lunes, 19 de septiembre de 2011

El problema con el que convivimos todos

Este fue el impactante título del óleo que Norman Rockwell (1894-1978) pintó para la revista Look en enero de 1964; en pleno debate sobre la segregación racial en el Sur de los Estados Unidos. El cuadro muestra a una decidida niña negra –Ruby Bridges (1954)– vestida de blanco inmaculado, mientras va a clase, escoltada por cuatro miembros de los US Marshall, en un colegio donde hasta ese momento no se permitía el acceso a los afroamericanos. El artista representó a los cinco personajes caminando por delante de una pared donde alguien ha lanzado un tomate junto a una despectiva pintada en la que aún puede leerse NIGGER –traducible al castellano como NEGRATA– escrita en mayúsculas por la racista y hostil sociedad de Luisiana de los años 60.

A sus 70 años, el célebre ilustrador neoyorquino –probablemente, quien mejor retrató a la sociedad estadounidense de su tiempo– acabó convirtiéndose en un gran activista en favor de los derechos civiles, con lienzos tan comprometidos como sus óleos Justicia sureña, de 1965, y Hermanos de sangre, de 1968, donde mostró con toda crudeza la muerte de los jóvenes James Chaney, Michael Schwerner y Andrew Goodman, asesinados por el Ku Klux Klan en el verano de 1964 por haber viajado a Misisipí para convencer a los ciudadanos negros de que ejercieran su derecho al voto en ese Estado; un crimen que conmocionó a todo el país.

Sin embargo, aquella no era la primera vez que Rockwell se involucraba en la defensa de los Derechos Humanos y en la lucha por lograr una justicia social. Veinte años antes, en 1941, un discurso del presidente Franklin D. Roosevelt ante el Congreso de EEUU -el denominado Four Freedoms Speech- le inspiró una serie de grandes obras titulada Las cuatro libertades (humanas esenciales) que pintó en 1943: Libertad de necesidad muestra a una típica familia norteamericana a punto de celebrar la noche de acción de gracias cenando un pavo; Libertad de expresión, a unos ciudadanos reunidos en Nueva Inglaterra; Libertad del miedo, a una madre arropando a sus hijos mientras el padre sostiene un periódico que hace referencia a las noticias que llegan de la guerra en Europa, con los alemanes bombardeando Londres; y, por último, Libertad de culto, la menos conocida, reúne los primeros planos de siete personas rezando bajo el lema Cada uno sigue los dictados de su propia conciencia. Como nota curiosa, el testigo de aquel discurso de Roosevelt lo recogió su propia viuda, Eleanor, cuando dirigía el comité que redactó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en 1948, e incluyó las cuatro libertades en el segundo considerando: (...) el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias.

En 1961, después de triunfar con sus costumbristas portadas en la revista Saturday Evening Post, pintó La regla de oro, retomando su idea de la libertad religiosa pero representando a las distintas religiones del mundo. Este cuadro puso fin a cuarenta y siete años de colaboración con aquella revista cuando la publicación no quiso admitir lo que Norman mostraba en sus ilustraciones: que los Estados Unidos también tenían problemas.

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