concluir que había ingerido una dosis letal del alcaloide, suficiente para matarle en cuestión de minutos. De Bocarmé fue condenado [a la guillotina por un jurado] y ejecutado el 19 de julio de 1851 por el envenenamiento de su cuñado, pero no su esposa y hermana del fallecido [Lydie Fougnies Visart de Bocarmé], que fue declarada inocente [1].
¿Por qué eligió Bocarmé precisamente este veneno? Porque había visto en las obras de Orfila que no existían reactivos para la nicotina [3] pero no contó con el procedimiento de extracción de alcaloides de las vísceras desarrollado por Jean Stas que consiguió separar de éstas el veneno utilizado: la nicotina. La trascendencia de este descubrimiento es tal, que el procedimiento de Stas, ligeramente modificado por Otto y posteriormente por [Jules] Ogier [(1853-1913)], sigue aún utilizándose por los toxicólogos actuales, habiendo resistido cuantos intentos se hacen continuamente para sustituirlo por otras técnicas de extracción y fraccionamiento, pues tan sólo se ha conseguido completar ligeramente la sistemática y adicionarle técnicas modernas de purificación de los extractos [4].
Citas: [1] GUITART, R. Tóxicos: Los enemigos de la vida. Barcelona: Edicions UAB, 2014, p. 183. [2] HARKUP, K. A is for Arsenic: The Poisons of Agatha Christie. Nueva York: Bloomsbury, 2015. [3] VICENTE Y CARABANTES, J. Anales dramaticos del crimen o causas celebres españolas y extranjeras. Tomo II. Madrid: Fernando Gaspar Editor, 1859, p. 175. [4] REPETTO JIMÉNEZ, M. & REPETTO KHUN, G. Toxicología fundamental. Madrid: Díaz de Santos (4ª ed.), 2009, p. 10.
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